Al maestro, con cariño
Todos tenemos al menos un maestro inolvidable. Alguien que nos inspiró, nos sirvió como modelo, nos apoyó y nos estimuló a seguir adelante. Tal vez esté presente en muchos actos de nuestras vidas, o tal vez al leer estas líneas aflore de un recuerdo dormido más en nuestros corazones que en nuestras mentes.
Un maestro puede elevar a un alumno a las cumbres más altas, como hicieron Aristóteles con Alejandro Magno y Simón Rodríguez con Simón Bolívar. Hay otros, por el contrario, que pueden hundirlo hasta los abismos más profundos.
Los maestros y los profesores asumen su profesión como una cruzada. Ser docente hoy en Venezuela es ser de los profesionales peor pagados. Nadie que no haya enseñado sabe el trabajo que implica preparar las clases, corregir exámenes, tareas y trabajos, además de las horas dando clases y lidiando con muchachos cada día más rebeldes y maleducados. Pero nadie que no haya enseñado sabe la satisfacción que se siente al encontrarse con unos ojos ávidos de conocimiento, de adentrarse en el tema, de ser quien los lleve de la mano a descubrir maravillas. Yo fui educada por las religiosas del Sagrado Corazón. La fundadora de su congregación fue Santa Magdalena Sofía Barat, quien escribió que “por una sola niña hubiera fundado el colegio”.
Nuestros docentes hoy también se enfrentan a un monstruo dormido durante más de cincuenta años: la ideologización. ¿Cómo hacer –sin perder el trabajo- para inspirar en los alumnos el espíritu crítico, el respeto absoluto por la libertad y el derecho a la disidencia?… Ciertamente, no es fácil. Hay que echar mano de mucha imaginación e ingenio. Hay muchos que ya han tirado la toalla, pero los que no lo han hecho merecen nuestro apoyo y reconocimiento. Porque ser maestro no es una manera de ganarse la vida, es una manera de vida.
Las pocas cifras que se conocen indican que falta infraestructura de escuelas, falta preparación y evaluación de docentes y no hay forma de medir qué y cuánto aprenden los alumnos. Sin un magisterio fuerte, el país seguirá al garete.
Ni hablar de las universidades. Ahora dicen que cambiarán todo el sistema de ingreso. Recuerdo una estupenda entrevista que Eduardo Rodríguez Giolitti le hizo al doctor Claudio Bifano, profesor universitario y expresidente de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales por Unión Radio en enero de 2011. Incluso escribí sobre ella. Con sobrada lucidez, el doctor Bifano fue refiriéndose a varios aspectos de la educación universitaria. Al ingreso, a la permanencia, a la universalidad como esencia. A la necesidad de abordar las disciplinas desde todos sus ángulos, a la amplitud de pensamiento, a la autonomía. A la necesidad de apoyar la investigación. A la excelencia.
Fue muy valiente el doctor Bifano al decir que la Universidad debe ser elitista. Y yo lo repito aquí con toda responsabilidad. A la Universidad deben ir los mejores. Por supuesto, no se trata de ricos y pobres, como el Gobierno quiere hacer ver. La Universidad debe ser elitista porque debe congregar las mentes más brillantes para que de su seno egresen los mejores profesionales que construyan el país. Mientras más mediocres se gradúen, más mediocre será el país. Para muestra, un botón. Nada bueno, nada que perdure, nada que valga la pena, podrá salir de una Universidad cuyo norte no sea la excelencia. A nadie le hace daño que le exijan. Lo afirmo con toda propiedad porque lo sé de forma irrebatible: soy madre de una niña especial cuyos logros se han debido sencillamente a que le hemos exigido.
En Venezuela conocemos bien la excelencia y sus resultados. Un par de ejemplos: el de los profesionales que crearon y catapultaron la vieja Pdvsa, y el Sistema de Orquestas. La Universidad no puede ser menos.
El 15 es el Día del Maestro. Recuerdo a mi padre, el mejor de todos. Rindo homenaje a Luis Alberto Machado, quien ocupó su lugar como mi mentor cuando mi papá murió y a tantos otros que “sembraron mi alma para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso”…