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Josefa Zambranola escritura instintiva

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C Y: ¿Cómo fueron tus inicios en la literatura?
J Z: Mi relación con la literatura comienza desde mi infancia, ya que mi
vida giraba alrededor de los narradores orales y los libros. Como me crié en una hacienda de café, los primeros años escolares los hice en una
escuelita unitaria a la que iba montada en un burro conducido por uno de
los peones, y esa era la mejor parte, ya que me contaba muchas historias a
lo largo del trayecto. Gracias a él conocí ese fantástico mundo donde moran
los momoyes, los suqueses, los encantos, las ánimas; también me hablaba de
los poderes del díctamo real y de los mojanes, señores de los páramos, que
entienden el lenguaje de las flores, los animales salvajes y los pájaros.

Mi hermano, que era mayor y vivía en el pueblo, Boconó, me contaba
historias muy cómicas sobre los personajes típicos del pueblo, los mendigos que vivían durante la mayor parte del tiempo en el atrio de la iglesia, y yo me reía mucho de tantas barrabasadas que inventaba y le pedía siempre que me contara más, con lo cual excitaba su imaginación para que me contara más historias. Luego, cuando Luis tuvo acceso a la lectura de suplementos, me contaba, adaptadas por él, las que había leído en los de «La pequeña Lulú» Creo que Luis ha sido el mejor halaiquís que he conocido y estoy segura de que, como Sherezade, hubiera superado la prueba de Harún al-Rasid.

Cuando aprendí a leer fe maravilloso. Leía todo cuanto caía en mis manos,
especialmente los libros de „Cuentos de Callejas‰ que tenía guardados mamá
desde que era muchacha. Más tarde descubrí „el cuarto de los libros‰, así
llamaban mis Mayores a una habitación cerrada, húmeda y oscura que
albergaba unas estanterías altísimas, pues llegaban hasta el techo,
atestadas con los libros que habían pertenecido a José de Jesús Espinosa
Aguilar, mi tío abuelo, que fue músico, compositor y doctor en derecho
canónico. Muchos estaban escritos con caracteres extraños que hoy sé que
era griego; otros contenían palabras que no entendía, pues estaban escritos
en latín y francés, pero también había muchos en español, los cuales poco a
poco comencé a discriminar según mi gusto. Descubrí a Bécquer, Irving,
Julio Verne, Stevenson, Poe, la mitología greco-romana, D. H. Wells, Don
Quijote, Hombres de maíz y Las 1001 Noches; igualmente, me apasionaban los
de historia universal y del arte.

Vivía la mayor parte del tiempo metida en la cama leyendo, con lo cual las
Mayores se sentían muy a gusto, pues era una niñita muy quieta que no les
daba muchas preocupaciones salvo que, como era su sobrina «tragalibros»,
pudiera enfermarme de l vista. Ya iba al colegio de las monjas, donde me
aburría, además de tener que memorizar muchísimo. Ahí sólo había lecturas
obligatorias de las vidas de santas y mártires; también recuerdo las que
hacían de un libro pavoroso, «Cartas desde el infierno». En el colegio sólo
leían esos libros terroríficos que me atemorizaban muchísimo.

Cuando tenía 11 ó 12 años me escapaba para hacer otra cosa que me
encantaba: ir al cine. ¡Cuánto sufría y lloraba viendo las películas
mejicanas!, pero también me aprendía todas las canciones que cantaban Jorge
negrete y Pedro Infante. También me escapaba para ir al Ateneo de Boconó,
donde tuve acceso a muchas cosas que no entendía pero que igual me gustaban
muchísimo, tales como las conferencias que dictaban Oscar Sambrano
Urdaneta, Ramón Palomares; las exposiciones de Régulo Pérez, Armando Track,
Francisco Hung; los conciertos de Fedora Alemán, Eva María Zuk, Morela
Muñoz, Judith Jaimes y la danza de Sonia Sanoja. Más que una espectadora
habitual yo era una sombra, un pequeño fantasma a quien nadie prestaba
atención, pero que estaba ahí nutriéndose…

Ya después adolescente, 14 ó 15 años, gracias a mi otro tío, Nicolás María
Espinosa Espinosa, conocí a fondo a Don Quijote y Pedro Páramo, a Vargas
Llosa, García Márquez, Hemingway y Cortázar. También a Meneses, Gallegos,
Uslar Pietri, Teresa de la Parra, Febres Cordero, Eduardo Blanco y
Pocaterra. También me dio a conocer a los poetas que más le gustaban:
Nervo, Ruben Darío, Neruda, Vallejo y San Juan de la Cruz.

Después seguí mi propio camino de incansable lectora. Aprendí con Borges
que uno sólo debe jactarse de los libros que ha leído y, desde luego, ha
hecho suyos como si de sus propias vivencias se tratara.

Como ves, nada le debo a la educación formal, pues sólo los libros me han
llevado a volar, a través de ellos he podido vivir y conocer; por eso mi
acercamiento a la literatura ha sido a través de la lectura, y si hoy soy
escritora es porque siempre he sido lectora.

Mi descubrimiento como escritora se lo debo a Federico Gash, Orlando Araujo
y Eugenio Marinelli, ya que ellos leyeron mis cuentos y dijeron que yo
servía más para escribir que para abogada. Entonces Marinelli, que editaba
la revista „Buen Rato‰, publicó cada uno de los cuentos que más tarde
integraron Magia de páramo, mi primer libro; igualmente me dio la
oportunidad de conocer y entrevistar escritoras como Isabel Allende, Ida
Grancko, Elizabeth Schön; pintores como Edgar Sánchez, Oscar Sjöstrand,
Elsa Morales; cineastas como Betty Kaplan y bailarinas como Sonia Sanoja.

C Y: ¿Es complicado conciliar tu faceta de escritora con la de abogada?
J Z: Estudié derecho para complacer a mi padre. En primer año todo era
novedoso, y como siempre he sido muy disciplinada, estudiaba, memorizaba y
aprobaba. A partir del segundo año fue insufrible, ya que nuestras escuelas
jurídicas son memorísticas, librescas, donde el alumno repite como un loro
lo que dice el manual del profesor. ¡Claro, hay excepciones! Por eso hice
mi postgrado en Criminología, una ciencia que tiene que ver con el lado
oscuro del hombre y la sociedad. También ejercí y conocí el mundillo que
gira alrededor de los tribunales y la administración de justicia. Pero si
seguí escribiendo fue por terca, ya que cuando asistí a un taller literario
dictado por Laura Antillano, ella, contrariamente a lo que me habían dicho
Federico, Orlando y Marinelli, me recomendó escribir textos testimoniales y
documentos jurídicos. No le hice ningún caso, pues hoy continúo
escribiendo, leyendo y nada ejerciendo.

Además de cuentista también escribes ensayos. ¿En cuál de estos dos géneros
te sientes más cómoda?
Escribir es una gran aventura. Cuando escribo me dejo llevar sin saber
jamás a dónde voy a llegar; además, es muy difícil cultivar un solo género
y, como te habrás dado cuenta, mi prosa es muy poética, aunque jamás me he
atrevido a escribir un verso. Me siento muy a gusto creando ficciones,
fabulando, pero aprendo muchísimo escribiendo ensayos.

C Y: ¿Cómo gestaste tú último libro?
J Z: ¿Publicado? Si te refieres a Taumaturgias del verbo, te contaré que
fueron Dulce María Loynaz, Lubio Cardozo, Rafael José Alfonso, Marie-Pierre
Fernades y Ramón Vicente Casanova, quienes con su verbo motivaron el mío.

Fue algo irreprimible lo que suscitaron en mí la lectura de sus obras. El
ensayo es un arte mediante el cual el escritor incita al lector a ahondar
más allá de lo que dicho y mostrado, por eso trato de ser lo más genuina y
honesta posible.

C Y: ¿Cuál es tú método de trabajo al momento de escribir?
J Z: No tengo método, para mí es un ritual. Mientras me enfrento a la
página en blanco, doy vueltas por toda la casa, pongo música todo el
tiempo, lavo la ropa y los platos, le pongo la comida en el árbol a los
pájaros y las ardillas, complazco los caprichos y necesidades de René y
Pantera, como antes los de Cape y Rusty. Veo como las palabras van
alineándose poco a poco, primero en mi mente y luego en la pantalla o en el
papel, y así he escrito los libros que has leído. También es cierto que
destruyo mucho, recomienzo de cero, y cuando ya el texto tiene cuerpo y
alma, corrijo muchas, pero muchísimas veces. Leo siempre en voz alta lo que
he escrito; para mí es la única manera de encontrar el ritmo, la cadencia.

Soy muy instintiva, visceral y, desde luego, insegura.

C Y: ¿De los nuevos narradores a cuales has leído?
J Z: ¿Venezolanos? Muy buenas la novelas Mil y tantos güevones y Cuando
falta un suspiro para crear un grito de Luis Alejandro Ordóñez, un narrador
que desde hace cierto tiempo vive en Chicago.

C Y: ¿Te sientes marginada, ninguneada del medio literario?
J Z: Depende de cuál medio literario hablamos. Si te refieres al medio
literario centralista de los casi extintos suplementos y páginas literarias
de algunos diarios, de los institutos de investigación literaria de
universidades y organismos oficiales capitalinos, puedo decirte que para
ellos no existo como escritora, aunque también es cierto que otros críticos
y medios se han expresado muy bien de mis relatos y ensayos. Ahora bien,
los escritores y críticos de las tierras bañadas por el Orinoco y el Caroní
me valoran altamente, y lo mismo sucede con los de las tierras andinas.

Nunca podré decir que no he sido profeta en mi tierra, ya que en el medio
literario y académico trujillano me valoran hasta el punto que se han
escrito ponencias y tesis de grado sobre mi narrativa.

C Y: Sé que te une una gran amistad con Teresa Coraspe. No obstante me
gustaría conocer tu opinión con respecto a su trabajo poético?

J Z: Sabes que soy muy objetiva y sincera, y el que alguien sea mi amigo
muy querido no significa que por ello sea un buen escritor y, desde luego,
este no es el caso de Teresa Coraspe, pues es ella quien me honra con su
amistad. Teresa es una auténtica poeta que ha hecho de la poesía un
destino; además, Teresa, al vivir por y para la palabra, se sabe perenne
habitante de la casa del serde que habla Heidegger. Hay un poemario de
Teresa, Tanta nada para tanto infierno, que me parece extraordinario. En
sus versos, al desandar tiempo y memoria, la poeta ha aprehendido toda
nuestra angustia existencial. Su voz clama desde lo más íntimo del ser
hasta hacernos estremecer.

C Y: ¿Sirve para algo la literatura??
J Z: ¡Claro que sí! Sirve nada menos que, como ha dicho Gao Xingjian, para
expresar lo que llevamos dentro y luchar contra la soledad. Además, para
crear realidades, atrapar el tiempo y preservar la memoria.

C Y: ¿Y los escritores tienen alguna utilidad?
J Z: El escritor tiene una mirada muy aguda que le permite ver, observar,
más allá de donde ven los otros; en consecuencia, es su personal manera de
mirar el mundo la que tiene esa utilidad de la que hablas. Esta visión
impregnada de sensibilidad e inteligencia es la que le permite aprehender y
reelaborar sus circunstancias, vivencias y tiempo; de ahí su obligación de
ser honesto, genuino, de no traicionarse a sí mismo, ya que escribir es su
fin único. Además, no podemos olvidar que cada libro tiene su propio
destino independientemente del que deseó para él la mano que lo escribió,
ni que los lectores, a través de la lectura, son los que darán un uso a su
escritura. Por supuesto, esta utilidad no tiene nada que ver con la que
debe tener un escritor de acuerdo con las normas que rigen el mercado
editorial.

C Y: ¿Cuál es tu visión de la situación cultural y política del país?
J Z: ¡Apocalíptica! Aunque Venezuela siempre ha sido, según dijo, si no me
equivoco, Rafael Arévalo González, „un país de nulidades engreídas y
mediocridades consagradas‰, hoy, peor que nunca, los ignorantes, mediocres
y oportunistas manejan sin pericia alguna las riendas desbocadas del país,
y esto se refleja en el medio cultural oficialista. Miro con ojos aterrados
como el auriga soberbio, parlanchín y guasón fustiga alocadamente los
caballos que corren sin concierto hacia un despeñadero cuya profundidad
hará irreversibles las consecuencias de la caída. Presiento, como muchos,
lo que se nos viene, pero, salvo escribir y publicar donde me lo permiten,
nada puedo hacer para evitarlo. Veo, con dolor y asco, como muchos de los
escritores consagrados, reconocidos, mayores, como los llaman, se pliegan,
aplauden, magnifican, las bondades de la „revolución cultural‰ del régimen,
y todo por „un puñao de parné‰ que, en su caso, se traduce en un cargo
burocrático y la posibilidad de publicar en los suplementos culturales de
los diarios de mayor circulación y en la editoriales oficiales.

C Y: ¿Algún proyecto nuevo en materia literaria?
J Z: Sí, unos ensayos sobre Teresa Coraspe, Ana Rosa Angarita, Alfredo
Silva Estrada que pronto leerás. También estoy trabajando en la que será mi
primera novela, la cual todavía no leerás y sobre la que no me gusta hablar
por aquello de que lo que se habla no se escribe; además, me ha llevado
mucho tiempo el trabajo de investigación.

C Y: ¿Tienes alguna recomendación para esos escritores que se inician en la escritura?
J Z: Sí, Leer, leer y leer. Escribir, escribir y escribir. Jamás otorgar
concesiones a nada ni nadie, salvo a sí mismos y a su escritura.

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