Abramos los Regalos que nos Brinda la Vida
La vida nos da regalos todos los días. Tenemos que abrirlos para poderlos disfrutar. Yo abrí uno de ellos recientemente y lo quiero compartir porque me llenó de alegría y de amor.
Un día cualquiera, mientras revisaba mi Instagram, un comentario nuevo en una de mis publicaciones llamó mi atención. Leía así: “Una pregunta. Soy el hijo de una mujer ya muy mayor que hace muchos años cuidó a unos niños en Madrid…en la Colonia El Viso. Su nombre es Estilita. Siempre recuerda el nombre de los niños. Uno se llamaba José Arturo “Mestsaros” (sic) y la otra, la niña, Maritza. Una pregunta, ¿por casualidad no serán ustedes?. Siempre los recuerda con mucho cariño y me he animado a buscar por redes sociales. Si no son ustedes, perdonen la intrusión y si son y quieren ponerse en contacto, mi nombre es Sergio…”. Releí el mensaje mientras mi corazón se llenaba de emoción. No cabía duda de que ese mensaje era para nosotros. Sí! Éramos nosotros. Mi mente no lograba recordar a Estilita, pero estaba segura de que ese mensaje era para mí. Le contesté apenas releído el mensaje. “Con los ojos humedecidos leo tu mensaje pues, efectivamente, mi hermano es Arturo y vivimos en Madrid de niños…”. De seguidas le pedí que me enviara su información para contactarnos privadamente.
Sergio me escribió por Facebook, dándome su número de teléfono y diciéndome “Se va a llevar una alegría mi madre cuando se lo cuente…Hace 60 años…casi nada…”. Yo estaba más que emocionada.
Compartí la noticia con todos los que estaban a mi alrededor. Trataba de hacer memoria. Era increíble. Corrí a contárselo a mi mami. Aunque ella no podía comunicarse muy bien debido al Parkinson rígido que la afectaba, por su mirada supe que recordaba a Estilita. Arturo sí la recordaba un poquito.
Mi madre partió a otra dimensión semanas después de haber tenido yo, en su presencia, una conversación por video con Estilita. Varios meses después, tuve la oportunidad de viajar a España y me puse como objetivo primordial visitar a Estilita. Aunque ella no estaba en Madrid durante el verano, su hijo coordinó todo para que ella viniera y pudiéramos encontrarnos. Nos citamos en la Plaza de la Villa en Madrid. Cuando llegué a la plaza, acompañada de dos de mis hijos, la ví. Venía caminando, elegante, con su cabello blanco corto, y cuando me abrazó, sentí en ese abrazo que el tiempo se disipaba. Ella me decía “Mi niña, mi niña, mi niña, mi niña!!!”. Y así me sentía yo, como una niña en ese abrazo. Todo lo que me contaba me resultaba familiar. Aunque los recuerdos eran borrosos, su energía, sus relatos, sus comentarios sobre mis padres y mi hermano…todo era la esencia de un aroma que me hipnotizaba. Todo me era familiar. Me trajo un bello “chal” azul cielo de seda que conservaré por siempre.
Había salido de su pueblo a Madrid cuando tenía 17 años porque su hermano se había enfermado y ella había tenido que ponerse a trabajar para ayudar a sus padres con la enfermedad de su hermano. Su primer trabajo había sido cuidándonos. Recordaba que mi padre era muy amigo de Puskás y de Di Stéfano, quienes venían a nuestra casa a compartir con mis padres. Recordaba que mi padre le había enseñado a hacer “palacsinta” (unas crepes húngaras). Me contaba sobre mi hermano cuando era pequeño, lo bueno que era y lo bien que se portaba. Era increíble que recordara tantas cosas. Trabajó con nosotros como 3 años y luego su hermano se puso peor y ella tuvo que regresar a su pueblo. Cuando su hermano murió ella regresó a Madrid y fue a buscarnos pero mis padres se habían mudado a una casa y allí nos perdió el rastro.
Cuando me contó que ella me llamaba “mi ratoncita”, me sentí totalmente plena. Era como si la energía del amor más puro me estuviera cobijando mientras hablaba con ella.
Nos volvimos a ver. Comimos un bacalao rebozado divino en Casa Labra y seguimos conversando. Nos despedimos con las ganas de volvernos a ver muy pronto. Le pregunté a Sergio que qué le podría dar a su madre de regalo que realmente le gustara. Me contestó: “Con veros creo que ha tenido suficiente regalo…no sé o una foto de vuestra familia con los dos de pequeños de aquella época…”. Me emocionó su respuesta. Los mejores regalos no tenían precio.
Cuando ya regresaba a Caracas, le escribí a Sergio por whatsapp: “…me despido por aquí, agradeciéndote ese regalo tan especial que nos hiciste a mi mami, a mi hermano y a mí, de permitirnos reencontrarnos con tu madre, así como a mis hijos, de apreciar la fuerza del amor”. Él me contestó: “El amor siempre triunfa…muchas veces a la larga o muy a la larga como en este caso”.
Regalos recibidos, regalos brindados…Todos abiertos y todos disfrutados…
¡Vivamos cada día como si fuera el último!
¡Prendamos una vela y pasemos la luz!