La cantante venezolana que enamora con su voz en el metro de NY
María Alejandra Flores impone su potente voz en la Gran Manzana, conquistando aplausos en uno de los subterráneos más visitados del mundo.
No es sólo por su imponente voz que resalta esta morena venezolana. Nacida en ciudad Bolívar y bautizada por el maestro Jesús Soto como «La Voz del Orinoco», María Alejandra Flores es también una representante fiel de la mujer decidida, que sale a ganarse la vida en una ciudad que muchos llaman la jungla sin alma.
Cantante, embajadora cultural de Venezuela en festivales internacionales, premiada por su talento en Alemania y varios países de Europa, no corrió la misma suerte de otros que se decidieron subsistir en una nómina del Ministerio de Cultura, donde el arte pasó a ser un arma política que es usada para manipular a la población y a los exponentes.
“La Voz del Orinoco” canta en el convulsionado subterráneo de ciudad de Nueva York, donde millones de personas entran y salen de los vagones de cientos de trenes que muchos consideran unos de los más peligrosos del mundo.
Nueva York es una ciudad que no para, que crea y destruye, que enamora las almas más soñadoras y aquellas que perdieron la fe en el prójimo.
Nueva York es una gran canasta donde coexisten culturas de todo el mundo, y donde la variedad de colores y pensamientos han generado una manera de comportarse que marca a sus atolondrados residentes.
Es tanta la vesania que existe en la ciudad que el mismísimo gobernador, Andrew Cuomo, anunció al inicio del año que invertiría miles de millones de dólares para construir nuevos manicomios, ya que 63% de la población de la Gran Manzana sufre de una o más enfermedades mentales graves. Así y todo, Nueva York atrae a todos por igual, y en sus viejas calles se pueden ver realizados los sueños más increíbles de los miles de aventureros que la habitan.
En medio de la cotidiana paranoia neoyorquina se escucha el son del cuatro que diestramente toca María Alejandra Flores, la cantautora venezolana que embelesa con su voz a residentes y turistas que usan el metro neoyorquino.
La conseguí en pleno Parque Central durante una entusiasta manifestación contra el gobierno de Nicolás Maduro programada por jóvenes venidos de todas las ciudades de Venezuela que buscan impulsar un cambio político en el país, y por activistas y diversos grupos del exilio que sirvieron de público a un improvisado concierto que nos permitió a los presentes deleitarnos con un viaje desde el Amazonas hasta los llanos, de Oriente a Occidente.
María Alejandra parece que no se amilana con el inclemente calor que hace por estos lares al inicio del verano. Todo lo contrario, la sonora voz, la alegría sin igual y el sonido del cuatro pusieron a cantar y a bailar a más de uno, incluso a los mismos chavistas que se acercaron temerosos a grabar y fotografiar a los «enemigos del gobierno venezolano en Nueva York».
Me acerqué a conversar con ella y me cautivó. En unos pocos minutos ya éramos panas y hasta se atrevió a contarme parte de las peripecias que ha tenido que hacer a lo largo de ocho meses de estancia en la ciudad que nunca duerme.
Me dijo, un poco nostálgica del ayer, que antes llegaba a sus conciertos con chofer y en carro. «Aquí llego sudando la gota gorda, en metro o en autobús».
—¿Cuál es el mayor desafío que has enfrentado en este país y, en particular, en esta ciudad tan arrolladora?—, le pregunté.
Respiró profundo, y me dijo:
—He tenido la suerte de haber viajado por el mundo llevando nuestra música y nuestra cultura a muchos países. Salí de Venezuela como cientos de miles que tenemos la esperanza de poder vivir de una manera diferente, donde no seamos un número más de la violencia o un objeto de propaganda del gobierno. Me he dedicado a cantar, a crear canciones que salen del alma. Lo que pasó en Venezuela es un ejemplo de lo que no debe ocurrir en ningún país del mundo, es la destrucción de la sociedad, de sus valores, de su riqueza y de su cultura, para imponer en proyecto político fracasado, manipulador y hambreador. Como a otros, a mí me llegó un momento de salir a probar suerte en otro lugar. Luego de haber vivido en España y echarle pichón allá, me tocó salir y decidí venir a Nueva York, que es el ombligo del mundo. Vine a trabajar duro, y me traje tres cosas elementales: La fe, la bandera en mi pecho y la fortaleza.
“Este un país extraño para mí, empezando por la lengua. Apenas sé decir, ‘Hello, my name is María Alejandra, I am from Venezuela’. Tengo siete meses aquí compartiendo mi arte con muchas personas de diferentes países: ecuatorianos, brasileños, mexicanos, estadounidenses, argentinos… un boom de países que están haciendo vida en Nueva York”, añade.
Y prosigue su relato a modo de reflexión:
—¿Por qué me vine? Por escapar de la crisis económica, política y social que vive Venezuela. Lo que nos está pasando como pueblo es una tragedia. En mi caso fui tildada de escuálida y, ciertamente, si ser escuálida es no estar de acuerdo con la política nefasta del régimen chavista, pues entonces sí lo soy con mucho orgullo, sí (con ello) defiendo mi posición. Cada vez que llevaba mis proyectos culturales a la Dirección de Cultura del Gobierno me daban la misma respuesta: “Si no eres chavista o madurista, no tiene opciones”. Y yo les respondía: “Yo soy de Venezuela, no vine a representar a un grupo político sino a la cultura afro venezolana”.
Es un gobierno “robolucionario” que lo que ha hecho es empobrecer a Venezuela. Entonces no me quedó otra que irme del país. Llegó un momento en el que tuve que ponerme a vender empanadas en mi propio país. Luego de eso decidí pedir la visa y salir a representar a los negros venezolanos y ahora siento que dejé los grilletes en Venezuela y estoy en Nueva York en libertad luchando por lo mejor de mi país, la esencia de ser venezolana en una ciudad que aunque no lo comprende por completo, aprecia el arte en sus diversas expresiones, lo respeta y no pretende ponerle un color rojo a las expresiones más hermosas de la afrovenezolanidad.
Me siento bien en Nueva York porque aquí me dejan ser yo, ando con mi tomuza y nadie se fija en mí ni nadie se ríe de mí, me siento en casa, porque aquí hay otras que usan unas tomuzas más grandes que la mía.
María Alejandra considera que Nueva York ha sido una especie de postgrado para ella, “es un máster, vivir en NY es crearse una coraza, es saber que los sueños son posibles y que hay que trabajar muy duro para lograrlos”. Cuenta que su vida en esta ciudad ha sido intensa, pero advierte que está solamente de paso, “como el ave”.
Y es que María Alejandra Flores aspira poder asistir a los festivales de la música afro que se llevan a cabo en Bogotá, Colombia. “Sigo avanzando y no me paro”.
Ha sido tal su experiencia en la Gran Manzana, que ya siente que no puede limitarse a un solo lugar y ha comenzado a sentirse como una ciudadana del mundo: “Si Venezuela llega a ser democrática, me alegraría, porque allá está mi familia y mis quereres, pero estar en Nueva York ha ampliado mis horizontes, todo lo que he vivido aquí me ha abierto muchas expectativas. No me voy a limitar a Nueva York, aquí los estudios universitarios se quedaron en casa. Sigo avanzando, no me paro”.
En una hermosa expresión, relata cómo llevar su canto por diversos rincones del metro neoyorquino equivale a llevar un poco de Venezuela a cada espacio del subterráneo.
“Ser la voz del Orinoco en Nueva York ha sido un proceso que estoy viviendo y que incluye lágrimas, tuve una experiencia única de cambiar en el metro de Nueva York, cantar en Manhattan, en Brooklyn, en Harlem, en el Bronx, que significa decir que Venezuela está presente en esos vagones”.
Entonces hace referencia a una experiencia que relaciona con posicionarse entre las personas que transitan el subterráneo.
—Yo canto con los ojos cerrados. La primera vez que entré al metro, saqué mi cuatro y dije: “Hi, I am from Venezuela, María Alejandra Flores, la Voz del Orinoco”, y nadie me entendía, casi que no me paraban. Pero cuando empecé a dar un grito de guerra, con aquella voz, sé que impactó. El señor que estaba leyendo el periódico lo dejó de leer, el que estaba revisando su teléfono se paró y cuando yo abrí los ojos todos me estaban mirando fijo y los aplausos los sentí como si yo estuviera en el mejor escenario del mundo. Luego de haber cantado en Alemania, Francia, Italia, Perú y Cuba, cantar en el metro de Nueva York ha sido lo mejor, pues ha representado una vivencia y una oportunidad para decirle a la gente que sí se puede. Hay que tener humildad y aunque nos toque cantar en el metro, debemos sentirnos orgullosos de ser venezolanos, de que somos unos guerreros y que sí podemos lograr los objetivos en cualquier parte del mundo.
María Alejandra confesó que extraña las comodidades que le ofrecía su natal Ciudad Bolívar y de las que no dispone en esta jungla de cemento.
Usa las redes sociales para sentirse en casa, pone fotos, “a veces lloro porque la gente me dice que eche p‘alante porque la verdad es que he pasado situaciones muy difíciles en NY, donde hasta unos animales me picaron, pero se quedaron plasmados en mi alma, porque es eso lo que forma parte de las vivencias. Eso todo lo pongo en mi maleta y con mi cuatro me propongo recorrer el mundo. He conseguido muchos venezolanos que sienten mi canto, sienten mi esencia de ser venezolanos, de ser negros, los tambores, llevar el Callao, la caña de azúcar. Estar aquí es el aprendizaje de mi vida, jamás podré olvidar esta ciudad que ha sido una escuela, una universidad para mí”.
Recuerda que al llegar a Nueva York la primera opción por la que se decidió para ganarse la vida fue trabajar en una casa de familia como servicio doméstico, “pero como me enfermé, me botaron”.
Fue entonces cuando llegó a una estación del metro llamada “42 Street”. Se sentó con su maleta, su cuatro y 300 dólares que le habían pagado en la casa donde trabajó. Comenzó a llorar “como si un marido me hubiera dejado y de pronto se me acercó una señora y me preguntó: “¿Por qué lloras?”, y le respondí: “Porque no tengo dónde vivir”.
Narra que la mujer la llevó a su casa, donde pasó esa noche. “Me atendió como a una hija”, pero al otro día le dijo que la llevaría a un lugar donde estaría mejor. “Fue cuando me llevó a un refugio que me dejó con la boca abierta, de aquel lugar salían mujeres con las caras cortadas, drogadas. Ella me dijo que de ese lugar me iban a enviar a un sitio mejor y, efectivamente, me enviaron a vivir a un refugio que hizo Obama para las mujeres en riesgo”.
En el refugio indagaron su condición legal y María Alejandra les dijo que se disponía a solicitar asilo político. Tal respuesta llevó a que le exigieran demostrar su condición de perseguida política.
“Lo hice, les enseñé mi trabajo hecho a nivel cultural por el mundo y ahí me dejaron hasta que me pasaron a otro refugio y fue cuando me enviaron a uno de personas mayores donde me siento genial, tengo servicio médico, estoy más custodiada que Obama, con circuito cerrado en todas las habitaciones, vivo muy bien en Brooklyn y a todos los que vengan a Nueva York les digo que dejen de ser soberbios y sean humildes porque en la humildad siempre se consigue un premio”.
Y es que, efectivamente, María Alejandra Flores se siente favorecida por haber encontrado un sitio donde vivir, bañarse, lavar su ropa, aunque tiene algunas limitaciones. “Soy la cenicienta en Nueva York, porque tengo que llegar antes de las 10 de la noche para que no se acabe el encanto”.
Luego de su relato, a manera de colofón, María Alejandra Flores resume cómo -según su punto de vista- su situación no es más que la consecuencia del vulgar engaño al que fue sometida Venezuela por un hombre que se vendió como el salvador de los pobres y terminó convertido en un vulgar dictador.
“Un Gobierno que montó su discurso a favor de los menos favorecidos, de la justicia social y convirtió el sistema en una dictadura, un régimen autoritario que transformó a Venezuela en la mejor representación del hambre, la miseria y el fracaso. A Chávez lo considero un dictador y a Maduro el hijo de un dictador. Chávez tuvo el don de la palabra, los recursos y la inteligencia para convertir a Venezuela en un gran país, y lo único que logró fue el modelo más perfecto de socialismo fracasado que ha conocido la historia de la humanidad”.