La poesía de José Alejandro Peña
(%=Image(9163711,»L»)%) Jamás la especie sapiens logrará saber con exactitud cuánto se debe a sí misma por tener vivo entre sus congéneres a un poeta que la enaltece hasta cimas inaccesibles. Suele ocurrir que muy pocas veces advertimos cuándo el Sabio está entre nosotros con pasmosa discreción y humildad y es menester esperar que, extrañamente, venga un semejante a sacudir nuestras amodorradas existencias para que alcancemos a ver, cual vidente, conscientemente la evidencia. Lo anterior viene al caso por la vasta Obra Poética puesta en marcha desde comienzos de los años ochenta de la pasada centuria por el insigne escritor hispanoamericano radicado en los Estados Unidos de América, José Alejandro Peña (República Dominicana, 1964)
Como la antigua figura mitológica griega del Ouroboros, su poesía nace y se extiende in crescendo hasta logar milagrosos aciertos de lenguaje que la sitúan en extremos de excepción dentro del concierto poético del mundo de habla hispana contemporáneo. Idéntica a la blanca redondez del incurable insomnio que lacera cruelmente sus sentidos, el poeta le obsequia a los lectores un impecable universo verbal de ceñida y cuidadosa sintaxis lírica pocas veces expuesta en nuestra hispana lengua materna.
La textura temática que galvaniza la propuesta poética del escritor atraviesa los sempiternos ejes vitales por medio de los cuales riela la humana existencia, a saber: el dolor, la muerte, el amor, el padecimiento óptico y los quebrantos del ser, el desamparo y la urgencia inaplazable de redención por la palabra poética marcan algunos de dichos ejes temáticos que ostenta la poesía de José Alejandro Peña.
La terapéutica medicalizante demostró que el insomnio incurablemente pertinaz conduce de modo inexorable a la locura y finalmente a la muerte y el poema, en nuestro escritor, testifica el grado de soportabilidad humana de una tara física como el insomnio que sólo puede sobrellevarse a condición de ejercitarse en la auténtica y genuina creación poética. Leyendo los textos compendiados aquí colijo que sin la poesía (sin el milagro del poema quiero decir) hace tiempo el autor de este libro hubiera optado por el desgarrador camino de la autoabolición. Únicamente el bardo sabe a ciencia cierta cuántas terribles noches ha pasado in albis y así va creciendo cualitativamente la cultura universal. Toda la mar de los dolores, paradójicamente, va legando excelsitudes líricas como estas que el lector tiene entre sus manos para solaz del espíritu que verdaderamente aprecia y valora lo mejor de que es capaz la sensibilidad humana.
Tal como procede la inteligencia por su ámbito más sensitivo, el filo de la razón emotiva, el bardo postula una ars poética interrogativa de lo real, la facticidad empírica del mundo es aprehendida por el estro lírico del taumaturgo de imágenes topos-ouranicas y transmutada en materia sensible-verbal de inusual resonancia expresiva. Iluminadora es, por decir lo menos, la sui generis poemática contenida en este libro. La pureza de las formas expresivas está inextricablemente unida a la hondura y profundidad de los contenidos temáticos y ello, obviamente, es digno del mejor encomio; pues no abunda mucho en muestro mundo actual del imperio del ready-vídeo y del clip on line una poesía que alcance la dupla antes referida. De allí el regocijo espiritual que siente el lector al constatar la magistral imbricación forma/contenido que exhiben los textos poéticos de José Alejandro Peña.
La voz poética que ostenta este registro verbal combina con excelsa magistratura enunciativa un certero ritmo de lenguaje con una armonía léxica singularísima de escasas similitudes en el panorama poético hispanoamericano actual.
El yo poético en los cantos líricos aquí consignados adopta la forma de una toma de responsabilidad del discurso poético sostenido por una conciencia que asigna «dimensión y pureza» al texto sin que este último pierda su natural vínculo vital con el contexto histórico y socio-simbólico del poema.
Confieso con la infantil franqueza que despierta la lectura –gozo y placer- de esta poesía, que no pocos poemas de este libro me hubiesen gustado escribirlos yo. Leyéndolos con la infinita devoción que ellos demandan siento que me leo a mí mismo y me solazo tanto en sus gráciles equilibrios sinestésicos que al culminar su lectura (es un decir, pues nunca se termina de leer este libro) jamás se puede volver a ser el mismo que éramos cuando comenzamos su lectura. No se lee la poesía de J.A.P impunemente.
Por las páginas ardientes de este libro transpiran halos de Girando, Vallejo, Baudelaire, Rilke, Pessoa, con la altiva incandescencia y continuidad contenida en la vocación clasicista de los espíritus evolucionados que se saben poseedores de «la llave inglesa» que abre todas las puertas de la sabiduría. Si el lector lo quisiere no tiene más que adentrarse en la aventura espiritual que representa esta compilación, yo garantizo por adelantado que no lo hará en vano.