La abuela del casco rojo
Leida tiene 58 años y vive en Caracas. En Altamira, frente a la plaza Francia, lleva puesto un casco rojo, una bandera de Venezuela y un rosario blanco atado a su muñeca derecha. Desde el 6 de abril se le ha visto en marchas y actividades de protesta convocadas por la oposición. Afirma que ha decidido salir porque no consigue alimentos ni medicinas. Ha sido fotografiada en numerosas oportunidades y ya ha ganado fama entre los manifestantes, quienes la llaman «la abuela del casco rojo».
En ese casco rojo destaca un corazón blanco con un número que varía dependiendo del día de protesta. Dos palabras pueden leerse a su lado: «calle», a la derecha, y «resistencia», a la izquierda. También resaltan ocho estrellas blancas que ha colocado, no en honor a la bandera nacional, sino a ocho jóvenes que han muerto en las protestas en Caracas. «Cada estrella representa a un muchacho que he visto morir con mis propios ojos», dice. Juan Pernalete, Armando Cañizales, Miguel Castillo, Fabian Urbina y David Vallenilla son los nombres que recuerda.
En el centro del casco, arriba, hay una cruz. «Este es Neomar», indica. Explica que a él no lo vio morir, pero sí lo conocía: le llevaba agua y comida y lo acompañaba adelante en las protestas. «No estoy de acuerdo con la dictadura. No estoy de acuerdo con que sigan matando a los muchachos», expresa. Triste y molesta con lo que sucedía, decidió poner una estampita de San Miguel Arcángel en medio de su casco. Desde entonces —afirma— no ha visto a nadie más ser asesinado.
«El gobierno debe entender que las armas no son para el pueblo. Las armas son para una amenaza internacional, una invasión extranjera. No para matar a venezolanos», señala.
Para Leida, quien además es diabética, Venezuela está sumida en una crisis total desde cualquier punto de vista. «He decidido venir a las marchas porque no he conseguido comida y no se consiguen medicinas. Entonces, para morir en mi casa en una cama, prefiero morir en la lucha», sostiene con convicción mientras muestra cicatrices de heridas de perdigón en uno de sus brazos.
Añade que manifiesta por su familia: su hija emigró por la situación del país y su hijo, de 33 años, protesta en la calle por las mismas razones que ella. «Mi hijo es guerrero», dice con orgullo.
La abuela del casco rojo indica que no está de acuerdo con un gobierno «acaparador de todos los poderes» y espera que venga una ayuda humanitaria que frene lo que considera es un «exterminio sistemático», llevado a cabo entre la violencia y la crisis de medicinas.
Leida no solo dice que no está de acuerdo con la Constituyente, sino que tampoco está de acuerdo con las acciones de la Mesa de la Unidad Democrática: «Si vamos a marchar, no nos saques para las autopistas porque ahí nos van a reprimir con ballenas, tanques. Mejor vámonos por una avenida o hagamos un trancazo».
Aunque considera que hay mucha gente indiferente, sostiene que ella no pertenece a ese grupo y que seguirá en la calle el tiempo que sea necesario, y así lo ratifica el mensaje que lleva escrito en su bandera: «Yo lucho día a día por ver a mi país sin dictadura ni constituyente». La abuela del casco rojo confía en que la situación del país cambiará. «Cuando esto caiga, aquí —dice finalmente señalando al corazón que lleva en su casco— va a decir Venezuela es libre».