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Las Invasiones bárbaras

Estrenado en diciembre del 2003 en España, recorre en estos días América Latina una película extraordinaria. Han bastado 99 minutos para que el genial director Denys Arcand nos encandile con otra genial obra. Les invasions barbares retoma los personajes de El declive del imperio americano, trayéndonos de nuevo a los cretinos personajes, principalmente maestros universitarios que desbordan el argumento con polémica de historia y filosofía, sin aburrir ni desviar la trama central que fluye en cascada; la muerte anunciada de un amigo, la del renegón cincuentón Rémy. Con él vamos adentrándonos al mundo real, las ideologías van y vienen, transita comodona como modas, lo que sirvió antaño, no nos conmueve hoy. La pandilla de Rémy se declara leninista marxista hasta el Archipiélago Gulag de Alexander Solzhenitzin, renuncian a las ideologías una tras otras, sin llegar a entender nada y terminan comprendiendo que lo único por lo que vale la pena luchar es por los amigos y las cosas sencillas de la vida, la gran paradoja de la subsistencia, ambicionamos todo, queremos comprenderlo todo y nos quedamos con nosotros mismos, lo único que no cambia en este viaje por la vida, de quien nunca logramos escapar, de nuestra esencia.

Los personajes que ha construido Arcand reflejan un existencialismo minimalista de «El Tratado de la Desesperación» de Fiodor Dostoievsky. El cinismo repleta la cinta, el padre no quiere aceptar que su propio hijo es un bárbaro capaz de comprar todo para él. Lo entiende, calla, lo asimila, hay otras luchas más importantes que los principios filosóficos que defiende, son los argumentos de la supervivencia, nunca lo dice pero se ve en sus actos, acepta todo calladamente. Los diálogos parecen los de Auguste Comte con Saint-Simon, debatiendo sobre la síntesis del pensamiento y acción que tanto querían crear. Sociología, religión para la humanidad.

Los diálogos filosóficos entre Rémy y Natalie son los mejores en la película, él va muriendo lentamente, perdiendo los placeres de la vida que antes le fueron abundantes y mientras va muriendo, la adicta, quien vive muerta parece resucitar. La muerte le inspiran por vivir mejor, un torrente de ansias de vida le corren por las venas, sola se persuade por tomar metadona e ir dejando la heroína. Marie-Josée Croze quien interpreta magistralmente a la adicta Natalie, logró el titulo de mejor actriz en el Festival de Cannes del 2003.

Todos los personajes son humanos, cretinos como se auto definen, uno no sabe con quien quedarse, todos los cretinos son absolutamente adorables. La ex esposa, la pareja gay, las amantes, Natalie y Sebastián conviven un lúdico momento lleno de vida, al pie del lago o en la residencia hospitalaria que se construye con el dinero que corrompe al sindicato y a la administradora del hospital que reniega de la costumbre tercermundista del soborno pero que lo acepta, ni la policía se salva del financista Sebastián cuando se trata de conseguir heroína para suavizar los últimos días de su padre.

La vida pasa veloz, Rémy es un consumidor goloso de la vida y sus placeres abundantes, goces a los que debe ir renunciando poco a poco, hasta llegar al sabor del vino y solo puede aspirar a quedarse con su aroma. Amó a las mujeres, las mujeres le amaron, absoluta correspondencia. No hay problema entre la ex esposa y las amantes, todos están juntos, solo la ex esposa es renuente a entrar a la casa que guardó de soltero y en donde presume le fue adultero. Él confiesa su debilidad, solo seis meses de casado y ya estaba zambullido en bragas ajenas. Se explora la fantasía masculina de morir en la lid sexual, morir amando, se envidia al presidente francés Felix Faure, muerto en un burdel parisino tras un fellatio colosal que le practica una famosa prostituta.

No hay lecciones morales ni juicios, entre amigos todo es lícito, aún la muerte piadosa, la eutanasia, el film canadiense nos la contrabandea. La película que lleva un nombre extraño por las tertulias sociológicas y diplomáticas que atormentan a sus personajes es simplemente una exquisites, un alivio a la verdadera invasión bárbara que es el cine hollywoodense, que no puede existir sin megas explosiones, mega estridencias y megalomanías.

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