SANCHOS ANDANTES
El Quijote es un personaje que gusta y despierta adhesiones incondicionales. Es un personaje que se traspapela con los deseos más ulteriores del lector y enseguida cala debido a que representa al prototipo idóneo del idealista, de ese soñador que no las tiene todas consigo, que no tiene todo claro y que asume riesgos aunque al final su empresa sea un rutilante fracaso, aunque su gesta sea un revés rotundo.
(%=Image(3033536,»R»)%) Por el contrario Sancho Panza es el aguafiestas, el tosco, el rudo, el ser ordinario que sólo sueña con viandas y que tiene un sentido práctico del vivir; para él la vida no tiene metáforas, sino lecciones rudas que le van dejando una enseñanza. Sancho es lo que se podría catalogar como el aprendiz orillero, pero aprendiz al fin decide acompañar al Quijote en su cruzada, impregnada de espejos y delirios, para ver que puede aprender y que puede obtener a cambio de sus servicios. Además en el contrato verbal con Don Quijote se mencionó una ínsula, botín más que tentador para acompañar a ese caballero un tanto desfasado, pero inteligente y del que puede aprender mucho si como él se tiene poca sal en la mollera.
El Quijote y Sancho son personajes opuestos en todo. Mientras el primero es un hombre versado en el arte de la lectura, el otro es un analfabeta nutrido a duras penas de cultura oral. El Quijote es eso que Canetti denomina como un hombre-libro. Con cincuenta años ha comprobado que su vida ha llegado a un punto muerto, nada le anima y hundido en la depresión sólo en la lectura trata de curarse de su desazón espiritual. Los libros y la vida lo han colocado en ese punto y es entonces, gracias a una suerte de iluminación o delirio, en la cual decide que sean los libros y la vida combinados que le permitan darle un viraje completo a su vida sosegada y aburrida. Hacer realidad aquello que está en los libros al parecer es un buen inicio.
Como buen lector el Quijote tiene sus preferencias. Le encantan las novelas de caballerías, quizá porque ofrecen un mundo rico en aventuras y con historias donde lo inverosímil le proporciona carnadura poética a la existencia de sus héroes. Lee estas novelas para salir de su vida claustrofóbica, plena de rutina y bostezos. Quizá ha leído y releído mucho sus amados libros de caballería y comprueba en un determinado momento que ya estos tampoco lo sacan de su tedio de vivir. Necesita que lo leído se haga soluble en la realidad de todos los días, que ese mundo fantástico de heroísmo, virtud, nobleza y honor se haga palpable en la vida ordinaria y decide el mismo convertirse en caballero, en trasmutarse en personaje. Con dicho gesto no sólo dará fin a cincuenta años de vacío existencial, sino que se otorgará una vida completamente distinta.
A todas estas Sancho es un campesino con una existencia rodeada de miseria por todas partes. Por supuesto su vida no es excepcional en ningún sentido, el como labriego no tiene ni siquiera el consuelo de la lectura. Pero de pronto llega este hombre y le obsequia el billete para que emprenda el viaje, la aventura de su vida. Nada tiene que perder. Aunque está casado esto no le impedirá emprender camino.
En un principio Sancho se resiste. Pregunta cual es la paga y como Quijote, en estas lides de caballero andante se guía por lo leído en sus novelas, aduce que él no ha realizado lectura alguna en que los caballeros pagaran a su escudero. Sancho lo convence con su retórica inmediatista y el Quijote accede ofreciéndole una ínsula en el cual podrá gobernar a sus anchas. La frase de Sancho es de antología: “Gobernar es bueno, aunque sea un hato de ganado”.
Sancho en su travesía con Don Quijote como buen alumno ha logrando aprender lo que su tozudo entendimiento le permite. Pero es un aprendizaje doloroso. Durante en el trayecto para enderezar entuertos, al igual que su amo, es objeto de burla, golpizas y persecuciones.
Los episodios de la novela que tienen como protagonista a Sancho, poseen una ternura entre lo dramático y lo cómico. Pero en el fondo es un personaje menos enfático que Don Quijote. Su ignorancia le salva de la vileza que bulle a su alrededor, le salva incluso cuando es él algo vil. Mi escena predilecta del libro es cuando funge como gobernador de Barataria. Sancho se comporta con tal sabiduría y equidad que uno se asombra: “Mirad si queréis otra cosa -dijo Sancho-, y no la dejéis de decir por empacho ni por vergüenza.
-No, por cierto -respondió el labrador.
Y, apenas dijo esto, cuando, levantándose en pie el gobernador, asió de la silla en que estaba sentado y dijo:
-¡Voto a tal, don patán rústico y mal mirado, que si no os apartáis y ascondéis luego de mi presencia, que con esta silla os rompa y abra la cabeza! Hideputa bellaco, pintor del mesmo demonio, ¿y a estas horas te vienes a pedirme seiscientos ducados?; y ¿dónde los tengo yo, hediondo?; y ¿por qué te los había de dar, aunque los tuviera, socarrón y mentecato?; y ¿qué se me da a mí de Miguel Turra, ni de todo el linaje de los Perlerines? ¡Va de mí, digo; si no, por vida del duque mi señor, que haga lo que tengo dicho! Tú no debes de ser de Miguel Turra, sino algún socarrón que, para tentarme, te ha enviado aquí el infierno. Dime, desalmado, aún no ha día y medio que tengo el gobierno, y ¿ya quieres que tenga seiscientos ducados?
Hizo de señas el maestresala al labrador que se saliese de la sala, el cual lo hizo cabizbajo…”
Como se sabe al final del libro cuando Don Quijote recupera la razón: “Dadme albricias, buenos señores, de que ya yo no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres me dieron renombre de Bueno. Ya soy enemigo de Amadís de Gaula y de toda la infinita caterva de su linaje, ya me son odiosas todas las historias profanas del andante caballería, ya conozco mi necedad y el peligro en que me pusieron haberlas leído,..”
Todos los allegados parecen complacidos, pero sólo Sancho está embargado por la tristeza y en ese trance dice:
“-¡Ay! -respondió Sancho, llorando-: no se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía. Mire no sea perezoso, sino levántese desa cama, y vámonos al campo…”
Hablar de quijotización de Sancho, siempre me resultó una idiotez mayúscula. Sancho fue gran alumno y como tal aprendió la lección: Es necesario la locura para hacer de la vida una travesía interesante, para convertirla en un acto mágico. Vamos Sancho, volvamos al camino que hay muchos Quijotes degradados deshonrando la profesión de Caballero Andante, hay muchos maestros del quijotismo y muy pocos alumnos para aprender esas lecciones iluminadas que el mundo encierra.