A mis compañeros de armas
Estimados compañeros:
Todos ustedes deben conocer los ataques, saturados de mentiras, que el Vicealmirante Carratú me ha dirigido, tanto en forma escrita como verbal, en todos los escenarios donde ha tenido la oportunidad de narrar los hechos ocurridos el 4 de febrero de 1992, atribuyéndome fallas y negligencias en mis funciones como ministro de la Defensa. Es también conocido por ustedes que, hace muchos años, le respondí con la discreción que correspondía aclarando los hechos y evitando una absurda diatriba que no beneficiaba, ante la opinión pública, a las Fuerzas Armadas Nacionales. Sin embargo, en virtud de la necesidad de aclarar esta engorrosa situación, he decidido pronunciarme ante ustedes para tratar si no de poner fin, de una vez por todas, a la inquina, cargada de un egocentrismo patológico del Almirante Carratú en contra de mi persona; por lo menos ofrecerles mi versión de las verdaderas razones que tiene este oficial, para tratar de descalificarme, lo cual, afortunadamente, no ha logrado. El último episodio de esta larga cadena de injurias, aparentemente tiene su origen en una comunicación que, también supuestamente, envié a mi amigo el Dr. Asdrúbal Aguiar. Digo “supuestamente” porque no recuerdo haberla enviado, ni tampoco la he encontrado en mis archivos.
La única explicación que encuentro en el encono contra mi persona que manifiesta el mencionado almirante, son los hechos ocurridos en mi ejercicio como ministro de la Defensa, cuando, en vista de las graves acusaciones de corrupción que se ventilaban públicamente relacionadas con la ejecución de los contratos del Plan Global para dotación y equipamiento de las Fuerzas Armadas, ordené al Vicealmirante Elías Daniels, Inspector General de las Fuerzas Armadas, realizar una investigación exhaustiva sobre el estado de cada uno de esos contratos. Al finalizar dicha investigación, el Inspector General me expuso los resultados y su recomendación de ordenar la apertura de una averiguación sumarial en algunos casos. Entre esos contratos figuraba el relacionado con el caso Turpial, orientado a la adquisición de equipos e instalaciones de la Armada, asignado a la empresa IECA representada por el Sr. Pedro Lovera. La averiguación sumarial fue abierta por órdenes expresas del presidente Carlos Andrés Pérez. La instrucción del expediente fue realizada por un juez militar. Ese juez, después de un minucioso estudio de los hechos, decretó cuatro autos de detención en contra de las personas a cargo de la ejecución y supervisión de los compromisos contractuales. Uno de los afectados fue el vicealmirante Iván Carratú Molina. No conozco las causas por las cuales fue acusado el mencionado almirante, ya que la investigación de los hechos la realizaron, con total autonomía, los tribunales militares.
Con respecto a lo ocurrido el 4 de febrero de 1992, escribí el libro “Así se rindió Hugo Chávez”, publicado, en el año 2007, por El Nacional. Ese libro contiene una investigación muy bien sustentada sobre ese acontecimiento histórico, ampliada con diferentes hechos que ocurrieron en tan difícil situación política y militar. Al final de dicha investigación expreso: “He reconocido que durante mi actuación cometí errores. Los he confesado con absoluta sinceridad en estas páginas. También tuve muchos aciertos. Creo que el balance de mi actuación fue positivo. Mi mayor orgullo ha sido siempre haber evitado un doloroso derramamiento de sangre durante los sucesos del 4 de Febrero. Ese día sólo hubo 35 muertos entre soldados, estudiantes y policías. Muertes muy dolorosas. Eran todos jóvenes venezolanos que merecían vivir. La responsabilidad de esos asesinatos fue de los jefes de la sublevación militar, en particular del teniente coronel Hugo Chávez. Esa es la verdad. Manuel Caballero sostiene que la historia no es tribunal de nadie, que sólo narra los hechos. No estoy de acuerdo con ese criterio. Creo que la historia al contar, en el tiempo, un acontecimiento, valora con sentido crítico la actuación de los hombres. Espero sin temor el juicio de la historia. Tengo mi conciencia tranquila”.
Lo cierto es que a raíz del resultado de la averiguación sumarial, comenzó esta cadena de ataques del almirante Carratú, valiéndose del poco o nulo conocimiento de los asuntos militares que tiene nuestra sociedad, para erigirse en adalid del rescate de la democracia. Debo aclarar que me causó gran extrañeza, que en una página virtual que el general Juan Ferrer Barazarte ha puesto a circular para su promoción como candidato a vocal de la junta del IORFAN, fuera publicado el último ataque de Carratú. No cabe duda que quienes lo publicaron tuvieron la aviesa intención de dañar mi reputación y someterme al escarnio público. Por eso, alerto a todos mis compañeros de armas para que no se presten inconscientemente a servir de multiplicadores a quienes pretenden injustificadamente dañar el buen nombre de quienes consideran sus enemigos. No pretendo evadir responsabilidades. De hecho, las he asumido públicamente en forma verbal y escrita. Pero no puedo permanecer impasible ante tantas calumnias. La mitomanía que se ha apoderado de la personalidad del Almirante Carratú, a quien leemos y oímos permanentemente magnificando su actuación el 4 de febrero de 1992, como si él hubiese sido el único en defender la vida del presidente Pérez y la integridad del palacio presidencial, durante el asalto perpetrado por los insurrectos en la madrugada de ese día. Dice poco de su interés por la verdad.
Varios oficiales han rechazado esta absurda posición, entre ellos el general, entonces Coronel, Rafael Hung Díaz, lamentablemente fallecido, quien se desempeñaba como sub-jefe de la Casa Militar, cuya valentía y arrojo repeliendo el artero ataque golpista junto al general, entonces Teniente Coronel Rommel Fuenmayor y un pequeño grupo de soldados y escoltas civiles, impidieron la toma del Palacio Presidencial. Solo quisiera agregar que fui yo, no Carratú, quien hizo despertar al presidente Pérez por una de sus hijas y le sugerí trasladarse inmediatamente a Miraflores y que luego se dirigiera a los venezolanos, como lo hizo desde Venevisión. En nuestra conversación acordamos que él se dirigiría a Miraflores y yo al Ministerio de la Defensa. Mientras tanto, el Almirante Carratú permanecía en su residencia y después de arribar al Palacio, en lugar de activar el Plan de Defensa Inmediata, tardó más de media hora en tomar las acciones necesarias, lo que permitió el ingreso de 9 tanques en poder de los insurrectos a la vialidad interna de la sede presidencial. Es decir, su incapacidad militar fue lo que en verdad puso en grave riesgo la seguridad de Carlos Andrés Pérez. En todo caso, en mi libro narro todas las ocurrencias de ese aciago día. Tengo copia virtual, la cual pongo a la orden a quien lo quiera leer.
Por último debo agregar que lamento mucho encontrarme en esta enojosa situación, pero no me ha quedado otra alternativa sino salirle al paso a ese egocentrismo exacerbado que a lo único que contribuye es a confundir a la opinión pública. La mentira tiene que ser enfrentada con la verdad en beneficio del honor militar. La mitomanía enfermiza de Carratú lo lleva hasta el extremo de afirmar que yo me encontraba comprometido en dicha asonada. Si esta afirmación tuviese un ápice de verdad, difícilmente Carlos Andrés Pérez me hubiese permitido continuar ejerciendo, en momentos tan delicados para la seguridad de su gobierno, mis funciones de ministro de la Defensa, ni posteriormente, al pasar al retiro, me hubiese honrado nombrándome canciller de la República. Por último, le sugeriría al almirante Carratú que emplee toda esa energía que utiliza para maltratar y ofender en limpiar su nombre y aclarar a la opinión pública las razones por las cuales se vio envuelto en el bochornoso caso Turpial.
Cordialmente, Fernando Ochoa Antich (fochoaantich@gmail.