La más triste cosecha del año (y aun no termina)
A LA MEMORIA DE GERMAN DEHESA
Varios comentaristas de radio y de televisión coincidieron, al anunciar la muerte de Germán Dehesa, en recordar que este año se han ido para siempre autores claves de las letras y del pensamiento mexicano, como los dos carlos, Montemayor y Monsivais, y yo debo agregar con profunda tristeza a otro más, al presbítero Carlos González Salas quien falleció hace unas cuantas semanas, siendo el más autorizado cronista del puerto de Tampico, además de historiador y literato de prosapia, no como algunos gacetilleros provincianos que esperaron su muerte para atacarlo.
Hay quien además ha extendido la nómina cobrada por la infame guadaña mencionando al portentoso Nobel José Saramago. Al portugués y a los cuatro autores mexicanos mencionados he tenido la ocasión de tratar de cerca, a algunos como a Germán o a Monsivaís, desde la adolescencia. Al primero, lo conocí de la mano de otro gran amigo mío desaparecido, Mauricio Achar, verdadero “uña y mugre” de Dehesa. Eran los tiempos en que esa pandilla de San Angel y Coyoacán hacía de todo, de maestros a empresarios, de teatreros a libreros, de cantantes a cómicos, pero sobre todo de amigos, de compinche en utopías.
Germán dirigía desde autos sacramentales a piezas de teatro de calado profundo, como las de Oscar Wilde, de quien sin duda absorbió su hilaridad seria, pasando por el montaje de las pastorelas más irreverentes del mundo. Dejé de ver al promotor y alma de la “Planta de Luz” durante varios lustros. Cuando regresé a México, después de 25 años en el exterior, Germán ya se había convertido, ganándoselo a pulso, en una autoridad de nítidos resabios morales que denotaban su preocupación por muchas causas justas, tamizadas siempre por un sentido del humor tan subversivo que le atraía a incondicionales y a antipáticos por igual.
Dejé de leer su columna cotidiana durante algunos años por el único motivo de que me llegaron a fatigar las referencias permanentes a su contexto familiar y porque también me cansaban las sesudas referencias futbolísticas. Ahora me paro a pensar mejor y considero que las crónicas de su “intimidad” eran una valiente manera de reflejar el contexto social de su época, en minúsculas, y de miles de mexicanos de clase media que practicamos los mismos vicios sanos, idénticas fobias, mañas, aversiones, manías y otras peculiaridades aparentemente intrascendentes, pero sustanciales al fin de cuentas, puerta adentro de nuestra existencia común.
Claro que mi percepción de Germán Dehesa pudo ser sesgada. Nunca fuimos asiduos, entre otras cosas simples debido a mi lejanía del país. Además, con él y conmigo se dio bien eso de las “afinidades electivas”. El que no paraba de hablar cariñosamente de él fue uno de mis padres putativos -que acabó en hermano- el dueño de la “Gandhi”, Mauricio Achar, a quien ya mencioné. Por él llegué a saber, al dedillo, los detalles de un distanciamiento que superaron oportunamente los dos amigos entrañables y que tuvo que ver con un pleito atroz sobre una jugada de damas (el entretenimiento de fichas, no las susodichas) o cosa por el estilo. Era tanta la intensidad de su vínculo que Mauricio sufrió mucho el transitorio rompimiento. Como tantos quebrantamientos fraternos, se había originado en una imbecilidad.
Lo cierto es que con todos estos desaparecimientos, incluido el más reciente, de significativo clamor público, se nos están yendo puntos de referimiento imprescindibles en momentos de adversidad. Todos ellos nos están dejando sumidos en un tipo de orfandad. Su visión crítica, en unos más que en otros, pero en todos rigurosa y ética, no hacía concesiones. Se trata de creadores talentosos que ponen los dedos en llagas lacerantes de una sociedad que ha venido deteriorándose en su propia capacidad de respuesta. En el caso de Germán, como en el de Monsivais, la ironía era un arma afilada con la que abrían en canal aspectos oscuros y cruentos de la realidad. Desempeñaban un papel cada día más ingrato, el de hablar de frente, sin pelos en la lengua. De alguna manera han sido lo suficientemente independientes para temer poco por las inevitables represalias que conquistan aquellos que se atreven a denunciar indignidades o simplemente a salirse del rebaño. A Saramago, por ejemplo, en actitud poco cristiana lo atacaron voceros vaticanos el propio día de su muerte.
Es muy triste que en plena vigencia de efemérides fundamentales para la historia de un país de tanto peso civilizatorio como el nuestro, la muerte acalle voces de lindes universales que también apuntalaban una relevante labor periodística, aledaña a su entrega intelectual, justa, pertinente y plena.
Cuando Germán Dehesa se vio obligado a cerrar un café concierto que fue mucho más que un bello cabaret y que mantuvo abierto todas las noches durante 15 años, escribió la siguiente perla que pinta su talante de cuerpo erguido: “Artísticamente nunca se fracasó. El espacio se convirtió en una alternativa crítica dentro de la oferta en los centros de espectáculos: todo lo que no le gustaba a Televisa, nos gustaba a nosotros, comenzando por pensar”.