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A la memoria de Octavio Lepage

Sentí una profunda tristeza al conocer la muerte de mi respetado amigo Octavio Lepage. Desde joven siempre  me distinguió  con su afecto y cordialidad. De mi parte hubo por él permanente admiración. Le reconocía su honestidad, austeridad, y patriotismo. Su amistad la heredé de mi padre. Se conocieron en 1945, cuando papá ejercía funciones de comandante de la Policía de Caracas durante el gobierno de Isaías Medina Angarita y Octavio Lepage era estudiante en la Universidad Central.  Después, intimaron durante el tiempo que estuvieron presos en la Penitenciaría de San Juan de los Morros durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Mantenía, cada vez que podía, que mi padre era un tachirense de gran valor, carácter y reciedumbre. Yo le escuchaba  a papá y a sus amigos reconocer su firmeza en la lucha contra la dictadura cuando ejerció las funciones de Secretario General de Acción Democrática en la clandestinidad,

En los complicados momentos del segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, en el cual desempeñé el ministerio de la Defensa y la Cancillería, me mostró solidaridad y apoyo ante la campaña que algunos amigos íntimos del presidente Pérez habían iniciado en mi contra para convencerlo que debía destituirme del ministerio de la Defensa por, según ellos, encontrarme comprometido en la insurrección militar del 4 de febrero de 1992. En medio de esa campaña, le presenté formal renuncia de mi cargo al presidente Pérez. No la aceptó y me dio pruebas irrefutables de su confianza. Justamente, en esos días, conocí que Octavio Lepage y Luis Piñerúa conversaron con el presidente Pérez para manifestarle su certeza de que esa campaña en mi contra era una canallada. El presidente Pérez les dijo que él me conocía suficientemente bien para estar seguro de mi lealtad.

Al encargarse de la presidencia de la República, ante la separación del cargo de Carlos Andrés Pérez para enfrentar el juicio incoado en su contra de una manera injusta sólo para satisfacer viejos resentimientos, conversó conmigo para ofrecerme el ministerio del Interior.  Le respondí que a mí me agradaba más la Cancillería, pero que si él lo consideraba necesario, con gusto, lo acompañaría en las funciones que él considerara convenientes para enfrentar tan difíciles circunstancias históricas.

No había tenido la oportunidad de escuchar sus análisis políticos. Gracias a la invitación que me hizo Adolfo Salgueiro y un grupo de amigos para formar parte de lo que yo llamo, con gran simpatía, la Peña de los Jueves, lo pude escuchar. Allí mostraba, igual que en sus crónicas semanales, una clara visión de los acontecimientos nacionales e históricos demostrando una transcendente cultura y una gran experiencia política. Definitivamente, Venezuela, con su desaparición física, perdió un gran hombre.

Paz a su alma.

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