Ser arquitecto
Los estudiantes de arquitectura podíamos sentirnos parte de un movimiento, una comunidad que en muchas partes del mundo hacía propaganda a favor de un modo de ver la ciudad, con la arquitectura como instrumento de superación social, de acercamiento al arte, de vinculación a la memoria histórica, de ubicación frente a lo que ocurría. Medio siglo después, el estudiante de hoy no creo que tenga esa misma sensación de pertenencia a una suerte de milicia transnacional. Las afinidades ahora tienen mucho menos que ver con principios de orden ético y más con preferencias que exagerando un poco pudiéramos llamar «estéticas», y asumiendo el papel de censor, modas. Pero en mi generación, cuando el sujeto se tomaba las cosas en serio, afirmaba sus puntos de vista con dureza, se hacía excluyente, actuaba siguiendo un guión de rebeldía. Algunos de nuestros profesores promovían esa actitud. Los había quienes recalcaban la justificación política, pero la mayor parte insistían en sesgos de conducta y nociones culturales que desarrollaban en el estudiante un talante de anunciador de nuevos tiempos que podía ser antipático. Bienvenido sin embargo por parte de gentes mayores con ideales más o menos utópicos. Educadores por ejemplo. O sacerdotes como el que conocí en Chile en 1960, el padre Ernesto Durán, ya fallecido, que decía simpatizar con los «de arquitectura» porque le parecían abiertos al cambio. JUAN CARDÓN Cardón nos llevaba a hacer recorridos al barrio donde vivía, en las colinas de El Valle, y la mayoría éramos de arquitectura, preocupados por lo que era necesario hacer en esas zonas que hoy llamamos marginales y en ese entonces comenzaban. Hasta ahora, en esos cerros donde Cardón nos hacía notar la difícil cara de la miseria, el único verdadero cambio ha sido el de la «solidificación» del barrio, gracias al esfuerzo individual que cambia cartón por madera, madera por bloques, zinc por «platabanda» y así por el estilo. Y han surgido estudiosos, colegas que han hecho de ese fenómeno asunto central de su vida profesional y académica hasta hacerse expertos. De resto todavía se espera un esfuerzo de dignificación que refleje siquiera un poco las expectativas de los adolescentes que acompañaban a este cura nacido lejos, capaz de encarnar motivaciones y razones para crear una conciencia. MIRADA IDEOLÓGICA En lo personal digo un tanto avergonzado que yo veía a la Catedral de San Pedro, por ejemplo, como muestra de una visión contaminada de los valores del cristianismo, cerrándome a mucho de lo imperecedero que hay en ella y su historia. Y en mi primer viaje a Italia en 1959, aún estudiante, la grandiosidad del prodigioso templo me despertaba una antipatía casi insuperable. El exceso (de tamaño, de profusión decorativa, de doradinas, de deseos de impresionar) me impedía ver con frescura (no siempre hay frescura en el joven) la maravillosa cúpula o la contención de la primera planta de Miguel Angel. Y el desfile ansioso frente a La Pietá me parecía un convencionalismo turístico. Asociaba el brillo renacentista a jerarquías palaciegas o eclesiásticas que sólo podía olvidar en la contemplación de las obras maestras que avasallan hasta aplastar toda defensa. En cambio, el gótico en su búsqueda de liviandad, cuyas mejores versiones refutaban la necesidad del ornamento superpuesto, del refinamiento en segunda etapa que los manifiestos arquitectónicos tanto condenaban, era para nosotros una referencia de primer orden. Desarrollo superior de la maravillosa austeridad románica que era posible ver como enseñanza de vida, como muestra de un modo de hacer. En un diálogo que Paul Claudel incluyó en su obra teatral La Anunciacíón hecha a María, se resumía esa especial relación entre las medidas del hombre y el modo de construir que uno admiraba. Y es que Claudel también era parte de esa búsqueda hacia las verdades humanas más esenciales que la modernidad quiso convertir en estandarte. Lo «moderno» tenía una condición auroral, no cazbe duda. Hoy semi-olvidada, para, como tantas cosas, aspirar a ser redescubierta ante el agotamiento de la desmesura, el espectáculo y el cinismo.
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