¿Para qué sirve la Unesco?
(%=Image(9530851,»L»)%)No ha mucho la confrontación planetaria era Norte-Sur. Hubo incluso negociaciones Norte-Sur en París a finales de la década de 1970 para indizar precios de petróleo contra champaña o medicinas. No se logró. Europa andaba de lo más encampanada con los Estados Unidos y los que no estaban en ese club debían enfrentar solos la vida. A lo sumo alguna caridad para amenizar la aridez.
Y en eso llegaron el cine y la televisión.
Y esta II Mesa Redonda de Ministros de Cultura que tuvo sede en la Unesco, París, el 11 y el 12 de diciembre de 2000, a la que asistimos por Venezuela Manuel Espinosa, viceministro de Cultura y presidente del Consejo Nacional de la Cultura (CONAC), Tulio Hernández, Alfonso Montes y yo.
La queja general era qué hacer con la macdonalización que ya llamarla globalización sería poesía barata. Era inquietante ver a Alemania, Francia, el Canadá, y no recuerdo ya qué desarrollado más, gimiendo por los mismos dolores que el África y la América Latina: la invasión cultural norteamericana y el estupor ante las idioteces pronunciadas por el representante oficioso de los Estados Unidos, país que no pertenece a la Unesco pero sí a la Warner y a la CBS. Hasta el Japón está preocupado, a pesar de que su Pokémon está en todas las pantallas, incluyendo la tuya. Según ese delegado extraoficial de los Estados Unidos, la América Latina no debiera preocuparse porque ha logrado imponer a Ricky Martin como producto cultural y rentable. Ese señor nos mostró tener una idea bastante clara de lo que es rentable, pero no de lo que es cultural.
Se discutía el dominio estadounidense de los canales por donde fluye la información. Pero ¿es estadounidense ese dominio? También es japonés. ¿No conspira contra los productores alternativos de los Estados Unidos? Conspira también contra los medios franceses: hay varios grupos que protestan contra la degradación de la calidad de France Culture, una emisora que mantenía un continuum de calidad, según el volante que repartían el jueves frente al Consejo de Estado. Los grupos que protestaban: Action-critique-médias, Délit dinitiés, y Association des auditeurs de France Culture. El vespertino Le Monde también se preocupa por la invasión del inglés en la publicidad en Francia (14 de diciembre de 2000, p. 23).
(%=Image(1420606,»c»)%)
Porque más debiera preocupar otra cosa, más formidable, que viene desde más abajo: la incapacidad planetaria para asimilar solo los códigos que han venido imponiendo esos conglomerados: 150 McDonalds en París; uno en la plaza Zocodover en Toledo, ponle. La mayoría de las películas gringas. La televisión mundial remeda la que uno ve en los Estados Unidos.
Tal vez la queja del Senegal, de que solo el 4% de la gente allí tiene teléfono, digamos, sea una ventaja perversa, porque aún no están arrasados simbólicamente por las Chicas Superpoderosas.
No soy apocalíptico. El ser humano ha pasado por pruebas uniformadoras mucho más formidables, como la que nos puso a hablar español en toda América, asolando lenguas y culturas africanas e indígenas. Todo en el Imperio Español tendía a una uniformidad fríamente calculada y la Inquisición garantizaba que la doctrina eclesiástica, ese pensamiento único, no tuviera fisuras. Algo lograron en su aburrimiento burocrático, pero por ahí se colaron el danzón y los acentos plurales y lexicales que nos enriquecen. Tal vez un día hablaremos todos inglés con igual prosperidad y diversidad.
El problema viene desde más arriba: el arbitrio de cuatro empleados cuya sola ley es el mercado, como si no fuera una mutilación monstruosa considerar al hombre solo en su dimensión mercantil. Solo ellos deciden lo que tus hijos ven en la televisión o en la estación del Metro, sin alternativa, sin libertad, precisamente, de mercado, porque la producción se sentido también se cartelizó.
Como dicen las cuñas de www.adbusters.org: Si eso no te hace apagar la televisión, nada lo hará.
La globalización en La BitBlioteca
Ver Tulio Hernández, (%=Link(5926236,»“La avalancha americana”»)%)
Roberto Hernández Montoya en La BitBlioteca