Marcelino Menenedez Pelayo
LA VOZ DE UN GRAN POETA DE LA HISTORIA
Menéndez Pelayo se proclamaba a cada paso “pensador independiente y ciudadano libre de la república de las letras”. Este formidable historiador de ideas nunca separó la historia de la poesía. “La historia y la poesía todo puede ser uno” –había escrito Lope-. Porque todo puede ser uno, en el tiempo, y aún por el tiempo, para el hombre. Para Menéndez Pelayo la historia es crisol de verdad, pero también manantial de poesía. Este español excepcional, fue sobre todo, un gran poeta de la historia sin dejar de ser nunca al mismo tiempo un espíritu eminentemente científico.
Marcelino Menéndez Pelayo, nace en Santander el 3 de noviembre de 1856. Desde sus primeros años mostró una inteligencia despejada, una memoria prodigiosa y grandes ansias de saber. Estudia bachillerato en el Instituto de segunda enseñanza de su ciudad natal. Comienza la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad de Barcelona, pasando después a la Universidad de Madrid y termina la licenciatura en la Universidad de Valladolid, a los dieciocho años de edad. Hace el doctorado en la Universidad de Madrid.
Viaja a Lisboa, Roma, Sevilla, París, Lovaina, Amberes, La Haya, Ámsterdam, Coimbra, Florencia, Cambridge, Oxford, Londres… “Paso casi todo el día –escribe Menéndez Pelayo- en las bibliotecas y voy haciendo rica cosecha de datos y apuntamientos”. A los veintiún años, gana las oposiciones a la cátedra de Literatura Española de la Universidad Central. Ingresa en la Real Academia Española a los veinticinco años y un año más tarde en la de Historia.
Figuró en política dentro del partido conservador, con Canovas primero y con Maura más tarde. Fue diputado a Cortes por Palma de Mallorca y Zaragoza. En 1898 fue nombrado Director de la Biblioteca Nacional. Marcelino Menéndez Pelayo muere en su ciudad natal, el domingo 19 de mayo de 1912. Sólo hubo una lamentación: “Qué lástima tener que morir cuando me faltaban tantas cosas por leer”.
De inteligencia privilegiada, Menéndez Pelayo, era dominador de ocho lenguas antiguas y modernas y poseedor de una portentosa memoria y de una gran capacidad de trabajo lo que contribuyó a sus hondos análisis de forma y fondo de la cultura española.
La gran renovación científica, que fue un despertar, inspirada por el romanticismo, acaba en el mismo momento en que comienza el movimiento krausista, cultural también, pero más comprometido, dedicado e inspirado en una ética práctica más que en una teoría; al mismo tiempo que este movimiento y a veces oponiéndose al mismo, surgen hombres y obras que continúan el gran estudio de la cultura nacional, de forma erudita y crítica. El erudito santanderino fue el mejor representante de esta gran labor, que comenzó su carrera polemizando con los krausistas, sobre el problema de las relaciones entre la Iglesia y la cultura. Fruto de esta polémica fueron sus obras La ciencia española –defendiendo la tesis que había habido ciencia en España y que ni el Estado ni la Inquisición habían influido poco ni mucho en su desarrollo- y, sobre todo, Historia de los heterodoxos españoles – su tesis era demostrar que en España apenas los hubo, que los españoles por ley de raza y de historia son refractarios a toda herejía y heterodoxia-, la posición ideológica del maestro, toda cultura es ortodoxa, no invalida finalmente el caudal de erudición de sus escritos.
Más serenas y más importantes, son las obras de madurez: Historia de las ideas estéticas en España (acabada en 1901), Orígenes de la novela (1905-1915), Horacio en España (1877), Antología de poetas hispanoamericanos (1893-1895), etc. La obra de Menéndez Pelayo abarca virtualmente toda la Historia y toda la Literatura española, y su importancia es primordial para todo estudioso.
Hombre bondadoso y en el fondo abierto a la simpatía por todas las ideas aún las más dispares con las suyas, por ver en todas ellas partes integrantes del acervo común de la humanidad pensante, llega a decir estas palabras que fijan una posición intelectual: “Allí contemplé en ejercicio un modo de pensar histórico relativo y condicionado, que me llevó no al positivismo (tan temerario como el idealismo absoluto), sino a la prudente cautela del ars nesciendi”.
Ni krausismo, ni escolasticismo, ni idealismo absoluto, ni positivismo, sino pensar histórico, relativo y condicionado, y como conclusión, el ars nesciendi o arte de no saber, el leit motiv de Juan Luis Vives, y también la docta ignorancia de Nicolás de Cusa, dos exposiciones escépticas que se repiten frecuentemente. En esencia, Menéndez Pelayo, era un escéptico radical. No en vano, don Marcelino nos dejó dicho: “Queriéndolo o sin quererlo, todos somos más o menos escépticos, por supuesto en el buen sentido de la palabra”.