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Poesía, humor y otras veleidades

(%=Image(4275266,»R»)%)La ortodoxia política (o religiosa) carece por completo de sentido del humor debido, quizá, a la manera lúgubre y enfática como asume sus quehaceres en la vida, a esa importancia fanática de aferrarse a una fe, a la patria, el honor, la virtud y toda esa suerte de quincallería ideológica tan necesaria para sustentarse. Los dogmáticos y ortodoxos, del color que sean, son tan engreídos y pagados de sí mismos que asumen posturas radicales, con ellos no hay termino medio y quienes no comulguen con su manera blanquinegra de concebir el mundo son sólo cosas prescindibles. Los autoritarios y jactanciosos de siempre se aferran a su verdad con locura extrema y creen con fe ciega en la historia (con mayúscula) y suelen pronunciar frases de risa como aquella: “La historia me absolverá”. También son capaces de aplastarle la cabeza al vecino por pensar o soñar de manera irredenta y sin dogmas preestablecidos. Algunos queman los cuerpos para matar las ideas y otros erigen muros, colocan bombas o construyen campos carcelarios para encerrar la disidencia en todos sus aspectos. Sin pizca de humor alguno llevan a cabo su trabajo policial con tal seriedad que convierten el mundo en un lugar de bituminosa oscuridad.

En la novela ya clásica de Milan Kundera, “La broma”, el protagonista es encarcelado por enviar a su novia comunista, y guardiana feroz de los mandatos del partido, una tarjeta postal con una frase: “El optimismo es el opio del pueblo…¡Viva Trotski!”. El autor de la frase les explica a sus camaradas que sólo ha sido una broma, pero ellos que no pueden desperdiciar el tiempo en reírse lo encarcelan en un campo de trabajos forzados. Gajes de la ortodoxia política carente de humor y aferrada a unos percudidos principios de obediencia y lealtad.

Cuando era militante, más aguafiestas que recalcitrante, junto con mis otros compañeros de partido pintábamos murales propagandístico. Recuerdo que utilizábamos colores cálidos y chillones. Ya esto era una afrenta porque a los izquierdistas de siempre les gustaba el negro y el rojo. La gente que militaba en el MAS, el MIR y la heroica marca registrada que todavía hoy se conoce como PCV, partidos de la izquierda comunista, socialista o parlamentaria para ese entonces, también realizaban sus dramáticos y tétricos murales respectivos, pero con la particularidad que firmaban dichos adefesios de propaganda como brigada el Ché Guevara, brigada José Martí, brigada Asalto al cuartel Moncada y en ese plan. A mis compañeros y a mi eso de las brigadas nos resultaba algo chistoso; había como mucha pedantería militante. Para mofarnos comenzamos a estampar nuestra rúbrica en los murales y entonces los firmábamos como brigada Daniel Santos, Toña la Negra o Felipe Pirela. La respuesta de nuestros adversarios políticos fue la de tildarnos como irresponsables, inmaduros. Nos recuadraron como malandros con veleidades políticas y otra serie de epítetos e insultos obscenos que de seguro no venían en el libro rojo de Mao. Lo escrito por el poeta Charles Simic es colofonal: “Toda la noción de jerarquías y las instituciones que le dan soporte dependen de la ausencia del humor. La dimensión ridícula de la autoridad no debe mencionarse. La Iglesia, El Estado y la academia coinciden por completo en esta idea. El emperador desnudo se pasea siempre entre súbditos silenciosos. Todo cuanto es espiritual, enaltecido y abstracto co0nsidera lo cómico como algo profano y blasfemo. Es imposible imaginar una teoría cristiana o fascista del humor. Al igual que la poesía, el humor es subversivo. El único, remedio dirán los ideólogos de cada bando, es la prohibición absoluta. La edificación moral es un negocio macabro, y la dictadura de la virtud, como sabemos, tiene un aire fúnebre”.

El humor y la poesía son veleidades escuálidas (o pequeñoburguesas como se les llamaba antañazo) que los autoritarios y ortodoxos no pueden permitirse. Me resultó extraño que el actual gobierno convocara a un Festival Mundial de Poesía. Luego de la violación flagrante de los derechos humanos, sin duda dedujeron que un poco de barniz poético no le vendría nada mal a este régimen infartado de referéndum. Poetas del mundo uníos, pero sin maricadas. No obstante la sangre se resiste a cualquier lampazo poético, a cualquier brochazo metafórico.

La poesía no es acomodaticia, pero muchos poetas si. Hay gran cantidad de poetas que tienen el don del arribismo bastante desarrollado. Además algunos están tan atareados con eso de la Historia que se desviven trabajando la hojalata de las palabras para sacarle algún brillo metafórico trascendental y este trabajo arduo de artesanía los amarga mucho, los cascarrabizas a tal modo que pierden todo sentido del humor en sus versos y viven con el sol desplanchado en sus días; todo ello hace que al final sus poemas queden de cretona, algo envarados y acartonados, especie de poesía de mampostería decorativa ideal para protocolarios actos oficiales y afines. George Steiner escribió: “Es preferible que el poeta se corte la lengua a que ensalce lo inhumano, ya sea por medio de su apoyo o de su incuria. Si el régimen totalitario es tan eficaz que cancela toda posibilidad de denuncia, de sátira, entonces que calle el poeta (y que los eruditos dejen de editar a los clásicos a unos kilómetros de los campos de concentración). Debido precisamente a que es el sello de su humanidad lo que hace del hombre un ser, un ser ávidamente inquieto, la palabra no debe tener vida neutral en los lugares y el tiempo de la bestialidad”.

Este festival mundial de la poesía convocado por las huestes culturales del gobierno actual se me antoja una soberana ridiculez y no reírse es desperdiciar el momento. Además la risa puede salvarnos de situaciones embarazos. Y siempre para consolarme recuerdo aquel verso de Gervasi: “De la noche venimos y hacia la noche vamos”. Lo recuerdo sobre todo cuando la compañía eléctrica me corta la luz por retraso en los pagos. O cuando los jerarcas del poder, con su seriedad de funeraria cinco estrellas, decretan la oscuridad y el terror por razones de estado. Luego dicen que la poesía no sirve para nada. Del humor ya se sabe, etcétera.

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