Alguna gente no aprende…
Eso fue lo primero que llegó a mi mente después de leer lo que un querido amigo –Luis Cisneros Cróquer, buen periodista de mucha formación– escribió recientemente “en Valencia, en la tarde del vil atropello a la Asamblea Nacional, 5 de julio de 2017, a 159 años del ataque del presidente José Tadeo Monagas al Congreso”. Encuentro correcto el símil porque esa fue la imagen que nos vino a quienes nos acordamos de la Historia de Venezuela que aprendimos en bachillerato al ver por los medios a las turbas pagadas con dineros del régimen y comandadas por unos crápulas asalariados echándoselas de más patriotas que los demás. Así debió ser la escena en 1848, cuando el asalto al Congreso y el asesinato de Santos Michelena y cinco personas más por unos mandados (al igual que los de hoy, pero que no lograron su objetivo) por los enquistados en el Poder Ejecutivo que no quieren que el parlamento ejerza las funciones investigativa y contralora que tiene atribuida por mandato constitucional.
Aunque también debo, con dolor, porque soy guardia, reconocer que el primer antecedente histórico de la Guardia Nacional, la de mediados del siglo XIX, era precisamente defender las personas, los bienes y las instalaciones del Poder Legislativo. Y me duele porque la de hoy que está destacada en el Palacio Federal también tiene, teóricamente, esa misión pero que en la práctica, y desmandadas por un chafarote, fueron las que actuaron en connivencia con los asaltantes. Solo al final de la jornada, al quedar descubierta urbi et orbi su confabulación, fue que acometieron (a medias, tibiamente) la tarea de resguardar a los parlamentarios, empleados y visitantes para que pudieran salir del Capitolio.
Repito, hay gente que no quiere aprender. Ya, meridianamente claro, lo explicó Leonardo Ruiz Pineda unas semanas antes de caer asesinado, en 1952, por los esbirros de la Seguridad Nacional (para los más jóvenes: un cuerpo igualito al Sebin de estos días en su vesania e irrespeto a los ciudadanos). El para ese entonces, Secretario General de Acción Democrática en la clandestinidad entendía que la unidad entre los diferentes partidos de oposición era esencial para prevalecer ante la dictadura. Decía, entre otras cosas, refiriéndose a los opresores y a los que los apoyaban: “Quienes se dijeron salvadores de la patria amenazada y prometieron cumplir la obra de recuperación colectiva encuentran aquí el testimonio de su violencia, la confesión del desorden, la rebatiña y de su capacidad para dividir a la familia venezolana en aras de sus privilegios. No tiene bandera nuestro adversario (…) Quienes engañaron a las Fuerzas Armadas de la nación y suplantaron la obediencia reglamentaria de éstas, han llevado a la práctica agresiva la violencia de discriminación personalista para intrigar y maniobrar en el seno del Ejercito. Todos los sectores políticos que saludaron con entusiasmo la exaltación al poder del grupo usurpador, sienten el cansancio de cuatro años de zozobra, malestar, persecución, inseguridad y atropellos, No hay sector cívico o militar, a excepción de las camarillas privilegiadas que viven del favor oficial, que quiera saberse unido a la suerte de este régimen, que pasará a la historia como una sombra que estremeció de terror a la república”.
Impresiona lo idéntico del retrato, a pesar de los más de 65 años del escrito, con la realidad actual. Igualmente asombroso, por su parecido con lo que se requiere ahora, es el remedio que propone el mártir acciondemocratista (“adeco” es otra cosa, y muy distinta) para curar los males que sufren la república y la nación: “Acción coincidente y gobierno de equilibrio político como fórmulas de emergencia; alto en la lucha entre los partidos para obtener el concurso del mayor número de sectores, que la estrategia de las luchas sociales enseña que la marcha de los movimientos colectivos no está sometida a una enteriza línea de ascenso vertical; las circunstancias históricas y factores ambientales contribuyen a regular la dinámica de los movimiento políticos, en obediencia a objetivos transitorios (…) razón de la fórmula: la hora de emergencia que vive el país.”
Los esfuerzos que ha realizado el régimen para dividir a lo que constituye la alternativa democrática son innegables por lo notorio de ellos. Todo el arsenal de triquiñuelas ha sido empleado. Y casi han logrado su propósito. Solo la sensatez demostrada por los líderes –los de cierta experiencia y los más recientes en la conducción de los esfuerzos– ha impedido la engañifa.
Lo que sigue es algo de lo mucho que opinó Luis Cisneros: “Ojala lo entiendan los líderes partidistas, es hora no solo del sacrificio en la calle enfrentando a las hordas oficialistas y, más allá, la falacia socialista y los intereses del régimen cubano, sino la locura de dividir al país, más de lo que lo han dividido estos carajetes, por no anteponer el futuro de nuestros hijos y nietos al interés personal. Recuperar lo que se ha hundido Venezuela llevara tiempo y sacrificios. Los políticos deben tener claro que su mejor aporte es colocar todos sus esfuerzos más allá de lo momentáneo y trascender orgullosamente como verdaderos y esforzados líderes de todos y no de los partidarios”. Y no le añado ni una coma, porque, ¡pa´qué!, si todo ya lo dijo gente más sabia que uno…