Au Pied de Cochon
Mi primera y última comida en Ciudad de México, a comienzos de año, fue en Au Pied de Cochon, uno de los cinco restoranes del Hotel Presidente Intercontinental.
Puesto que no hay vuelos directos desde nuestra aporreada Venezuela, el trayecto se hace largo y la llegada tardía.
Entré al hotel con hambre, lo que no era el caso de mis casi 20 compañeros de viaje, preguntándome si podría pedir algo a la habitación. Para mi sorpresa ¡había un restorán abierto! Dos de mis amigos quisieron “solo acompañarme” y terminaron comiendo tanto como yo. La disposición les varió en cuanto vieron mi primera escogencia: una sugestiva sopa de pescado. Comenzaron por saborearla y aprobarla para en seguida optar por probar otra: la de cebolla.
Me tocó a mí el turno de decir “me gusta” cuando invadí sus platos. Siguió una ensalada de endivias, peras y nueces de macadamia, con aderezo de queso roquefort que resultó, igualmente, placentera a mi paladar. Así mismo, la de bogavante con vinagreta coral al estragón que prefirieron mis “solo para acompañarte”. Tuve que guardarme las ganas de coronar con buen tequila porque habían pasado las dos de la mañana, hora límite para servir alcohol.
Hace varias décadas, los italianos solían decir “dove si dorme non si mangia e dove si mangia non si beve il café”. Era usual oír una expresión equivalente en otros países europeos. Una de las para mí comprobadas excepciones de entonces era L’Epicure del hotel Le Bristol de París, que recién mereció la tercera estrella Michelin y el cual disfrute reiteradamente cuando solo tenía una. Hoy, ello ha cambiado y cómo pensaba mientras saciaba mi hambre y complacía mi gusto esa madrugada de fin de enero.
Au Pie de Cochon está abierto 24 horas. Su ubicación en Campos Elyseos, en Polanco, lo hace un animado post espectáculo, cuando en el Auditorio Nacional, tan moderno y tan vecino, tiene lugar algún concierto que atrae a quienes, además, aprecian el comer bien y desean prolongar el agrado del buen rato.
La noche antes del regreso, la maleta pendiente y la hora me sugirieron cenar en el hotel, en vez de salir –como tenía previsto–, recibí con agrado la amable invitación de Isabel Azpiri, directora de Relaciones Públicas y Comunicación del Grupo Presidente, para cenar en uno de los restoranes del hotel. Preferí volver a Au Pied de Cochon.
Fue una buena elección que me permitió regalarme con ostras de Japón, California y Francia, rematando el placer con una tártara (así con a al final) de atún. En ambas ocasiones, recordé el resto parisino original con ese nombre, justo frente al mercado, transformado años después en una plaza con locales comerciales bajo la superficie.
A comienzo de los 60, en la madrugada, veía carniceros con sus batas blancas manchadas de rojo, de pie frente al “comptoir” –barra-, en la planta baja, quienes atravesaban la calle, en un breve alto en sus tareas, para beber un “coup de rouge”, un pastis, un “calva” u otro trago. A su lado pasaban artistas y figuras reconocibles por las fotos en diarios y revistas, en smoking y traje largo, a culminar una noche festiva y a quienes tuve de vecinos de mesa.
Regresando al Au Pied de Cochon mexicano, con frecuencia selecciono dos entradas y si es tarde en la noche, aún más. Así que nada puedo decir de los platos fuertes pero a la satisfacción obtenida se le hace impensable una diferencia sustancial en la calidad.