Alguien se confundió de Ernesto
Supongo que es un error. Una confusión. Lo que los ingleses llaman un «honest mistake». Tiene que serlo. Si no lo es, entonces ahora sí es verdad que no entiendo nada, nadita de nada.
Teniendo como escenario la Inglaterra victoriana, La importancia de llamarse Ernesto es una pieza fantástica. Me atrevo a decir, una de las mejores obras del nutrido portafolio de Oscar Wilde. Hay que leerla y, si posible, verla en representación teatral y en su versión cinematográfica. La trama se desarrolla en torno a John (el protagonista) y a Ernest, su hermano inventado.
Quizás a quien cayó en el desacierto de organizar una suerte de homenaje a Ernesto Guevara (uno de los mayores asesinos de la historia contemporánea latinoamericana) le ocurrió un episodio de enredo. Quizás alguien le apuntó que había que celebrar a Ernesto, refiriéndose a la pieza literaria. Y, pues, el pobre ser sufrió un percance, cayó en un despiste y acabó montando en un pedestal al salvaje y no a la maravillosa pieza de Wilde. Porque no cabe en ninguna cabeza con dos dedos de frente festejar a un homicida. Eso fue el «Che» Guevara. Y es cuanto menos perturbador que la UNESCO preste su nombre, sus redes y su palestra para ensalzar a un hombre que se fue al infierno (porque ni en el purgatorio lo habrían dejado entrar) con muchos pecados capitales y mortales.
Wilde estrenó su pieza en 1895. El ejercicio interesante es imaginar al gran escritor un día como hoy dando un discurso en la ONU. Eso sí sería una pieza magistral de la oratoria, no ese escupitajo verbal que el asesino de barba rala y mal olor (era poco dado al aseo personal y no usaba desodorante) lanzó en el escenario de la ONU en 1964. Discurso, sí, histórico, sí, pues con él ofendió a la humanidad.
En fin, confusiones. Vainas que pasan. Hasta la UNESCO mete la pata.
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