Montaña, Tiple y Ruana
Hay alguien que nos ha hecho creer que todo se transforma, que uno jamás se bañará en las mismas aguas, que repetirse es un defecto. Y no sólo que ello es real sino que además el bien, el contenido ético de la vida, reside en el cambio y la transformación. Es como si el círculo fuera un símbolo perverso y la línea representara la fuerza de la liberación. Hacia adelante queda el futuro, atrás, pesada, la historia. Hoy, es la cárcel permanente en la que vivimos encerrados.La vida, la biología, es presente. El espíritu, la mente, pueden desplazarse a través de la arrogancia del pensamiento, pero la existencia, el latir, ocurre en el hoy. La música andina desordena ese paradigma. Y sépase, que quien esto medita, lo hace desde la jungla de ruido que es Caracas donde la cadencia y el dejo que emergen de aquellos parajes, silban a lejano más que nunca, a pajarito, a spa reconciliatorio con el alma.
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Lo que sí es que a mí me sonó, esta nueva antología dedicada a los Andes de “Tesoros de la Música Venezolana”, a violinada virginal guardada y museística. Me imagino a maracuchos, llaneros y demás, sentados o de pié en una plaza gocha, merideña o Trujillo, tratando de entender: “Andina es mi montaña, mi tiple, mi ruana”. Aquí en Caracas, para no más decir, montaña es un bolero, (el Ávila es una invención), y de tiple y de ruana nanai nanai. Con sabor a retreta, eso también, “la bendición Padrino”, saluda el muchacho escrupuloso de formas y costumbres en un ambiente bucólico, arrebujado en frailejones, de donde emergen, entre curas y damas, pecados veniales que transitan entre semifusas valseadas o bambucos danzados con donaire y respeto, “óigame su merced”, hasta por pueblo llano. Sin estridencias, en letras de popelina, madrigales más bien, se escuchan en éxtasis por gentes de toda alcurnia que, madrugueras y trabajadoras, ataviadas con camisas blanquísimas, enseñan uñas laboriosas que han servido para recoger los frutos del sudor y la tierra.
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Los andinos en Venezuela han sido expertos en tomar y ejercer el poder y no en componer canciones aunque los haya notables y mar de finos. Mire usted, nada más para su digestión, que entre 1898 y 1994, un siglo mal contado, con algunas excepciones, gobernaron autoritaria o democráticamente. Además fueron destacados militares, curas, maestros, abogados, diplomáticos y construyeron cuarteles, iglesias, colegios, caminos y más. ¿Dónde habrá quedado naufrago tanto legado? Dicen las malas lenguas que no hay restaurante, arepera o fuente de soda nacional que no cuente en su nómina con un mesonero andino. “Cosas vedere Sancho”.
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Lo cierto es que al disfrutar de la música andina, se experimenta la sensación de estar necesitado de alguna tranquilidad, recogimiento, páramo, pizca andina, contacto con gente educada y limpia a pesar de penurias y conflictos, que le den a este país portátil y desorientado, a cada ciudadano digo, algún sentido de felicidad y de paz que nos reconcilie con raíces y costumbres que los Andes enseñan en música y tesón.