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Por Hanni Ossott, poeta

Cierta vez, en Chile, en una feria del libro, mientras bebía un café con Salvador Garmendia y Humberto Díaz Casa- nueva, uno de los conter- tulios me preguntó si yo era poeta.

«No», le res- pondí: «yo soy poeta consorte». Cuando murió Hanni Ossott, escribí apenas una nota en mi columna semanal, excusándome de tratar en ella asuntos personales, cosa que no acostumbro hacer. «Pero», agregaba «Hanni Ossott no era sólo mi esposa, sino una de las primeras voces de nuestra poesía», cosa dicha y redicha por todos los poetas y críticos que conocieron su obra.

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Si hacía alusión a ella en ese momento, era para conjurar una muerte y celebrar un destino; su destino de poeta que desde entonces no ha cesado de crecer.

Harold Alvarado Te- norio ha insis tido esta vez en que escriba una página sobre ella, como intro- ducción a una selección de textos suyos para su revista.

No creo que a nadie interese el relato de una relación personal, a menos que se haga en clave poética, y yo no poseo semejantes dotes. Estas líneas están dedicadas entonces a reseñar cómo nacieron, y como influyeron en nuestra vida, algunos textos suyos.

Nada puedo decir de sus primeros libros de poesía: ella misma los consideraba acaso demasiado literarios (y filosóficos). Pero a partir de nuestra unión en Londres, me dio (debo decir que no sólo a mí) la impresión de que había puesto los pies en la tierra.

Para el libro que allí escribió le sugerí un título optimista (en verdad, es un versículo del Cantar de los Cantares) que ella aceptó: Hasta que llegue el día y huyan las sombras. De allí en adelante, siempre me pedía que le sugiriese un título (soy periodista, y por lo tanto, pensaba ella, ducho en esos menesteres). No lo hice, porque mi pedantería no llega a tanto : mis sugerencias siempre eran versos extraídos de sus propios poemas. Así sucedió con lo que es tal vez el mejor de sus libros : El reino donde la noche se abre, que el poeta Juan Liscano publicó en una suya editorial poética, Mandorla, y que ganó ese año (1988) el Premio Nacional de Poesía. También Cielo, tu arco grande, así como Casa de agua y de sombras (que, me dijo, no quería que se publicase sino después de su muerte, pero fue inútil: el editor insistió en hacerlo de inmediato y ella al final cedió). Pero no me hizo caso en cuanto a Plegarias y penumbras y sobre todo, a cualquier dios gracias, con El circo roto, uno de sus libros más desgarradores y un título que se adapta como un guante a su contenido.

Pero Hanni Ossott no era una maquinita de fabricar poemas.

Aquí se impone que yo diga algo de lo que en la vida cotidiana, significó esa suya escritura. Puedo decir que Hanni no escribía poemas, sino que los vivía con una intensidad que rara vez he encontrado en otro artista. Puedo dar un testimonio, pues siempre me había burlado de la idea romántica de que un poema podía surgir completamente armado de la cabeza y el corazón del poeta (estoy consciente de lo ramplón de la vieja comparación jupiterina, pero no se olvide que no soy poeta, y que a la prosa de prisa la visita el lugar común con mayor frecuencia que al resto de la escritura). Nunca me había tragado aquella leyenda de Samuel Taylor Cooleridge visitado por el demonio de la inspiración para escribir su Kublai Khan.

Pero esa noche tuve la prueba de que me equivocaba en mi escepticismo. Habíamos bebido un trago de ron para cenar, pero Hanni apartó su plato, y se encerró a escribir sin interrupción hasta la alta madrugada, cuando se echó a mi lado, todavía temblorosa y sin poder dormir : acababa de escribir El país de la pena, tal vez su texto más emblemático, incluido en El reino donde la noche se abre, ya citado.

A partir de 1988, su estado de salud se agravó, y ya fue imposible tenerla en casa todo el tiempo, pues necesitaba cuidados no sólo permanentes, sino muy profesionales, que sólo podía recibir en una institución especializada. Pero no se rindió: entre entradas y salidas de allí, escribió El circo roto. Revisando entre sus papeles, reuní algunos de sus ensayos, entre ellos una autobiografía poética. Lo hice publicar con el título de Cómo leer la poesía. Fue su última alegría. Murió la noche de San Silvestre, en el año 2002.

Manuel Caballero (Caracas, 1931), uno de los mas notables historiadores venezolanos, hizo estudios en las Universidades de Londres y París. Su tesis de grado, Latin America and the Comintern 1919-1943, fue publicada por la Universidad de Cambridge. Profesor titular de la Universidad Central de Caracas. ha recibido numerosos premios y reconocimientos y ha ejercido el periodismo en los principales diarios del país hermano. Entre sus prestigiosos libros figuran Gómez, el tirano liberal (1993) y Rómulo Betancour, político de nación (2004).

Fuente:www.aquitrave.com

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