Luisa María Celis: Misionero de nuevo mundo
La lectura de esta fascinante novela de Luisa María Celis: Misionero de nuevo mundo (Caracas: Alfa, 2012.271 p.), originalmente escrita en inglés y publicada, en Canadá, el 2009, traducida ahora al castellano por su propia autora, al ser libro de honda belleza estilística, de recuento de nuestro pretérito y de profunda reflexión sobre nuestra historia, el pasado visto desde el presente, con sus serias proyecciones, merece especial atención. Sin embargo, creemos que para entrar en Misionero de Nuevo Mundo se requieren algunas reflexiones previas.
SU GÉNERO
Al abrirlo lo primero que hay que señalar es relativo al género en donde encaja este libro. No debe llamarnos la atención la constante presencia de la historia en la ficción venezolana. No hay que olvidar al respecto la observación de Mariano Picón Salas(1901-1965), “Desde que Andrés Bello(1781-1865), al final de la colonia, escribía un resumen de la historia del país, los venezolanos nos hemos inclinado a ver el recuento de nuestro pretérito como anuncio y vaticinio del porvenir…Desde la aflicción de hoy se miraba a la dorada promesa utópica de mañana”(Suma de Venezuela. Caracas: Editorial Doña Bárbara,1966,p.13). O lo anotado por Germán Carrera Damas(1930): “La historia es quizá el ramo del conocimiento que más ha pesado hasta el presente en el complejo cultural venezolano. Las diversas expresiones de nuestra cultura exhiben huellas de una fuerte carga histórica, manifiesta no solamente en la que sería normal integración de sus componentes, sino también en la presencia de la Historia como disciplina básica en la elaboración de los múltiples productos culturales. Así es constante, a veces enconado y por momentos ridículo, el ardor puesto en el debate en torno a las cuestiones históricas tradicionalmente consideradas de mayor significación…El extenso espacio concedido a los temas históricos en las publicaciones, la habitual apelación al pasado en los actos públicos, y el cuidado oficial en conservar y fomentar el culto a los héroes, entre otras muestras, fundamentan la apreciación inicial. Y tal hacen hasta el punto de que bastaría una leve dosis de pensamiento para concluir que la reminiscencia del pasado histórico, tenido siempre por mejor y más glorioso, ha terminado por escamotearnos el presente, mal conocido, poco estudiado y peor construido. Nos ha conducido, también, a cifrar en un futuro que en el fondo es mirado más como advenimiento que como construcción, la posibilidad de una reunión con el pretérito esplendor, pretendiéndose de esta manera, vanamente, cerrar el ciclo siempre abierto del devenir histórico…Si a esta importancia de la Historia como factor de nuestra vida cultural, añadimos el hecho de que la historiografía es precisamente el ejercicio intelectual de más antiguo y consecuente cultivo entre nosotros, bien sea que para afirmarlo tomemos como punto de partida la crónica colonial o la historiografía republicana, cabe reconocer sin más demostración la existencia de un vasto campo merecedor y necesitado de estudio sistemático.”(Historia de la historiografía venezolana. Caracas: Universidad Central de Venezuela,1961,p.X-XI).
Así igual es el cultivo de la historia basada en documentos, la llamada “historia casta”(Fustel de Coulanges) como la ficción histórica, a través del cuento y de la novela que nos habla de otros días, en la cual la imaginación se usa para iluminar y comprender el pasado, intentando recrear la historia como fue sino como pudo o debió ser. Tan importante es nuestra novela histórica que al menos dos de nuestros novelistas de este género han construido con sus obras unas suerte de historias del país, don Francisco Tosta García(1846-1921) y Francisco Herrera Luque(1927-1991), sobre cuyas obras se han volcado sus lectores con constancia. Los libros de ambos se siguen reeditando una y otra vez.
Sin embargo, son evidentes en Misionero de Nuevo Mundo dos temas, entre los diversos con los cuales se topa el lector:los horrores de la conquista y el poder de la sexualidad en las personas.
En cuanto a lo primero: además del interés por la historia que tenemos los venezolanos, esta novela de Luisa María Celis trata un grave asunto, sugerido por José Gil Fortoul(1861-1943) en su Historia constitucional de Venezuela(3ra.ed Caracas: Editorial Las Novedades,1942. 3 vols), en los capítulos de la conquista(t.I,p.23); observado, ya en 1921, por Rufino Blanco Fombona(1874-1944) en El conquistador español del siglo XVI(Prólogo: Cesia Hirshbein. Caracas: Monte Ávila Editores, 1993.379 p.) sobre todo en el capítulo “Dureza de la raza”(p.123-152) y tratado dentro del cauce de la psiquiatría histórica por Francisco Herrera Luque, ya en 1961, en su tratado Los viajeros de Indias(2ª.ed. Prólogo: Juan Liscano. Caracas: Monte Ávila Editores,1970. XVII,507 p.). Esta es la pregunta de por qué tras cada una de las acciones de lo conquistadores españoles en nuestras tierras se producían siempre numerosos hechos de sangre, por qué, según palabras de Herrera Luque, siempre las acciones de estos había que inscribirlas en la memoria de la historia de la delicuencia, de las patologías que eran portadores los Viajeros de Indias; y cuál fue, además, la herencia indeseable que dejaron a la sociedad venezolana. Estas son sus palabras: “No hay expedición, ni descubrimiento, que no tenga en sus anales, el asesinato y la violencia como el signo más constante”(p.155)”. Este es uno de los dos asuntos que Luisa María Celis trata en su novela, hija del meditar de Herrera Luque sobre el pasado venezolano. Pasado viviente en nuestra experiencia contemporánea. Pretérito que nos ha convertido en el primer país homicida de América Latina en el presente. Y en uno de los más constantes del mundo.
LOS TEMAS
Luisa María Celis ha escrito Misionero de Nuevo Mundo, originalmente titulado, en inglés Arrows, es decir flechas, saetas, palabra que encuentra que se encuentra en uno de sus pasajes(p.122).
Nos cuenta la novelista la historia de la conquista del valle de Caracas y la fundación de la ciudad. Y lo hace a partir de la Historia de la conquista y población de la Provincia de Venezuela(Madrid: Imp. Gregprio Hermosilla,1723.380 p.) don José de Oviedo y Baños(1671-1738) y siguiendo la lección de Herrera Luque, tanto en Los viajeros de Indias como en Los amos del valle(Barcelona: Pomaire, 1979.2 vols), obra que es una versión en clave novelesca de Los viajeros de Indias.
La pregunta que aquí se hace la autora es por qué no hay historia de la conquista de Venezuela que no se pueda inscribir en los anales del crimen(p.152). Allí está la gran interrogante formulada por Herrera Luque: ¿la patología vive en América o viaja a bordo de las naves colombinas?. Dice el psiquiatra;”¿Qué está pasando en América?¿Es que el tropico enloquece a los hombres?¿O es que la locura viaja a bordo de las carabelas”(p.191). Todo ello lo explicó nuestro psiquiatra al mostrarnos como los conquistadores eran hombres de la post-guerra, del final de la Reconquista hispana(p.90). La guerra, de lo que venían, nos dice Herrera Luque, “viene a darles sentido a estas personalidades dormidas o irredentas,,,La guerra revela a estas personalidades psicopáticas un mundo a su medida; de ahí que sea difícil que vuelvan con agrado al mundo de la paz… España a fines del siglo XV se debatía en este problema”(p.94). E insiste: “La guerra invirtió los valores de la nación española, llamando hidalgos a sus asociales y villanos…, Por siete siglos, el odio, el crimen, el desprecio por la vida, la confianza en el destino, serán virtudes nacionales…La Reconsquista para los guerreros de España fue sin duda la época dorada y fecunda de su existir. Por eso tembló España cuando los reyes consolidaron la paz definitiva. [Muhammad] Boabdil se llevó consigo no solo el mundo musulmán, con él se iba una forma de vivir. La capitulación tuvo toda la fuerza de un desempleo permanente. Granada fue para el guerrero lo que las revoluciones son para la aristocracia o la máquina para el obrero, lo dejó de pronto, no solo sin sentido, lo dejó sin oficio. Le arrebató el privilegio y comenzó de pronto a llamarle vago, criminal e inepto. La ducción del reino pasó bruscamente del yelmo a la toga, del capitán al letrado, de los señores feudales al tribunal del Santo Oficio. Comenzaba una nueva vida para España, donde los héroes estaban de más”(p.95). Fue en ese momento en que se descubrió América y comenzó la conquista de sus tierras.
EL CELIBATO
El segundo asunto que trata la novelista es lo relativo al celibato de los sacerdotes y frailes que vinieron a América. No debe llamarnos la atención el hecho de que una atmósfera de sensualidad recubra este texto, y que haga allí su gran pregunta, viva ayer y hoy, ¿se puede renunciar a la sexualidad?¿Se puede renunciar al atractivo de la mujer?¿Se puede vivir sin conocer a la mujer?. Conocerla, desde luego, es hacer el amor con constancia con ella, con la elegida(p.147).
DOS SESGOS
No contar nuestra historia solo desde el ángulo español sino desde la visión de los indígenas. Incluir a la sexualidad, motor de la vida, en el relato de la historia(p.139,140,141) son dos de los valores más interesantes de Misionero de Nuevo Mundo. Fíjese aquí el lector que ella nos habla no “del “Nuevo Mundo” sino “de Nuevo Mundo”, es decir la búsqueda de crear un espacio para el bien, para el desarrollo y para la felicidad.
LA ENTRAÑA
Aquí nos encontramos que la entraña, el pulso, de Misionero de Nuevo Mundo lo hallamos en la pregunta de qué es lo que les sucede en estas tierras a los españoles aquí llegados, cómo el trópico los cambia. Leemos: “Sin darme cuenta había perdido mi fe en las intenciones de la Iglesia y había empezado a ver todo el asunto como el más horrendo crimen desde la crucifixión de Cristo. Mi decepción por la conquista era insuperable”(p.198).
Y el protagonista, fray Salvador Cepeda se interroga, no cesa de hacerlo, sus preguntas tocan la esencia de su ser como religioso y misionero: “La conquista no tenía nada que ver con traer el Evangelio a los salvajes…Mi fe, como yo la había entendido hasta entonces, estaba a punto de hundirse como un barco azotado por la furia del mar y del viento…Que haría con la misión que Dios y fray Bernardo me habían confiado? ¿Estaba yo listo para arrastrar por el lodo, no solo todo lo que yo había sido hasta ahora, sino también a la Iglesia, a Cristo mismo?”(p.199).
Descubre rápidamente aquello que observaron Gil Fortoul, Blanco Fombona y Herrera Luque, según lo cual los españoles: “no quieren paz, quieren esclavos, dijo al fin. A nuestras tierras han venido supervivientes de las islas diciendo ‘boca en oreja’ cómo los blancos han matado a pueblos enteros que no trataron de luchar. La cacica Anacaona bailaba y dormía con ellos, con la esperanza de que haciéndolos felices protegía a su pueblo. Un día la invitaron a una comida en la que asesinaron a toda su gente y a ella la ahorcaron”(p.210).
Por ello angustiado dice ante lo que observa: “Sentí ganas de llorar ante el horror de lo que oi. Losada ya recurría a la crueldad”(p.211), “¿Cuál sería la siguiente movida de Losada?¿Estaba contento con la muerte de Guaicaipuro”(p.228, 238). Y veraz consigna: “Y sentí vergüenza de lo que España estaba haciendo”(p.216).
Y comprende la diferencia entre lo que pensó hacer cuando partió de la península y lo que halló aquí. Por ello exclama en su meditación: “Partí hacia las Indias ardiendo en las llamas de mi fe y seguro de poder encender el amor a Cristo en todos los corazones, sin saber que lo único que encendía era la hoguera que ahora me espera. Ni nombre es fray Salvador Cepeda y me estoy pudriendo en un calabozo en el castillo de Triana, a orillas del río Guadalquivir”(p.9), pues lo que logra al final es el castigo por sus acciones, la incomprensión por sus puntos de vista, prohibidos no solo por la corona, la iglesia sino también por la Inquisición.
Está preso y reflexiona en la celda: “La soledad tiene su manera de desnudar el alma. La escritura, de liberarla. Antes de que la tortura se robe lo último”(p.9), aunque lo que desea es dejar vivo testimonio de lo vivido, “quiero contar lo que vi, lo que viví”(p.9), porque ha descubierto que “No tenía idea de que no me dirigía a la tierra de los Caracas sino a las puertas del mismo infierno”(p.22). Ello porque “Yo no esperaba que algo saliera de esto, ni tampoco lo deseaba. Mi ideal era una pacífica y feliz comunión de hombres y, sinceramente, no podía imaginarme cómo espiarse y denunciarse mutuamente podía ayudar, pero la Inquisición invadía todos los ámbitos de la vida”(p.30), “No he estado aqui ni un día y ya he visto más de lo que quería”(p.60-61). De allí su angustia más honda: “Pero, ¿por qué demonios quisiste venir aquí?”(p.61).
Es la violencia hallada, contraria al mensaje cristiano, lo que lo acongoja. Dice, por ejemplo, “yo quería servir. Yo necesitaba servir. Mi vida tenía que tener un propósito. De lo contrario, ¿Quién era yo?”(p.67), “No quiero descubrir que alguién los está matando porque están cansados o enfermos, ¿me oyes?, dije recordando los horrores que de [fray Bartolomé de]Las Casas había descrito en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias. Esto sería un gran pecado contra Dios y contra el rey. Ellos son súbditos del rey y, por lo tanto, son de su propiedad”(p.72), ello porque “La indefensión de los indios me tocó el alma, lo veo claramente ahora”(p.130), “La batalla había terminado, por ahora, con enormes perdidas en el lado indio”(p.131), ”En los meses por venir, aprendería a ver al pueblo indio con ojos renovados”(p.192).
Pero llegó a comprender que poco o nada podía hacer: “Chava, hay muy poco que podemos cambiar en lo que está pasando aquí, dijo con voz titubeante”(p.66), “Penetré el valle de la muerte y ahora la salida me eludía”(p.198), “como si la fuerza de su mirada pudiera obligar a la oscuridad a revelar sus secretos”(p.102).
INDIOS Y ESPAÑOLES
Aspecto más que importante es esta novela, además de los dos que hemos referido, es la interacción, el engtralazamiento, entre los indios y los españoles. Y, desde luego, los aspectos religiosos entre ambas comunidades.
Los misioneros creían que el indio que moría sin bautizarse se condenada. Craso error, producto de la intolerancia, del creer en que solo existía una sola religión, fundamento de la intolerancia.
Los indios por su parte tenían sus propias convicciones y visiones. No veían los indios con buenos ojos aquellas “grandes casas en donde solo vivían hombres juntos para adorar a Dios”(p.214), es decir los conventos. Para ellos casas así eran “solo para los que aspiraban a convertirse en piaches y solo por el tiempo preparatorio”(p.214), lo cual indicaba otra visión del hecho religioso.
Para los indios a la vez “El acto de la copulación era tan natural como el comer y en ocasiones vi cosas que me perturbaron profundamente. Guaicipuro no entendía por qué yo no quería tener mujer. Fue difícil explicarle lo del voto de castidad cuando quiso darme una esposa. Primero supuso que la joven no era de mi gusto y trajo varias, después me dijo que la escogiera yo y, por último, creyó que me gustaban los hombres y me dijo enfáticamente que no estaba permitido vivir con un hombre como se hacía con una mujer”(p.214).
De hecho “el misterio de la profunda comunión entre un hombre y una mujer se manifestaba hasta entre los más salvajes. Las relaciones poligamas nunca alcanzarían las profundidades del amor y de la entrega absoluta que existía entre un Guaiciapuro y su Urquía”(p.214-215).
PRESENCIA DE LA MUJER
Hecho más que importante en la trama de esta novela es la presencia de la mujer y del sexo no en los indios sino en el fraile protagonista. Es, desde luego, la conjunción hombre-mujer.
El acercamiento humano termina siendo, como siempre, unión erótica.
Primero es una instancia humana, de dos seres, “¡Estoy aquí, para ayudarte, Josefa, dije, mirándola a los ojos, pero soy un fraile. No está bien que esté cerca de ti”(p.126). Hubo en aquel momento la vieja advertencia: “El hombre es fuego, la mujer estopa, viene el diablo y sopla…Cuidado con esa gata, padre”(p.126), “Me pareció que ella disfrutaba verlo acalorado. Tenga cuidado con ella”(p.140). Pero quedarse lejos de Josefa, pese a las normas de su orden, fue imposible(p.140). Pese a que en el comienzo poco entendía, solo podía ver lo que sucedía a su lado, en medio de la expedición para poblar a Caracas, “porque la ira de lo que aman en hacerse caricias para…Sacudí la cabeza al comprender que Bejamín se refería a uno de esos intercambios entre hombres y mujeres que me eran tan ajenos”(p.141).
Pero llegó la hora de plenitud y de la expresión a través del lenguaje del cuerpo: “Me miró de arriba abajo, rió y se fue, revelando así la parte de ella que no había visto aún. Rendido mi albedrío ante aquella fuerza arrolladora, mis ojos descendieron de la brevedad de su cintura hacia la plenitud de sus nalgas y echaron raíces allí”(p.147).
“Sentí como si me hubiera abofeteado. La sirvienta. Ella me había visto. Y Josefa sentía que ahora tenía poder sobre mi. No tenía sentido negar nada. Empecé a alejarme, horrorizado por los celos de Josefa y perturbado por mi inhabilidad de erradicar el conocimiento secreto que ella ahora tenía”(p.167).
Todo se hizo verdad cierta: “Dejé la choza solo para las necesidades más básicas, pero Apacuana venía a verme varias veces al día. Nuestro amor crecía cada vez que nos uníamos, cada vez que nos separábamos. Desarrollamos nuestro propio idioma de caricias, de gemidos y placeres. Yo estaba absorto en ella y en el regalo que Dios había hecho a la humanidad en la forma del amor físico. Nunca antes o después, fui tan feliz como en esos días de miseria llenos de su amor y de visos de esperanza. Estaba hambriento por ella, famélico. Ella se convirtió en mi alimento, en mi vida, en la única fuente de bienestar”(p.227-228).
El comprendió: “Ahora ardería en el infierno. Dios, cómo la amaba. Que necesidad insaciable tenía de quedarme en sus muslos, de poseerla, de extraer sonidos de placer de ella”(p.228).
AMOR
Todo aquello fue la aparición del amor. “Una insurrección estaba ocurriendo dentro de mi. Quería estar cerca de ella. Más cerca. Mis manos dolían con el deseo de tocarla…Ella dijo algo, pero yo solo admiraba el fascinante movimiento de su boca: una fruta madura, dulce y anuente”(p.173), “Noli me tangere. No mer toques, susurré. Sus ojos mismos subieron a mirarme, escudriñando mi cara. Tragué torpemente, consciente del movimiento de mi garganta…No, fue una súplica estrangulada. Subí mis rodillas, dándole a mis vergüenzas el único toque y presión que recibirían y enterré mi cabeza en el doblez de mis brazos cruzados, respirando profundamente y balánceándose suavemente hacia adelante y hacia atrás”(p.173).
La consecuencia es que pese a las normas que se puedan imponer a los religiosos y a los sacerdotes es imposible renunciar al ejercicio de la sexualidad. Porque a su presencia en nuestra vida siempre está presente, cada día, a cada hora, miramos la vida a través de la sexualidad, aunque no siempre por medio de actos genitales.
Marzo 2,2013.