Esta ciudad espléndida: En homenaje a Caracas
He construido ciudades de palabras. Es por esa afición a tomarle el pulso a la casa grande. Amo esta ciudad en desorden, maltratada, desconcertante, con sus inmensas arboledas y sus viejos edificios.
En ella, se palpa desde el más entrañable valor estético hasta las formas más chocantes. En Caracas, el más pequeño detalle marca un destino.
Saborear la ciudad es como leer una novela interminable, donde no hay nada que no esté narrado, todo es posible en ella, y se encuentran desde los arquetipos griegos hasta los que ha inventado el tecleo del ipod y de los celulares de última generación. Creencias, mitos, mentiras, medias verdades, esperanzas y desolación, pasando por la depresión, la alegría, el miedo o la indiferencia, todo cabe en este laberinto de calles mal trazadas.
Paseo por el bulevar de La Carlota, una especie de bosque de edificios construidos en los 50, custodiados por matas de mango, cedros , crotos, lirios y plantas cuidadas en la plaza, como si fuese una ciudad europea. Esta avenida atrayente es como la ciudad en pequeño. Los mendigos habituales, los muchachos que hacen malabarismos en el semáforo, los borrachines, madres con sus coches, enamorados y gente que hace las compras.
Ayer me senté en la cafetería donde acostumbro leer y escuchar la radio, que me parece más entretenido que el Ipod. Un joven bebe su café. Estudia filosofía en la Central. Me invita a sentarme y sin más, dice haberse dado cuenta de que su actitud ante las circunstancias es pasiva. Tengo problemas con la novia, dice. Y me limito a pensar, a darle vueltas, pero no hago nada, añade.
Mientras escucho, observo el tejido que forman las ramas con la silueta del Ávila y las guacamayas amarillas y azules que juegan en la palmera de la redoma.
La Carlota luce atavíos femeninos y ropajes masculinos muy marcados. Jovencitas nerviosas miran de reojo a los muchachos que se ejercitan en las barras de la plaza.
Hombres de cualquier edad se encuentran con sus amigos para hablar de política, de negocios, de mujeres…
Padres vuelven a casa con sus niños, ancianos recuerdan su juventud y se asombran de la indumentaria de las chicas.
Regreso a mi obsesión de escribir la ciudad, mientras escucho distraída a mi acompañante, que me mira con sus ojos recién estrenados, esperando una respuesta: Toma el timón de tu vida, no dejes que sean los demás los que la guíen. Si no deseas los mismos resultados, cambia de ruta. Le digo esto, a sabiendas de que, a su edad, fui muchas veces conducida por los demás. Al fin y al cabo era más fácil, no es así? Hoy en día, quisiera que a veces fuese otro el piloto.
En fin, afirmo que amo esta ciudad, en desorden, maltratada, peligrosa, espléndida, con sus calles en laberinto. Insoportable, pero deliciosamente viva. Y, de vez en cuando, suelto el timón.