Las hordas de Boves
La independencia de Venezuela fue inicialmente algo exclusivo de la clase mantuana, es decir, la clase alta de Caracas, y de sus aliados. Pero no todos los mantuanos fueron independentistas. Por citar un caso extremo, una de las hermanas de Bolívar, María Antonia, rechazó con pasión la idea de la independencia. Sin embargo, no fue un mantuano realista quien realmente asumió la defensa del rey y el rechazo a la república y a la independencia, sino un personaje extrañísimo, un marinero nacido en Oviedo (Asturias) en septiembre de 1782, resentido, cruel, lleno de odios, pero enormemente carismático, que inicialmente manifestó estar de acuerdo con la independencia pero pronto cambió de bando y se convirtió en el verdadero azote de la recién nacida república: José Tomás Boves.
Huérfano de padre a los 5 años, Boves ingresó a los doce al Real Instituto Asturiano, y a los 16 recibió la licencia de Piloto de segunda clase de la marina mercante. Inmediatamente salió a navegar por el Mediterráneo, hasta que consiguió empleo en un buque-correo que navegaba entre España y América. Condenado por contrabandista fue encerrado en el Castillo de Puerto Cabello, luego se le conmutó la pena por confinamiento en Calabozo, muy lejos de las costas, y al cumplirse la pena se hizo negociante de ganado. Se volvió muy popular en San Carlos, Puerto Píritu y San Sebastián de los Reyes, en donde pretendió en matrimonio a Isabel Zarrasqueta, cuyo padre, Ignacio Zarrasqueta, se opuso violentamente a sus intenciones, lo cual, según algunos lo amargó hasta el extremo de convertirlo en el monstruo resentido que después fue. Al producirse el movimiento del 19 de abril de 1810, Boves se manifestó partidario de la revolución, pero no fue aceptado por los patriotas calaboceños. Aun así, un año después fue hecho preso en San Carlos de Cojedes por el canario Domingo Monteverde, y fue gracias a las gestiones de Ignacio Figueredo, uno de los notables de San Carlos, que recuperó la libertad. Regresó a Calabozo y se dedicó a esparcir noticias alarmantes acerca de la fuerza de los realistas, que fueron interpretadas por los jefes patriotas como contrarias a su causa, razón por la cual que fue arrestado nuevamente y condenado a muerte. Fue liberado en mayo de 1812 por Eusebio Antoñanzas, otro de los terribles y sanguinarios caudillos de la represión antiindependentista de aquellos días. Antoñanzas, que pasó por las armas a casi todos los defensores de Calabozo, nombró a Boves oficial de caballería y le encomendó la persecución de los pocos independentistas que habían logrado escapar. Así empezó su carrera de crueldades.
Cuando empezaba a notarse la presencia de Simón Bolívar como primer defensor de la república, empezó también a notarse la de Boves, que con su carisma y su valentía personal había logrado conquistar la adhesión de la inmensa mayoría de los llaneros, no solamente en favor de la causa del rey, sino, sobre todo, en contra de los mantuanos, y aún más, en contra de los europeos, en contra de los blancos en general. Así se formaron las hordas de Boves, capaces de todas las crueldades y tropelías imaginarias, no solamente contra los independentistas, sino también en contra de los realistas, si eran blancos.
Por sus órdenes fueron pasados por las armas numerosos cabezas de familia, y sus mujeres e hijas fueron violadas y en muchos casos asesinadas. Solía llevar varias veces a cada uno de los que había condenado a muerte al paredón, en donde cada vez les disparaban balas de salva para alargar la tortura y la agonía. Al final, en vez de fusilarlos, los hacía atravesar por lanzas. “Mutatis mutandi,” esas manifestaciones de sadismo se han repetido a lo largo de la historia en Venezuela y en muchos sitios. Aún hoy.
Por esa comunicación que logró con el pueblo llano es por lo que para algunos autores Boves fue el “primer demócrata” de Venezuela. El primero en tomar en cuenta los sentimientos de los preteridos, y el que con mayor habilidad utilizó los justos reclamos de los esclavos y manumisos, los justificables rencores que por razones obvias mantenían los negros y los mestizos en contra de los blancos. Si a ver vamos, se trata de algo que en buena parte, también “mutatis mutandi,” se ha mantenido a través de los siglos XIX, XX y XXI.
Después de mantener en vilo y en situación de derrota a Bolívar y a los independentistas, que estuvieron a punto de ser eliminados de la faz de la tierra, Boves terminó su carrera de triunfos y de horrores en Urica, en el oriente de Venezuela, el 5 de diciembre de 1814, cuando una lanza lo dejó sin vida.
Uno de sus subalternos, el canario Francisco Tomás Morales (1783-1845) trató de tomar su lugar, pero no tenía el carisma necesario y los llaneros se buscaron otro “Taita,” que, por suerte para Bolívar y los suyos, había preferido el bando independentista: José Antonio Páez, que tenía varias de las características de Boves pero no la crueldad ni el resentimiento, e hizo un notable esfuerzo por culturizarse y dejar atrás la barbarie. Así, has hordas de Boves se convirtieron en el ejército de Páez, que mucho contribuyó al triunfo final de Bolívar y a la consolidación de la independencia venezolana.
Aunque toda comparación histórica es cuestionable, no es difícil ver quién tomó en el siglo XXI la posición de Boves. Hugo Chávez no murió lanceado en batalla alguna, sino en una cama de hospital de Cuba, pero murió al fin. Y tampoco es difícil ver hoy en las calles de las ciudades venezolanas las mismas hordas de Boves, no a caballo sino en motocicletas, ni es difícil ver quién es el sucesor no ha dado la talla. Parecería que ni siquiera con aquello de “mutatis mutandi” pueda haber un Bolívar. Y hasta ahora no es fácil ver quién va a asumir un papel similar al de Páez en el drama que vive Venezuela en el siglo XXI, en el que no está defendiendo su independencia de España, sino su independencia de un país parásito y arruinado, que le está chupando el petróleo que es como si le chupara la sangre: Cuba. Y también su democracia.