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Zaguán de letras

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Antes de entrar en la casa para contar la historia que me propongo contar, quiero y debo hacer una aclaratoria: Inés Quintero, una de las profesionales de la Historia más competentes de nuestro tiempo, en su libro “El sucesor de Bolívar. Biografía política de Antonio José de Sucre”, se refiere a la orientación “narrativa, descriptiva, cronológica y lineal” de casi todas, si no todas, las biografías que sobre Sucre se han hecho, y en especial a las versiones idealizadas “de su protagonismo heroico como prócer emblemático de la Independencia”. Pues bien, eso lo leí poco antes de empezar la enésima revisión del texto, en abril de 2007, mucho tiempo después de haber escrito la casi totalidad de este libro, que en realidad no pretende ser una biografía de Antonio José de Sucre, sino un análisis de su personalidad y de su tiempo, en el que, casi inevitablemente, se coló una biografía. Lo que quiero aclarar es que mi trabajo sobre Sucre no es del todo ni cronológico ni absolutamente lineal ni necesariamente descriptivo, aunque en buena parte sí es narrativo, porque yo no soy historiador, sino narrador por excelencia. Pero sí se refiere abiertamente al “protagonismo heroico de Sucre como prócer emblemático de la Independencia”. No pretendo excusarme, ni siquiera explicarme, pero ocurre que al hacer esta obra no me he colocado como un distante investigador, sino como alguien que conversa, que escribe acerca de un familiar que conoce muy bien. Porque desde que adquirí algún uso de razón oí hablar de él, a mi madre y a mis tíos en especial, que genéticamente tenían con “Toñito” Sucre un parentesco casi indescifrable, que según los científicos que a eso de la genética se dedican, y debido a la endogamia de la familia Sucre, no debe andar muy lejos de la relación genética que existe entre dos hermanos o tíos y sobrinos o abuelos y nietos. Mi madre y sus hermanos eran Sucre Urbaneja (la misma combinación de apellidos del padre de Toñito), hijos de Eduardo Sucre Urbaneja y su prima hermana Emilia Urbaneja, y Eduardo Sucre Urbaneja era hijo de Luis Sucre Sucre (casado con Santos Urbaneja y Barba, tía directa de la que después fue su nuera), que a su vez era hijo de Luis Sucre y Ramírez de Bastos y de Ana Estefanía Sucre Márquez (que era sobrina carnal –¡O tempora, o mores!– de su marido), y Luis Sucre y Ramírez, por último, era hijo de Francisco José Sucre Urbaneja, abuelo de su mujer y hermano de Vicente, el padre de Toñito. Para colmo, Vicente se casó en segundas nupcias con una Márquez Alcalá, prima hermana de su difunta, y engendró a los Sucre Márquez, los mediohermanos de Toñito. El rabo de cochino de los parientes y personajes de Gabriel García Márquez (?) es poca cosa: el de los Sucre debe ser de dinosaurio. Difícilmente, pues, me podría salir yo del terreno de lo panegírico al escribir sobre Toñito Sucre, a quien siento como un tío, un primo, muy cercano, cuyo rostro vi desde muy niño, convertido en la cara de una de mis tías, o de uno de los primos hermanos (y primos terceros, a la vez, por ser hijo de un hermano de mi abuela y de una sobrina de mi abuelo) de mi madre. Y, sin embargo, he hecho un esfuerzo consciente y continuado para tratar de ser lo más objetivo posible. Lo que no sé es si lo he logrado, o si era siquiera posible lograrlo. Dicho lo que había que decir, pasemos, pues, a la materia del libro.
También señala Inés Quintero algo que, por obvio, parecería haber sido siempre ignorado: el hecho de que el apoyo de Sucre a Bolívar se debió a una clara identificación social. Toñito Sucre pertenecía, en Cumaná, a la misma clase social a la que pertenecía Simón Bolívar en Caracas (una falsa y muy dudosa aristocracia aldeana), y ese hecho prevaleció en sus relaciones. Ninguno de los dos fue un santo, como lo pretende la historiografía venezolana. Sucre era un hombre de carácter, y hasta de mal carácter, y si lo juzgamos por sus costumbres en relación a su época, se sabe que tuvo varias amantes y por lo menos tres hijos naturales. Bolívar fue un hombre de bragueta alegre, que no tuvo hijos naturales porque no podía tener hijos, pero de que lo intentó, lo intentó muchas veces y con varias parejas. Por esa sola causa ninguno de los dos sería candidato a beatificación, y mucho menos a que se les considere dioses. Fueron humanos, tan humanos como cualquiera. Fueron carismáticos y supieron, sobre todo Bolívar, interpretar la realidad de su tiempo. Sucre aceptó un papel subalterno, y la prueba de que tenía razón está en su fracaso como gobernante, cuando no tuvo junto a sí a su mentor. Bolívar, desde el momento en que apartó del camino a Miranda, quiso ser jefe y lo fue, y hasta actuó como caudillo tropical y semibárbaro a pesar de la educación que había recibido. Era indispensable para lograr lo que logró. Era indispensable para lograr lo que lograron. Si hubieran sido mansas palomas habrían terminado devorados por los gavilanes. Por encima de todo, fueron seres humanos, con virtudes, sí, pero, afortunadamente, con defectos, con muchos defectos que los alejan del cielo, porque el cielo debe ser fastidiosísimo.

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