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Proliferan los “Amigos digitales”: ¿Nos estamos volviendo adictos a los chatbots?

La IA ya no solo resuelve problemas, ahora también brinda compañía. Cada vez más personas buscan apoyo emocional en la inteligencia artificial, pero ¿a qué costo? Descubre el impacto de esta tendencia y sus riesgos ocultos

La carrera por desarrollar primero la Inteligencia Artificial General es cada vez más encarnizada y peligrosa para la humanidad. Desde demostraciones de robots con movimientos realistas para asistir en tareas del hogar, pasando por caballos electrónicos que solo les falta competir en un carrera, hasta la tercera versión de Grok – todo esto en apenas una semana-, todo parece indicar que alcanzar esta superinteligencia podría ocurrir antes de lo proyectado.

Neo Gamma es todo un sueño hecho realidad. Este robot humanoide, creado en Noruega, es lo más cercano que tenemos a Robotina. Está diseñado para ayudar en el hogar: sirve café, tiende la cama, controla aparatos electrónicos, actúa como tutor para los niños, movilizar objetos, entre muchas otras tareas. Además tiene cuenta con modelos avanzados de visión y lenguaje, convirtiéndose en el compañero ideal. Esto plantea una pregunta casi existencial: ¿hasta qué punto estamos dispuestos a delegar en máquinas decisiones que requieren sensibilidad humana? Y más aún, ¿pueden realmente sustituir nuestras necesidades sociales?

Según un estudio realizado por Bloomberg a finales de 2024 sobre el uso de los chatbots de inteligencia artificial, como ChatGPT, Gemini, Copilot, Claude o Pi, los usuarios visitan estas apps cerca de 180 veces al mes, lo que indica un uso muy frecuente. Es decir, la gente recurre de manera regular a estos “amigos digitales” para buscar ayuda de todo tipo, incluso emocional. En el mismo análisis, se determinó que casi una cuarta parte de los adultos y jóvenes en Estados Unidos se sienten socialmente aislados, lo que sugiere que la soledad los impulsa a buscar compañía en la IA, aunque son conscientes de que no están interactuando con personas reales.

Siguiendo esta tendencia de “amigo digital” llegó Grok 3.0 de Elon Mosk, y mucho antes Pi y Character.ai, este último con una historia trágica que contar. Hace unos meses, un chico de 14 años de Florida se suicidó tras meses de conversación con un bot hiperrealista en esta plataforma, desarrollando un apego romántico hacia la IA. El caso desató una gran polémica sobre el impacto emocional que pueden tener estos chatbots y la urgente necesidad de regulaciones globales que impidan situaciones como estas en el futuro.

Y no es para menos la preocupación. El deterioro de la sociedad y del núcleo familiar es cada vez más evidente en todo el mundo. Niños y, sobre todo, los adolescentes, al no sentirse seguros en sus relaciones interpersonales, se refugian en la tecnología: primero en las redes sociales y ahora en las inteligencias artificiales, que no solo responden casi cualquier pregunta, sino que además lo hacen sin juzgar. La IA les brinda una sensación de seguridad que muchas veces no encuentran en sus padres o familiares.

Además, estos chatbots tienen algo que los humanos no pueden igualar: disponibilidad constante. Según el mismo análisis de Bloomberg, esta característica genera en los usuarios una sensación de comodidad y seguridad difícil de encontrar en la vida real.

Sin embargo, esta dependencia excesiva de la tecnología está provocando una disminución de las habilidades esenciales. Los compañeros de IA pueden debilitar la capacidad humana de socialización y gestionar conflictos. Una verdadera mala noticia si pensamos realmente evolucionar como sociedad.

Afortunadamente, las empresas ya iniciaron protocolos para incorporar en sus algoritmos funciones de seguridad para proteger a los usuarios más jóvenes.  No obstante, el objetivo final sigue siendo hacer que los bots sean cada vez más realistas, difuminando las líneas entre las conexiones artificiales y reales.

La inteligencia artificial ha demostrado su capacidad para facilitarnos la vida, pero también plantea un dilema profundo:¿hasta qué punto estamos dispuestos a depender de ella?Si la tecnología avanza más rápido que nuestra capacidad de adaptación, podríamos estar creando no solo máquinas más inteligentes, sino también una sociedad más solitaria. La pregunta ya no es si podemos humanizar la IA, sino si estamos deshumanizándonos en el proceso.

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