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Salvador Garmendia escritor a tiempo completo

Pocos escritores venezolanos han sido tan escritores como Salvador Garmendia (1928-2001). Y, sin embargo, estuvo muy cerca de no ser siquiera escritor. Una tuberculosis infantil lo obligó a quedarse en cama por más de tres años, sin poder seguir estudios regulares y a una edad crucial, cuando empezaba su adolescencia. Pero su hermano, Hermann Garmendia, varios años mayor que él, intelectual (fue muchos años Cronista de Barquisimeto) se dedicó a enseñarle y a educarlo, y, sobre todo, lo orientó en sus lecturas, que constituían su mayor distracción. Así se formó un escritor, que bien podría calificarse de autodidacta, aunque sería mucho más justo decir que fue Hermandidacto, por lo de Herman y por lo de hermano. Con algún atraso completó su bachillerato, pero no pudo seguir una carrera universitaria por falta de recursos económicos. Aunque lo correcto es afirmar que sí completó una carrera muy exitosa: la de escritor.

Nació en Barquisimeto el 11 de junio de 1928, en una familia de evidentes tendencias intelectuales. Su primera incursión en el mundo literario fue El Parque (1946), a la que se le puso la etiqueta de “novela corta”, aunque parece ser que era más bien un relato –ni cuento ni novela– que no tuvo la más mínima trascendencia. Tampoco tuvo mucho éxito –aunque le valió un premio– su primera novela propiamente dicha, Los pequeños seres (1958), con la que entró en el camino de lo que sería su temática casi única: “los hombres grises que habitan una ciudad sin salidas: la burocracia, la clase media de barriada” (Domingo Miliani). Fue activo participante en grupos literarios de gran importancia, como Sardio y El techo de la ballena y participó activamente en la resistencia contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Durante el período democrático mantuvo siempre una posición progresista e inteligente, y en el mundo literario participó en numerosos movimientos, como “La República del Este” y “El Gusano de Luz”, la última peña literaria de Caracas. Fue también uno de los que en mayor grado resultó beneficiado por la apertura de la política cultural del país que funció entre las décadas de 1960 y 1990.

De su obra dice también Domingo Miliani: “son perfiles trazados con lenguaje duro, altamente cargado de sugestiones, seres gestuales. Es la poesía de lo cruento que emerge o se oculta en la sordidez de una materia hábilmente manejada. Los burócratas deformados hasta en la soledad de la piel arrancada en tiritas por inercia o nerviosismo; las ceremonias de Onán en graves templos descritos con implacable objetividad; el tiempo cenital y viscoso de las oficinas habitadas por la asiduidad rutinaria. O bien, el hombre acompañado de memorias turbias en el cuarto de barrio en actitud de un narciso irreconocible, plantado ante el espejo de un sexo huidizo. Todo este material conforma el mundo narrativo de quien sin duda es la más alta expresión de nuestra narrativa contemporánea. En sus dos últimos libros parece haber roto -¿definitivamente?- con la gravedad insolente que tanto se aplaude o critica en Garmendia, pero donde ya estaba repitiéndose. Una atmósfera diluida, lindera del absurdo y la fantasía, apunta en las mejores piezas de Difuntos, extraños y volátiles. Los escondites, en cambio, retornan a unas fuentes surrealistas que se mantienen más en la jerarquía del boceto, en apuntaciones de otra obra que ya viene: Los pies de barro.”

Tampoco obtuvo reconocimiento con su segunda novela, Los habitantes, editada por la Universidad Central de Venezuela en 1961. El reconocimiento le vino d afuera, cuando Emir Rodríguez Monegal y Ángel Rama destacaron su nombre en el Congreso Internacional de Literatura Iberoamericana de 1967, que fue consecuencia de la apertura de la política cultural iniciada por Consalvi, de la que Garmendia resultó uno de los más beneficiados. Esa misma política lo llevó a trabajar en la Cancillería Venezolana con mucho éxito como Consejero Cultural de la Embajada de Venezuela en Madrid entre 1984 y 1989, cuando pasó a actuar en la Dirección de Relaciones Culturales del MRE. En 1968 fue director de la revista Actual y de la Colección Actual de la Universidad de los Andes, en Mérida (Venezuela). En 1971, gracias a una beca de trabajo, se estableció cerca de Barcelona, en España, en donde se relacionó con varios de los más importantes escritores latinoamericanos. En 1972 le fue dado el Premio Nacional de Literatura y en 1989 recibió el Premio del Concurso de Cuentos Juan Rulfo, en París, por Tan desnuda como una piedra.
Con José Ignacio Cabrujas y otros intelectuales de gran valía estuvo entre los escritores que dedicaron su talento a escribir libretos para la televisión comercial, con lo cual no se pusieron en el nivel de las telenovelas, sino que elevaron las telenovelas al nivel de ellos. También escribió guiones para cine, como La gata borracha (1982), Fiebre (1975) y Juan Topocho (1977).
En 1976, a raíz de la publicación de El inquieto Anacobero, fue objeto de una demanda judicial al estilo de la Inquisición, demanda que le deparó a Garmendia el apoyo universal de las mentes abiertas, como fue el caso de Isaac J. Pardo, uno de los humanistas más completos que ha conocido Venezuela.
La vasta bibliografía de Garmendia incluye: El parque (1946), Los pequeños seres (1958), Los habitantes (1961), Día de ceniza (1963), Doble fondo (1966), La novela en Venezuela (1966), La mala vida (1968), Difuntos, extraños y volátiles (1970), Los escondites (1972), Los pies de barro (1972), Memorias de Altagracia (1974), El inquieto Anacobero y otros cuentos (1976), El brujo hípico y otros relatos (1979), Enmiendas y atropellos (1979), El único lugar posible (1981), Hace mal tiempo afuera (1986), La casa del tiempo (1986), El capitán Kid (1988), Cuentos cómicos (1991), La gata y la señora (1991), La vida buena (1994), La media espada de Amadís (1998), No es el espejo (obra póstuma, 2002), Anotaciones en cuaderno negro (obra póstuma, 2003), El regreso (obra póstuma 2004), y Entre tías y putas (obra póstuma, 2008).

Julio Ortega, refiriéndose a una de las novelas garmendianas acentúa lo que es la característica central de toda la novelística garmendiana, cuando dice: “El único lugar posible (1981) de Salvador Garmendia (Barquisimeto, 1928) es su novela más radical desde la postulación central del libro: la de la escritura haciéndose a partir del acto mismo de nombrar (como si entre los registros del lenguaje hubiese ya un hablar novelesco) y a través de los desdoblamientos de la ficción (como si esa habla franca del relato fuese el cuento de reinventar, cada vez, la historia de la novela). No en vano Garmendia es el narrador venezolano más fecundo y proteico (su registro narrativo es en sí mismo el mapa de un territorio tan factual como virtual); pero en esta novela extrema la flexibilidad de sus recursos, juega placenteramente con los mismos, se interpone estratagemas que resolver y los resuelve con brío; y, en fin, nos entrega un mundo acabado de nacer, como la hipótesis de una literatura posible y venidera, capaz de celebrar no sólo sus poderes de transformación sino el territorio del habla compartida, donde esta novela es una poética práctica, un manual de usar las palabras como si fueran las primeras o las últimas; o sea, con extrema audacia y con precisión amorosa.”

Víctor Bravo, en su trabajo sobre literatura fantástica, analiza con propiedad Memorias de Altagracia y El único lugar posible, y afirma que Garmendia, en ambas obras, funda un territorio “otro” donde la “real” importa, sí, pero fundamentalmente como límite.
Salvador Garmendia, cuya obra se basa en la exploración y el recuerdo de las dos ciudades en las que pasó la mayor parte de su vida, Barquisimeto y Caracas, es el maestro de la novelística urbana venezolana. Y uno de los aspectos más importantes de su obra es que fija el tiempo su propio tiempo, pues las dos ciudades que aparecen en su obra ya no existen, o, mejor dicho, sólo existen en su prosa.

Murió a los 72 años a causa de un problema pulmonar, quizá tardía consecuencia del que lo atacó en su infancia, y luego de superar un cáncer de garganta que limitó notablemente su voz. Estaba casado con Elisa Maggi, “La Negra” Maggi, una mujer excepcional que trabajó mucho tiempo en el área del libro.

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