La avalancha americana
Hasta no hace muchos años, seguramente hasta la entrada de los años ochentas, los intelectuales latinoamericanos, progresistas o no, expresaban una gran admiración por la radio y la televisión de las naciones de Europa occidental. La Rai de Roma, la ORTF de París, la BBC de Londres, incluso, la Televisión Española eran percibidas como el modelo de televisión —educativa y cultural— que se merecían nuestros países como antídoto o alternativa a la televisión americana.
Efectivamente, la programación de aquelos canales estaba, y en buena medida lo sigue estando, constituida de modo dominante por programa de corte divulgativo, documental, educativo e informativo que las acercaban más al espíritu serio de las instituciones educativas y culturales tradicionales, las escuelas y los museos, que al modelo espectacular, comercial, amarillista y festivo de la gran televisión americana hija y seguidora de lo que hacia años Hollywood había descubierto para mercadear exitosamente sus películas por todo el planeta. Edgard Morín, el sociólogo francés, acuñó por entonces un desplante que servía para entender la diferencia. La televisión europea, decía, es una dama culta, profunda e informada pero aburrida como una solterona aburrida, la norteamericana en cambio es una chica frívola, superficial y desbocada pero terriblemente coqueta, divertida y seductora.
Pero lo decisivo de aquel modelo televisivo, además de que estos canales eran y siguen siendo propiedad absoluta del Estado, se encontraba en el hecho de que no tenían competencia niguna de la televisión comercial pués en estos países las leyes establecían un monopolio estatal en el uso de las señales radioeléctricas y particularmente de la televisión. El modelo funcionaba aparentemente bien hasta que, paulatinamente, llegó la apertura, se legalizó la competencia privada y con ella la presencia de los contenidos producidos en los Estados Unidos. Franceses y españoles comenzaron a convertirse, incluso con más furor que cualquier espectador latinoamericano o asiático, en seguidores de Dallas, Falcon Crest y cualquier otra serie global norteamericana. Lo que los estudiosos latinoamericanos admiraban se hizo triza y hoy en día en cualquiera de estos países podemos ver televisión de la misma calidad que circula en los nuestros con la diferencia que llos no tienen una antídoto local a la televisión gringa tan fuerte como el de nuestras telenovelas.
Precisamente por esto, y por muchas más razones como la proliferación de los MacDonalds, la hegemonía del cine made in USA en las salas de Francia, Inglaterra, Belgica u Holanda, el predominio de las cadenas de noticias tipo CNN, o de los bestsellers —generalmente manuales de autoayuda o novelistas de masas— en las grandes librerías, los intelectuales y políticos európeos andan tan preocupado como los nuestros en otras épocas por el destino de sus propias lenguas y culturas ante el avance incontenible de la avalancha de productos, mensajes, y en general, del modo de vida americano.
Podría uno decir que la tortilla se ha volteado o, para ser más precisos, que se ensanchó y lo que parecía ser un problema especifico de los países pobres o en vías de desarrollo, generalmente asediados por profundas dudas sobre la válidez de sus culturas y sus relaciones de sumisión con lo que ocurría en las metrópolis europeas o norteamericanas, se ha convertido con cada vez más fuerza en tema e preocupación para culturas tan sólidas, añejas y en otros tiempos imperiales como las de Francia, España o Almania.
Esa por lo menos fue una de las constataciones que más llamó la atención al grupo de venezolanos que formamos parte de la delegación que, presidida por el viceministro Manuel Espinoza, asistió a la Reunión Anual de Ministros de Cultura de la UNESCO, realizada en París esta semana que hoy concluye y dedicada al tema de la globalización de los mercados y su impacto sobre la diversidad cultura del mundo. La sensación es novedosa.
Uno va preparado a escuchar que una ministra guatelmateca orgullosamente vestida con su huipil —como lo hace desde hace mucho tiempo Rigoberta Menchú en los escenarios internacionales -, o que un Ministro de Ghana— que pasea su inmenso tamaño con su manto dorado, uno de su hombros desnudo, y sus gigantecos anillos de oro como rara avis entre los centenares de delegado de corbata y de flux, reivindinquen sus particularidades culturales e, incluso, como los hizo el principe de Ghana, exijan indemnización por lo que el Occidente esclavista le hizo hace ya unos cuantos siglos a su pueblo. Pero presenciar a los convencionalmente vestidos delegados de Alemania, de Rusia o de Francia reconociendo que el tema de la fragilidad de las culturas nacionales ante la avalancha norteamericana no es ya un asunto de las naciones pobres sino de las naciones industrializadas también, coloca la reflexión en otro terreno y a los Estados Unidos en una posición solitaria frente al resto de países aunque, todavía, para nada amenazante de su hegemonía cultural en el mundo.
Dos cosas han quedado como grandes temas de discusión. Primero, el del cambio cultural profundo que se ha producido en el planeta obligándonos a pensar de nuevo las maneras como entendíamos las identidades y las culturas nacionales antes asociadas exclsuivamente a una idea cerrada y soberana de los espacios nacionales. Y, segundo, parecieramos estar ante la certeza de que, de ahora en adelante y en este nuevo entorno, o se actua en bloques y con estrategias internacionales ligadas al mercado de las industrias culturales,o las viejas maneras de prestar los servicios culturales —escuelas, museos, orquestas, tradiciones— serán cada vezs más insuficiente para detener la avalancha.
América Latina descubre también un nuevo papel. Menos azotada por los odios étnicos que marcaron a Europa y Africa durante el siglo XX; heredera de las más diversas culturas de Europa, Africa y Asia; poseedora de una multiculturalidad que sobrevive a pesar de la miopía y el desden de sus élites, y; con un mundo indígena negro cada vez más reconocido y respetados dentro de las nuevas constituciones locales, nuestro continente aparece como un espacio donde podría ser más facil construir una cultura e la tolernacia. En suintervención el viceministro venezolano lo dijo con sencillez: “Europa intentó enseñar al mundo a ser como Europa, América Latina podría contribuir a enseñarle a ser como el mundo”. Los modelos también se mudan.