Sobre ruedas y sin límites, así se baila el tango
Brenda Holtz y Horacio Tolosa son una pareja de tango callejero de Buenos Aires. Podrían ser dos bailarines más que conectan al viandante con la pasión y la melancolía porteña, pero no es así, ya que su danza, además de ir sobre ruedas, no tiene límites creativos sobre las aceras.
«Con Brenda es un baile que es hermoso, pero también no tiene limitaciones en lo creativo. No tiene limitaciones de nada: de lo que es la expresión de los cuerpos, de lo que es el fluir mientras se baila…al contrario, es mucho mejor», explica Horacio, que ve una ventaja en que Brenda, su pareja de danza y «de vida» como dicen cariñosamente en sus espectáculos callejeros, baile desde una silla de ruedas por su discapacidad.
Brenda admite a sus 42 años que siempre le gustó bailar.
Cada vez que se presentaba la ocasión hacía mover sus ruedas y su cuerpo al ritmo de la melodía.
Sin embargo, fue en 2008 cuando se convenció para formarse de manera más profesional y encontró una oportunidad en la Universidad Nacional de las Artes de Buenos Aires.
El tango llegó a su vida un poquito más tarde.
Si le costó «mucho» encontrar un lugar donde aprender expresión corporal, con el tango se acotaban aún más las posibilidades, ya que según cuenta, en su ciudad solo hay «un par» de academias para personas con discapacidad.
Fue una amiga la que le enseñó los básicos del tango hace 4 años y ahora toma clases con un profesor que adapta los pasos a sus movimientos.
«El límite es tu cabeza», afirma Brenda.
Hasta las cosas que parecen imposibles con «media vuelta» se consiguen, explica la bailarina, quien también cuenta con la seguridad y la confianza de su pareja para lograrlo.
«Si algo te gusta, te llega y sentís que te vibra dentro ¡no tenés que perderlo! Del modo que sea, con el tiempo que te lleve: hacé lo que te gusta. Hacelo ahora, mañana no sabés», dice para animar a todos aquellos que sienten que les «pesa» más lo que opinen los de «afuera» que lo que quieran hacer ellos mismos.
Cuando Brenda asiste a las míticas milongas porteñas, todavía hay gente que dice que lo que baila no es tango porque «no tiene el abrazo real» de este estilo de danza.
Pero ella insiste: «No me hace falta abrazarme si siento el tango. Yo bailo lo que siento y como lo siento. Mientras que haya sentimiento hay danza ¡Punto!».
«La otra persona tiene que abrir la cabeza a que vos hacés lo mismo, pero de forma diferente», expresa con ahínco.
La primera vez que Horacio vio bailar a Brenda en la popular milonga de plaza Dorrego en el barrio de San Telmo, le pareció «extraño». Aún así bailaron.
«Me sentí incómodo, con miedo a lastimarla, porque yo estaba acostumbrado a bailar de una forma muy distinta», cuenta Horacio, que de sus 37 años, lleva unos 20 subido a los zapatos de baile.
«Pero nunca pensé que no se podía adaptar, o sea ¡todo es adaptable!», continúa el bailarín, que disfruta desafiando los límites que algunos creen que tiene el tango y siente que todavía le quedan muchas figuras por explorar con su compañera.
Un no rotundo alza Brenda para aquellos que piensan que todavía los pasos de tango los domina el hombre. Ni siquiera en su caso.
«Yo bailo cuando me llevan, pero si yo te quiero llevar también te llevo», explica al apoyarse en la nueva tendencia de en las milongas, el ‘Tango Queer’.
En este caso, hombres y mujeres aprenden ambos roles y sacan a la pista a personas de su mismo sexo.
La danza de Brenda y Horacio, pasional, tierna y pícara, es reflejo del sincero amor que expresan el un por el otro.
«Es una mezcla de sentimientos, de pasión de confianza, de seguridad…es una mezcla de tantas cosas lo que sentimos a la hora de bailar, y lo que yo siento a la hora de bailar, que es hermoso la verdad», lanza Horacio tras un profundo y tierno suspiro.
Sobre las ruedas de Brenda, que usa desde que nació a causa de su espina bífida, no existen los complejos ni estos tienen razón de ser. Una bailarina más. Una bailarina diferente. Él le da al ‘play’ y ella siente que vuela, que se pierde. «Solo existe la música, Horacio y yo», concluye.