Ahora el show es en Ciudad de México
A nivel internacional, los países democráticos creen en el diálogo, como en la negociación o los acuerdos: es la mejor opción para poder dirimir cualquier diferencia.
Sin embargo, alcanzar tales propósitos, para que las partes involucradas en diferencias puedan llegar a acuerdos, se plantea que los protagonistas deben presentar algo que puedan ofrecerle a la contraparte. No hacerlo se traduce en que la posible negociación, sencillamente, no luce sincera en los propósitos, sobre todo porque no sería un diálogo o una negociación, sino una capitulación o rendición de uno de los integrantes.
En relación a Venezuela, país que sufre terribles consecuencias como efecto de la destrucción, ruina y saqueo de que ha sido objeto durante los últimos 22 años, cuando se habla de diálogos, la deducción de los observadores sigue siendo la misma: cuando la oposición democrática asiste a diálogos en los que la contraparte es la actual, la verdad sigue siendo una justificación de engaños.
Es decir, se trata de un espejismo electoral que refleja el mismo rostro de siempre. Porque intentar llegar a un logro o a un acuerdo con un régimen que controla todas y cada una de las supuestas instituciones válidas para actos sociales y políticos en el país, equivale a servirle a las fuerzas represivas y, desde luego, a todos los llamados poderes públicos a disposición de quien no guarda ningún reparo en su conducta.
La oposición, sin tener bajo su control o poder nada por ofrecer, ni a qué temerle por parte del régimen, o que les represente alguna amenaza, no tiene ningún sentido continuar o insistir en esos irresolutos y repetidos diálogos. Por otra parte, si existiera un componente que pudiera calificarse de útil para que se concluya con un diálogo realmente útil con miras a un cambio novedoso, transparente, serio, auténtico, tendrían que darse pasos y formalizarse entendimientos que culminen en el efecto que plantean tales condiciones. Y no lo que se conoce como hecho conocido: fracasos, burla nacional e internacional, activaciones de la antidemocracia, desesperanza, desconfianza, como de la duda que, histórica y políticamente, siempre ha promovido dicho grupo.
Un grupo que presume de su gobernabilidad, sin saber en qué consiste ser Gobierno; un apéndice ideológico latinoamericano incapaz de proyectar alguna iniciativa transformadora local y continental; un promotor de miseria, empobrecimiento y de la diáspora más dinámica del mundo, y, desde luego, el responsable del fracaso económico y social más rotundo con el que carga el gobierno a nivel mundial en los últimos años, está llamado a revisar actitudes y comportamiento.
Increíble saberlo. Pero como cualquier hecho parecido que se produzca en el país ya no sorprende, nuevamente, se está convocando a un llamado diálogo entre el régimen y la oposición, ahora en Ciudad de México. Pero, además, con base en la calificación del hecho, de acuerdo a la apreciación del régimen, y el supuesto poder del que gozaría dicho Gobierno para imponer las condiciones por las que se tendría que regir el «diálogo de la pandemia».
Es eso, inclusive, lo que traduce la promoción del citado encuentro. Es decir, lo que considera el régimen que debe suceder, y que, por interlocución de su Presidente, se trataría de lo que privaría para acudir a dialogar. Lo que se quiere, son «tres cositas», nada menos: 1- La liberación de todos los fondos y bienes venezolanos retenidos a nivel internacional; 2- Levantamiento de todos los procesos judiciales en su contra, y 3- Reconocimiento de la legitimidad de su rol gubernamental en todos los niveles y aspectos.
Esas «tres cositas», obviamente, sólo implican una interpretación y ninguna más que otra, por lo pronto: ríndanse y déjennos continuar sometiendo y destruyendo al país, además de seguir contaminando libremente al resto del continente. «Lo toman o lo dejan».
La oposición que se habría estructurado para tales propósitos de diálogo, estaría concurriendo al mismo, con base en una agenda «de salvación y entendimiento». En otras palabras, de acuerdo a una apreciación olfativa del entorno político venezolano, influido por los amigos internacionales, aunque, peligrosamente, apoyándose en la lista de las «tres cositas». Con ellas, se estaría obedeciendo y reconociendo la propuesta base de que «sólo los venezolanos, y nadie más que los venezolanos», conocedores de las realidades venezolanas, saben qué se puede negociar y qué no es negociable.
Entre frases, viabilidad de acuerdos y entendimientos, mientras tanto, entra en el terreno del olvido interesado el hecho de que las tres «cositas» que pide el régimen, no dependen de la oposición. Sí de la voz influyente de los entes internacionales, como de una maraña de juicios judiciales autónomos e independientes en cada uno de los países involucrados, especialmente Estados Unidos, en donde, al igual que en otros países, los poderes judiciales son completamente autónomos.
Adicionalmente, también cursan juicios personales por distintas causas ante la Corte Penal Internacional, Organismo de las Naciones Unidas con sede en La Haya (Países Bajos). Obviamente, no son juicios ocurrentes, sino de Juicios que, entre otros, privan por tratarse de hechos que se juzgarán por su condición de crímenes a ser considerados por ser de Lesa Humanidad. Mejor dicho, de procesos que no prescriben; que son irreversibles, y que no se trata de procedimientos que se van a desarrollar dependiendo del control o no de parte de la oposición.
No deja de ser curioso el hecho de que, al igual que en el cuantioso número de diálogos anteriores, a esta nueva convocatoria en Ciudad de México la oposición sólo acude con peticiones como: al cese de la usurpación, liberación de los presos políticos y unas supuestas elecciones libres. Es decir, lo hace sin tener un garrote, con argumentos y respaldos que infundan temor y respeto, como soporte político para poder lograr el retorno democrático constitucional.
Por lo pronto, salvo que las lecciones vividas sean consideradas como ciertas y serias, y que lo que está en juego sea estimado mucho más que una visión efectista del proceso , la gran verdad es que lo de México no debe convertirse en un encuentro útil para que sólo se obtengan tácticas dilatorias, y que todo termine pasando a ser otra gran pérdida de esfuerzos. Mejor dicho, que el país y la historia le estén sirviendo de centro de nueva reunión inútil, mientras el régimen logra prolongar el tiempo hasta noviembre, para realizar sus interesadas elecciones regionales, convocadas por y con la participación del «nuevo»Consejo Nacional Electoral y el Tribunal Supremo de Justicia, con base en el argumento de que ellos, y nadie más que ellos, son garantes de las supuestas nuevas y transformadoras elecciones de las que se dotaría la Democracia venezolana.
Desde luego, escuchar este cuento implica añadir otro adorno a dicho proceso electoral. Y es que, de llegarse hasta allí, también se estaría hablando de un proceso electoral en el que la oposición sólo obtendría unos pocos y pírricos triunfos, que, desde luego, de inmediato pasarían a convertirse en la justificación del desempeño de los imprescindibles «protectores o defensores», ya debidamente resguardados para que pasen a usufructuar las bondades de las habituales restricciones presupuestarías y controles de todo tipo. Además de quedar amenazados para el año entrante con la inconstitucional y ya anunciada imposición del «Estado Comunal,» perdiendo así los cargos obtenidos.
Lo más grave que sucedería, como si eso ya expuesto pudiera lucir insignificante, es el eterno argumento de los opositores concurrentes, de que «No hay que perder espacios». Carecería de sentido . Porque su utilidad, si acaso, es que el hecho evidenciaría como justificación a concurrir a esas elecciones, la demostración de que el proceso queda totalmente injustificado, por inútil e incierto.
Sí es posible construir y concluir en un exitoso diálogo. Pero, para que eso suceda, ambas partes tienen que asistir con una agenda definida, tener claro cuáles son las fortalezas, además de las debilidades de cada una de las partes. Por supuesto que negociaciones de este tipo llevan implícitas la posibilidad de ceder y/o exigir. Pero también que sus protagonistas tengan bien claro que el tema que se trata de resolver, es un problema grave, de corte e interés internacional.
En este caso, además, para evitar dimes y diretes inútiles, es indispensable asistir acompañados por árbitros internacionales con poder y fuerza para hacer posible que el aporte se traduzca en resultados definitivos. De igual manera, que en razón de lo que está planteado, no se subestime la necesidad del diálogo que se necesita, porque es útil convertirlo en una carrera contra reloj, y en la falsa creencia de que sólo amenazas y exigencias garantizan resultados.
A un vecino agobiado, maltrecho y ensangrentando, como es el caso de Colombia, le correspondió trabajar duro para evitar que su guerra civil de casi 70 años, siguiera prolongándose. Varias generaciones de los suyos aportaron sangre, dolor, empobrecimiento y odio en procura de un cambio que nunca se materializó. Luego de reuniones, diálogos y esfuerzos, a la vez que la pandemia ser hizo presente para provocar estragos, y al país se le dice que la paz llegó para quedarse y crecer, sin embargo, el miedo y el odio no desaparecen. Todavía falta trabajo por hacer.
En tanto que en Venezuela, en donde la pandemia también hace lo suyo, y casi 6 millones de hijos del país son calificados de víctimas en su patria y fuera de ella, la expectativa sigue siendo la misma: hay que superar la condición de vida en la que hemos caído.
También aquí se necesitan actitudes y voluntades de diálogo, entendimiento y cambio. Las amenazas y las exigencias son realidades propias de situaciones como las planteadas. Pero para poder negociar exitosamente y lograr la paz, la reconstrucción y el reencuentro del país, no hay que asumirlo a partir de la negación de los errores, del rechazo de las responsabilidades y de la falsa creencia de que los problemas vividos, si acaso, son parte del borrón y de las cuentas nuevas. La intención deliberada del ocultamiento o minimización de las responsabilidades, pueden conducir a un agravamiento de lo que, de por sí, ya es alarmantemente grave. Y a eso hay que hacerle frente.