Los beneficios de aprender 30 idiomas
Viendo el reto que supone para el cerebro, se entiende que muchos consideremos aprender un idioma algo muy exigente.
Los seres humanos tenemos diferentes sistemas de memoria y dominar un idioma requiere la participación de todos. Está la memoria procedimental, que afina los músculos para mejorar el acento, y la memora declarativa, que es la que permite recordar hechos (al menos 10.000 palabras para considerar que domina el idioma, sin mencionar la gramática).
Lo que es más, a no ser que se quiera sonar como un robot, las palabras tienen que salir sin detenerse a pensarlas: por eso deben estar programadas tanto en la memoria explícita como en la implícita.
Ese duro ejercicio mental viene con recompensa: es seguramente la mejor manera de ejercitar tu cerebro.
Numerosos estudios muestran que ser multilingüe mejora la capacidad de concentración y la memoria, y puede servir para retrasar la aparición de demencia en al menos cinco años. Eso, según los estudios sobre inmigrantes de Ellen Bialystok, de la Universidad de York, en Canadá.
Los que hablaban tres idiomas eran diagnosticados con demencia una media de 6,4 años más tarde que los que no. En el caso de los que dominaban cuatro o más lenguas, nueve años. Los beneficios a largo plazo contrastan además con los juegos para «entrenar el cerebro», que a largo plazo no consiguen mejorar la atención o la memoria.
En un soleado balcón de Berlín, Tim Keeley y Daniel Krasa se disparan palabras como balas. Primero en alemán, pero siguen en hindi, nepalí, polaco, croata, mandarín y tailandés.
Apenas están hablando un idioma y la conversación salta de forma inadvertida a otro. Entre ambos pasan por al menos 20. Dentro del lugar hay pequeños grupos intercambiando trabalenguas. Otros se reúnen por tríos, preparándose para un juego en el que traducen dos idiomas a la vez: parece la receta perfecta para un dolor de cabeza, pero les da igual.
«Es una situación común para nosotros», dice Alisa, una de los 350 participantes en la convención de políglotas de Berlín. Una sorprendente cantidad de los que ahí se reúnen son «hiperpolíglotas»: pueden hablar diez idiomas, y muchos de ellos llegaron a dominar los idiomas en edad avanzada, a pesar de que muchos neurocientíficos se inclinen por la hipótesis de que es prácticamente imposible llegar a dominar un idioma como un nativo, menos al pasar la niñez.
De hecho, una investigación de Ellen Bialystok sugiere que puede ser una exageración eso de que hay una pequeña ventana de oportunidad en la niñez.
La cuestión es cómo hacen los hipérglotas para dominar tantas lenguas nuevas y, sobre todo, cómo los podemos emular:
Vivir en el país y convivir con el idioma: muchos, como Tim Keeley han vivido en numerosos países, adquiriendo los idiomas en el camino, por inmersión. Para él no es cuestión de inteligencia “aunque pueda resultar más rápido si se tienen habilidades analíticas».
La reinvención: aprender un nuevo idioma lleva a la reinvención, y resistirse a un proceso de reinvención puede impedir que se aprenda otro idioma bien, opina Keeley, profesor de gestión multicultural en Japón.
«Debe haber un tipo de hogar en tu mente para cada idioma y cultura, y las experiencias relacionadas para que no se mezclen», dice Keeley. La identidad adoptada puede evitar que se crucen las palabras de la lengua materna al construir barreras neuronales entre los diferentes idiomas. «No es sólo pasar tiempo aprendiéndolo y usándolo. La calidad de ese tiempo en términos emocionales es crítica».
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