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Eugene O’Neill (1888-1953)

(%=Image(5148895,»L»)%) O’Neill, que fue galardonado en 1936 con el premio Nobel de Literatura, es el verdadero padre del teatro norteamericano actual. Su intensidad pasional y su sentido del juego escénico hacen que se le perdonen fácilmente sus excesos de retórica y de simbolismo. Creó una serie de dramas representativas de la vida americana que están a la altura de la mejor novela y poesía de su tiempo. Fue ganador cuatro veces (una de ellas a título póstumo) del premio Pulitzer de teatro.

Eugene Gladstone O’Neill nació en Nueva York el 16 de octubre de 1888 y falleció en Boston el 27 de noviembre de 1953. Hijo de un emigrante irlandés, célebre actor e intérprete del Conde de Montecristo, hasta los siete años vive en constante gira con la compañía teatral de sus padres. Estudia en varias escuelas católicas y se matricula en la Universidad de Princeton (1906). Abandona los estudios un año más tarde y con espíritu aventurero es buscador de oro, subdirector de una compañía teatral, marino, actor, periodista y siempre viajero incansable. En 1913 enfermó de tuberculosis e, internado en un sanatorio, se dedicó a leer, despertándose su vocación de dramaturgo. En 1915 se unió al grupo teatral Provincetown Players, renovador del teatro estadounidense de los años veinte.

Cuando O’Neill comenzó a escribir, la literatura dramática norteamericana carecía de una tradición en la que afincarse. Tiene que crearla él mismo; de ahí los tanteos de sus dramas experimentales, influidos por Joyce, Elliot y la filosofía de Nietzsche. Escritor de gran fuerza creadora, O’Neill se distinguió por enlazar en su concepción dramática los mitos griegos y bíblicos, el psicoanálisis, el expresionismo y el naturalismo.

Entre sus obras destacan: Más allá del horizonte (1920; premio Pulitzer), El Emperador Jones (1920), alucinante monólogo de un dictador antillano con fondo de tambores, El mono velludo (1922), introspección sobre el “yo” profundo, Anna Christie (1922, premio Pulitzer), Deseo bajo los olmos (1924), cuya decoración representa una casa sin techo, El gran dios Brown (1926), donde utiliza máscaras con el sentido que tienen en la tragedia griega, Extraño interludio (1928; premio Pulitzer), la trilogía A Electra le sienta bien el luto (1931), su obra más ambiciosa, en la que traslada la casa de Atreo a la Nueva Inglaterra de la Guerra Civil americana, y la autobiográfica Viaje de un largo día hacia la noche (1940), representada en 1957 y premio Pulitzer de ese año. Y como dijo el gran dramaturgo norteamericano: “Creer en el sentido común es la primera falta de sentido común”.

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