Se sabe todo lo que hay qué saber sobre las alergias. Sus diversas manifestaciones dependen del agente que las causa. En términos médicos, se trata de una reacción inmunológica exagerada ante un estímulo no patógeno. Puede ser alguna rareza en el ambiente, alguna bacteria desconsiderada; un determinado color o la imagen o presencia física de un gato, por ejemplo, o de una determinada persona. Causa enfermedades como el asma, escozor en la piel que prefiero llamar salpullido y provoca anafilaxia, un nombre que podría servir para una niña nacida en Maracaibo.
Conocí en París a un muchacho que revisaba detenidamente la cartelera y las fichas técnicas de las películas programadas por la Cinemateca francesa porque le daba pavor encontrarse en ellas con Charles Laughton. De solo verlo en los afiches y más aun en las pantallas, gordo y de ágil andar, le salían escamas en los brazos. Recuerdo un film francés que trataba sobre los hijos de Marx y de la Coca Cola en la que el cajero era alérgico al dinero, pero estaba obligado por el guión a robar el banco.
Los dermatólogos entienden que hay salpullidos provocados no tanto por la alergia sino por el estrés y la angustia. Un amigo mío, pintor, tuvo que exponer en Caracas las treinta obras que había comprometido para un exposición en Milán. Para evitar que se vendiesen y poder cumplir el compromiso puso un precio escandalosamente alto a las obras, ¡pero tal vez por lo mismo, es decir, por ser tan caras! se vendieron y tuvo que encerrase en su taller para reponerlas! Le salieron ampollas en la manos que dificultaron grandemente su trabajo y se le puso roja la cara, lo que contribuyó a agravar la intensidad de su propia angustia.
¡Yo mismo soy alérgico! ¡Me causa pánico el color rojo! A sabiendas que es el color de la sangre y de la vida animal. Me aturdo, grito obscenidades de cuartel y siento dolores en las articulaciones. Por eso evito todo contacto físico o visual con los militantes del chavismo. Cuando saturan de rojo la pantalla del televisor cambio de canal, busco Supercable o apago la caja mágica cada vez que aparecen vestidos con camisas rojas. La situación se agrava cuando son los propios jerarcas los que aparecen.
Cuando era muchacho y me echaba a la calle a vender Tribuna Popular lo hacía por simpatía y solidaridad hacia el Partido Comunista y porque veneraba la nobleza de Gustavo Machado y la valentía de Santos Yorme (Pompeyo Márquez), pero también huía del color rojo heredero de las victorias del ejército ruso en tiempos bolcheviques. De manera que si me hubiese tocado permanecer de guardia junto al féretro del comandante lo habría hecho vestido con alguna chaqueta de color impropio e irreverente como el amarillo color de oro o el azul de la azul esfera y no del rojo que reverbera como la sangre del toro. No por desestabilizador, ¡ya te dije!; sino por la alergia. La que me producen algunos jerarcas del chavismo las veces que los veo fugazmente en la televisión no se debe tanto a las falsedades que propagan sino al color de la indumentaria. ¡No hablo de irritaciones de la piel! Hablo de una tormenta de fuego, obscenidades, furor e injurias que en momentos de normalidad y sosiego democrático sería incapaz de proferir.
Ya sé que el color no tiene la culpa, pero al asociarlo con los responsables de la actual desgracia venezolana se convierte, muy a mi pesar, en estímulo para que mi lenguaje se desplome por los acantilados de la vulgaridad y me vea en el espejo vociferando como si fuese, yo mismo, el comandante eterno pero multiplicado en la ordinariez de su propio lenguaje.