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La máscara se asocia íntimamente con el carnaval

(%=Image(4347913,»L»)%) «Máscara de actor», significa persona, en latín, señalando como en la sociedad el individuo interpreta un papel, se pone una máscara y actúa. La máscara, ya era usada, por los griegos para el teatro representando con cada careta un personaje distinto, una «persona». Máscara y representación van íntimamente unidas a lo largo de la historia.

Entre las más antiguas se encuentran las máscaras funerarias de los faraones egipcios que representaban los rasgos idealizados del difunto y eran generalmente de materiales preciosos como el oro. Los hechiceros africanos usan máscaras habitualmente talladas en madera para ahuyentar los demonios y malos espíritus. La máscara también es usada por los guerreros de diversas tribus, como protección y para asustar a los enemigos.

Pero la máscara se usó principalmente para el culto, de donde pasa al teatro. Como es sabido, el símbolo del teatro son dos máscaras, una sonriente que corresponde a la comedia, y, otra triste, correspondiente a la tragedia.

La máscara se asocia íntimamente con los Carnavales, donde paradójicamente uno se quita la máscara que usa habitualmente para colocarse otra con la que se siente acaso más identificado. El cambio de máscara simboliza la transformación de las relaciones sociales, un cambio de papeles que era mucho más acusado en las Saturnales romanas, las fiestas de donde procede nuestro Carnaval. Durante siete días los esclavos podían insultar a sus amos y emborracharse, se sentaban a la mesa y eran servidos por sus amos, y toda la servidumbre representaba una parodia del gobierno romano, dictando leyes y órdenes absurdas. Era un auténtico «mundo al revés». Pero las Saturnales, como los Carnavales que derivaron de ellas, no dejaban de ser fiestas para mantener el orden. Un breve lapso de transgresión de las normas permitía que el pueblo, ya desahogado, las siguiera cumpliendo el resto del año. Ese es el sentido del Carnaval.

Pero incluso esa corta transgresión se acabó reprimiendo. De ahí que en nuestro país la tradición de la máscara prácticamente se perdiese; la actual se inspira en la máscara veneciana.

También en Venecia tiene su origen el uso de la máscara con una función puramente médico-preventiva. Antecedente de las actuales mascarillas antisépticas y de las mascarillas respiratorias es la máscara del «doctor de la peste», usada por los médicos venecianos para protegerse en su visita a los enfermos de peste bubónica, que asoló Europa en la Edad Media y el Renacimiento.

Actualmente es también necesario prevenirse de la peor peste que puede devastar a nuestra sociedad, la decadencia de la norma ética. La del «todo vale» para que la mayor cantidad de dinero pase a la cartera o la cuenta corriente propia. Se ha creado un tal convencimiento de que el dinero es el único valor, que lo puede todo, y, que es lo que hay que conseguir rápidamente y en fabulosas proporciones y han surgido por doquier oportunistas y vividores, que están haciendo verdaderos estragos. El culto al dinero hace que estos oportunistas sean capaces de convertir su tremendo rostro en su propia careta. Como aquel oficial de la fábula que cuenta Herodoto, que para tomar la plaza que resistía heroicamente y ser acreedor de la recompensa prometida de ser nombrado mariscal de campo y casarse con la hermosa hija del basileo, que en griego es el rey, se le ocurre una argucia monstruosa: Se mutila el rostro, se arranca orejas, nariz y labios, y de esta guisa convertida la faz en una masa informe y sanguinolenta, comparece ante las puertas de la ciudadela sitiada, diciendo que sus compatriotas le han desfigurado de aquella forma inhumana por querer pasarse al enemigo. Como la prueba de lo que declara no puede ser más convincente se le recibe como un amigo, y, una vez dentro, a favor de la noche, abre las puertas a los sitiadores. ¿No se habrán mutilado los oportunistas también sus fisonomías para hacerse admisibles a los ciudadanos honrados? El oficial de la fábula antigua, tiene que cubrir su destrozado rostro con una careta de cuero para no horrorizar a sus compañeros de armas, y sobre todo, a la hija del basileo. ¿No necesitan también algunas almas tapar con cueros sus desfiguraciones?

A todos los ciudadanos honrados nos compete desenmascarar a los oportunistas, estén donde estén, pues, ellos son los verdaderos enemigos del Estado social y democrático de Derecho. Y también, es preciso añadir, que son muchos los españoles que siguen trabajando en la Universidad, en el libro, en la prensa, en el Parlamento, en la calle, en el taller, en el campo, para dar vida y alma, voluntad y cuerpo a la España pensada y deseada. Y como dice una copla de esta vieja tierra del Sur: «Si dices que eres poeta / voy a tener que decirte / que te quites la careta».

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