Jean de La Fotaine La voz del gran fabulista (1621-1695)
Los cuatro clásicos del famoso siglo de Luis XIV que ningún francés olvida son Molière, Racine, La Fontaine y Boileau. Muy franceses fueron Molière y Racine, pero en su época hay otro poeta y amigo suyo que acaso lo fue más, en opinión de sus mismos paisanos: La Fontaine. Su equilibrio de facultades; el amor al término medio; el apartamiento de toda arrebatada expresión de los sentimientos; su bonhomie, llena de malicia y gracia; su erudición y su lenguaje, le aseguran el amor de los suyos, y de éstos se propaga a los demás, aun dejando aparte su positivo talento. Es imposible escribir la historia de la fábula sin citar su nombre: son inseparables como lo son, para el público, la de aquella y Esopo. Y en verdad que la opinión general coincide en decir que eso es lo mejor que hizo el poeta francés, aunque tuviera ya cuarenta y siete años cuando se publicó la primera colección de fábulas, con el título de Fábulas de Esopo puestas en verso. Están dedicadas al Delfín, hijo de Luis XIV, como escritas para su entretenimiento. Aquello no era la clase de fábulas, sencillas y morales, a la que la gente estaba acostumbrada, sino, en conjunto, una amplísima comedia en cien actos, como él mismo dijo en verso. La Fontaine llevaba ya hechos varios ensayos en la novela y el teatro, y aplicaba ahora modestamente sus facultades a aquel género para ennoblecerlo y elevarlo. Como el público se manifestara encantado con la nueva evolución del género, el autor siguió publicando colecciones de fábulas hasta el fin de su vida, completando con elementos de todas las procedencias su simbólica “comedia humana”. Sus famosas Fábulas han sido consideradas como modelo del género y son conocidas mundialmente: “La lechera”, “El cuervo y el zorro”, “La cigarra y la hormiga”, “El lobo y el cordero”, “La liebre y la tortuga”, “La rana y el buey”, “El molinero, su hijo y el asno”, “Los animales enfermos de la peste”, “El gato, la comadreja y el pequeño conejo”, etc.
Jean de La Fontaine nació en Château- Thierry, Champagne, el 8 de julio de 1621 y falleció en París el 13 de abril de 1695. De familia burguesa, su padre era administrador de montes, tras finalizar sus estudios primarios fue enviado al Seminario de Saint-Magloire y estudió en la Universidad de Reims. Abandonó la carrera de teología y derecho y se dedicó de lleno a la literatura. En 1647 contrajo matrimonio con Marie Héricort, y tras separarse de ella (1658) se estableció en París, donde recibió la protección del superintendente de finanzas Nicolás Fouquet, mientras este ostentó el poder; posteriormente, su supervivencia dependió de una serie de amigos y amigas, y, en especial de madame de La Sablière, en cuya mansión vivió durante veinte años, y de la duquesa de Orleáns. Constituyó, junto a Molière, Boileau y Racine, una especie de academia literaria conocida como la “sociedad de los cuatro amigos”.
A los setenta y tres años se le admitía en la Academia Francesa, en la que leyó en su presentación, el admirable discurso Oración en verso (1684), donde la gran discusión o campaña entre los partidarios de los antiguos y los de los modernos, le halló al lado de Racine y Boileau, tomando partido en su célebre Epístola a Huet (1687), defendiendo aquella antigüedad que para él, resultaba un entretenimiento, un regalo epicúreo. Esto fue, en rigor, durante toda su vida, además de un parásito sostenido por sus admiradores aristócratas, desde los príncipes de Condé y de Conti, y el duque de Vendôme, hasta la duquesa de Bouillon, la de Orleáns, madame de La Sablière, madame d’Ervart, etc. A pesar de cuantas férvidas defensas se han hecho de él, parece innegable que el hombre valía mucho menos en La Fontaine que el escritor.
Como éste es el que nos interesa, diremos que con la traducción y adaptación que hizo del Eunuco, de Terencio, dio inicio a una larga y cuidada carrera literaria. Autor de Adonis (1658), Elegía a las ninfas de Vaux (1661) y Los amores de Psique y Cupido (1669), tres poemas mitológicos; de once obras teatrales, algunas representadas con buen éxito; de numerosas poesías y no pocos opúsculos; de doce libros de Fábulas que publicó entre los años 1668 y 1694, y, además de cuatro libros de Cuentos y relatos en verso (1665-1671), inspirados en los modelos narrativos de Giovanni Boccaccio y Ludovico Ariosto, de carácter tan licencioso que son muchos los historiadores o críticos que omiten el hablar de ellos, pues vienen a ser como antiguos fabliaux vestidos a la moda de la corte de Luis XIV. No tienen, en sus excesos, la excusa de proceder de épocas de barbarie, de poco refinada educación. Por encima de todo, el La Fontaine que el público de nuestro país suele conocer, el gran fabulista, es el verdadero. Y como dijo el fabulista francés: “La paciencia y el tiempo hacen más que la fuerza y la violencia”.