Tirando las primeras piedras
Camilo José Cela, premio Nóbel de literatura fue acusado, no una, si no varias veces, de plagio. Me cuesta mucho trabajo pensar que un escritor de su envergadura fuera capaz de apropiarse de una idea ajena, pero no meto las manos al fuego ni por mis propias debilidades, que son abundantes, y tampoco tiro piedras a nadie, pero ello no me invalida para dudar metódicamente de los virtuosos o de los que presumen serlo, sean o no famosos. En el caso del gran escritor gallego, en opinión de una juez que da seguimiento a una denuncia post-mortem que ya había sido desestimada, “La Cruz de San Andrés «presenta tantas coincidencias y similitudes» con la obra de la escritora María del Carmen Formoso «que para realizar tal transformación la novela de la querellante hubo de ser necesariamente facilitada» a Cela «para que, tomándola como referencia o base, hiciera lo que el perito denomina aprovechamiento artístico» de aquélla. De esa manera, añade la juez, la obra de Formoso fue «transformada» por Cela «en una obra estéticamente diferente, con el sello propio de su autor, que presentada al mismo certamen literario resultaría premiada». Y para evitar que me acusen de lo mismo que señalo, preciso, como lo suelo hacer siempre en estos casos, que este párrafo entrecomillado fue tomado de una noticia reciente del diario El País.
Es deseable que la crítica pase primero por la autocrítica, pero ésta hay que seguir ejerciéndola sin coacción y sin miedo, aún a sabiendas de que siempre tendrá un costo señalar los desacuerdos. La disidencia sale cara, sin embargo, es un sino en el carácter de muchas personas y no se requiere agregar la palabra “constructiva”, para justificar el derecho a formular las discrepancias. Es el caso de las acusaciones contra muchos deportistas y ministros de variados cultos. Muchos ciclistas, futbolistas y boxeadores no escapan a señalamientos sospechosos y tarde o temprano acabamos descubriendo la trampa y la farsa.. En el caso de los deportistas es sabido que muchos de ellos, incluidos campeones connotados, recurren a sustancias prohibidas para doparse. La vuelta a Francia cada año despierta mayores suspicacias. Lamentablemente, los malos ejemplos cunden y son los más jóvenes los que resultan afectados por las conductas públicas de sus “ídolos”. En el caso reciente de un futbolista paraguayo baleado en un “antro”, por más que la televisión corra una cortina de silencio, sigue siendo legítimo preguntarse qué hacía un deportista de alto rendimiento en una cantina “chida”, de “buena muerte”, antípoda del espíritu de sobriedad que representa su trabajo.
Muchas figuras mundiales acaban reconociendo fallas y pecados, en medio de poses mediáticas. Se ha puesto de moda la confesión o la delación pública de lo íntimo. Hemos llegado al punto en que revelar debilidades rinde dividendos. El ejercicio también ha sido de índole literaria. Recordemos el escándalo que despertaron las revelaciones de Simone de Beauvoir sobre la senilidad de uno de los más lúcidos y brillantes pensadores del siglo XX, su compañero de toda la vida, Sartre, cuyos desfiguros gagá conocimos con pelos y señales, gracias a la autora del “Segundo Sexo”. Y así por delante. Ahora resulta que la virtual viuda del autor de la trilogía Milennium, habría sido coautora de ese fenómeno literario de las últimas décadas; Stieg Larson combina magistralmente la novela negra con la denuncia de los sub-mundos del neofascismo europeo. La revelación de quien fue su compañera de toda la vida llega un poco tarde y se suma a la zaga en que se ha convertido el pleito de familia sobre los derechos de autor de un malogrado escritor que no llegó a ver publicada una obra de denuncia en la que gravita la defensa de los derechos femeninos. Triste ironía; precisamente el padre y el hermano, muy distantes del autor, se han ensañado con su mujer, despojándola de cualquier derecho sobre los millonarios dividendos de la trilogía que ahora sabemos que podría haber sido redactada al alimón.
El asunto de la implicación en graves violaciones de algunos curas pederastas (de Irlanda a Chile, pasando por México, Italia, España y Norteamérica) , que se revela en estos días como un extraordinario vendaval, es más doloroso. Lo complica la alevosía con que actúan seres dedicados a la trascendencia espiritual; destrozan la psiquis y en la mayoría de los casos, transforman la existencia normal de miles de víctimas inocentes en un infierno. Se trata de individuos que escudándose en la autoridad religiosa acaban traicionando y desmereciendo a fondo su misión ética. Es profundamente deshonesto ampararse en un ministerio para atentar contra la integridad física y moral de la persona. La investidura eclesiástica añade dramatismo a las faltas y destapa una caja de Pandora, la de la complicidad de las jerarquías. Los estamentos superiores de la iglesia católica, en el caso del señor Marcial Maciel (me resisto a seguir llamando Padre a un hombre sin escrúpulos que habría envilecido a sus propios hijos) no podían haber ignorado, durante varias décadas, las fechorías y delitos de un millonario depredador.