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Marques de Santillana. (1398-1458)

Muchas veces se ha repetido esta mágica estrofa de la Comedieta de Ponza -del admirable poeta, Iñigo López de Mendoza, nacido en Carrión de los Condes, el 19 de agosto de 1398, y fallecido en Guadalajara, el 25 de marzo de 1458-, de donde destaca este verso: “… y profundamente vio la Poesía”.

El elogio se refiere al rey caballero don Alfonso de Aragón; y lo hace su madre dolorida: doña Leonor, contestando a Juan de Bocaccio, al lamentar la derrota de Ponza. Y esta estrofa sigue a la que empieza por el verso: “las sílabas cuenta e guarda el acento…”; y añade evocando a Euclides (“pues en Geometría Euclides no tuvo gran sentimiento…”). Es decir, que en muy poco espacio, muy pocos versos, el primer verdadero crítico literario de poesía de nuestra lengua (primero cronológicamente) encierra una poética, y hasta una retórica, cuyo alcance se prolongará siglos, llegando diría que hasta nosotros intacta en su vigencia fundamental.

Detengámonos en estos versos. Y en sus términos verdaderamente finales, por su medida, aconsonantados: filosofía, naturaleza, pureza, poesía. El último se nos afirma, ante todo, como visión: y visión profunda. Tan profunda que su musicalidad se transparenta en ella y por ella luminosamente. Y ésta es, para el poeta la poesía.

El autor de tan mágica estrofa, durante su juventud, se consagró con éxito al servicio de las armas, cooperando en las guerras de la Reconquista, habiendo figurado en la batalla de Olmedo, en 1445, año en que recibió el título de Marqués de Santillana, siendo un gran protector de poetas en la corte.

Iñigo López de Mendoza, el señor feudal más importante de su tiempo, es un hombre de su época, un claro exponente de las costumbres y gustos de la alta nobleza que, en ese momento, empieza a leer y coleccionar libros y a participar de modo activo en el desarrollo de las letras castellanas. El noble medieval no es sólo un mecenas sino que puede aparecer también como creador, especialmente como poeta. Imita en varias de sus obras la poesía italiana, como en la citada Comedieta de Ponza. El mundo de Santillana, empapado de los ideales de Dante y la sensualidad petrarquista, intenta renovar la gravedad de los poemas trovadorescos con el Infierno de los enamorados. Compone unos Sonetos al itálico modo, e intenta adoptar en una serie de obras de tipo didáctico-moral la ascendencia senequista: vanidad y fugacidad de la vida, imperturbabilidad del sabio… El Diálogo de Bías contra Fortuna y Proverbios exponen sentenciosamente estos principios, sin olvidar los Refranes que dicen las viejas tras el fuego.

Más cercanas a la tradición castellana, sus poesías ligeras alcanzan logrados frutos. Así lo acreditan Canciones y dezires y, sobre todo, las Serranillas, donde la poesía se llena de gracia y musicalidad, dentro del espíritu fino y elegante de Santillana. No podemos olvidar la Carta Proemio al Condestable Pedro de Portugal, que es el primer tratado de crítica literaria escrito en español.

La figura de este poeta se ha ido agrandando y afinando, perfilando cada vez más “pura”, firme y poderosa, con los siglos. Es tiempo de darle en la historia y tradición de la mejor poesía española el sitio que le corresponde y merece. Situar su nombre poniéndole junto a Juan Ruiz, a quien sucede como la mayor figura literaria del siguiente siglo; y al lado de Manrique y Ausias March; al lado de los siglos siguientes, de Fray Luis, de Herrera, de Góngora …. Pues, como todos ellos acompaña a su creación, a su poesía o invención poética, una conciencia crítica, reflexiva, poderosísima. Conciencia o reflexión igualmente poética. “El arte -escribe Menéndez Pelayo- como toda obra humana digna de este nombre es obra reflexiva; sólo que la reflexión del poeta es cosa muy distinta de la reflexión del crítico y del filósofo”. Esta “cosa muy distinta” que es la reflexión crítica de la poesía que nos puede y debe, dar el poeta, esa cosa muy distinta de las reflexiones que sobre la poesía nos hacen los críticos más o menos filosóficos o cientificistas, nos parece que es la misma cosa de que nos habló Wilde, considerándola como “punto de partida para una creación nueva, más creadora que la creación misma”.

En Santillana, esta “reflexión del poeta” se nos ofrece con singularísimo interés literario. Leámosle. Releámosle, tomando como “punto de partida” su reflexión crítica; la que en estas estrofas a que aludo nos expresan su poética con tan clara evidencia: oír, escuchar, “los secretos de la filosofía” y “los fuertes pasos de la naturaleza”; obtener con pureza ese intento, obtenerlo poéticamente: viendo, mirando en profundidad, con profundidad la poesía. ¡Y con qué puro mirar y oír reflexionó este lírico poeta español, extraño, del siglo XV! Lleno de gracia en sus serranillas: “Moça tan fermosa / non ví en la frontera, / como una vaquera / de la Finojosa”.

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