En los días de Sucre: El Hombre y el Santo
Supongo que será por lo de pariente, pero en más de una ocasión he dicho que Antonio José de Sucre reuniría casi todas las condiciones para que se le considere un verdadero santo. Lo dije en mi libro En los días de Bolívar, y antes, en mi novela La noche de Abel lo sugerí como se hace en las obras de ficción, con los hechos que se narran para que, siendo en realidad inventados, parezcan verosímiles. Hoy no estoy tan seguro, y, desde luego, en ningún caso estaría proponiendo un disparate como la canonización de Sucre, sino que se le considere un verdadero ejemplo. No se trata, entonces, de uno de esos personajes a los que la gente ignorante, o mejor dicho, sabiamente simple, pide milagros y ofrece promesas, sino un ser humano cuya vida pueda ser imitada por los demás seres humanos. En la novela, el Abel que puse a dialogar con el general Sucre, poco antes de su encuentro casi voluntario con la muerte, es una composición del bíblico Abel con Jesucristo y con el propio Antonio José de Sucre. Aún sigo creyendo, y cada vez con más fuerza y convicción, que el Gran Mariscal de Ayacucho fue un personaje excepcional, que se sacrificó voluntariamente por su pueblo, por su gente, tal como lo hizo Jesucristo. Sólo que Jesucristo sería la encarnación de Dios, y Sucre apenas fue un ser humano, tal como Bolívar, con todos los defectos de los humanos, aunque quizás con más virtudes. Sigo creyendo que Sucre, tal como Cristo, sabía que iba derecho a su muerte, y siguió adelante porque era lo que necesitaba su gente para que se impusiera aquello en lo que creía. Si no fue así, ¿cómo se explica que desestimara todas las advertencias que recibió acerca de los planes que había para matarlo? ¿Por qué no aceptó la oferta que le fue hecha de poner a su orden un grupo bien armado para escoltarlo? ¿Por qué, cuando ya conocía las identidades y hasta los rostros de los que iban a ejecutar el plan de asesinarlo, no sólo no los esquivó sino que los invitó a cenar con él horas antes de recibir los cuatro balazos que lo mataron? Antonio José de Sucre no fue hijo de Dios ni profeta, fue un hombre de carne y hueso, con padres, hijos, hermanos, abuelos, tíos, sobrinos y primos, y de clase alta, por añadidura. Hubiera podido quedarse de lo más tranquilo en su casa, no pelear con nadie, y disfrutar de una vejez feliz. Pero prefirió dedicarse en cuerpo y alma a la Independencia y al progreso de los pueblos de la América española, para lo cual tuvo que entregar su juventud, combatir el mal con el mal y tratar de hacer el bien a sus contemporáneos. Y al final, cuando la gran obra de su amigo, jefe y casi padre parecía derrumbarse, estoy seguro de que se acercó a la muerte con valentía, convencido de que, a la larga, esa muerte contribuiría a lograr los ideales que en vida no pudo conseguir. Y haciendo mía la boutade de Unamuno de que solamente los necios no se contradicen tres veces por día, declaro, en consecuencia, que sí se puede plantear la idea de que es un hombre santo. Un hombre ejemplo. Una “persona de especial virtud y ejemplo», como define la palabra el diccionario de la lengua española. Se le consideraba el sucesor de Bolívar y él lo sabía, y también sabía que así como en la Noche Setembrina quisieron asesinar al Libertador, a él querían quitarlo del mundo de los vivos, y no hizo nada por evitarlo. Sostengo que llegó a creer que ese era el único camino para que lo que soñaba para sus pueblos se convirtiera en realidad. Su sacrificio, hasta ahora, ha sido en vano, pero ¿y si tenía razón? ¿Cuánto tiempo transcurrió entre la muerte de Jesucristo y las de los primeros mártires y la imposición del cristianismo en el mundo occidental? Es más, aún el cristianismo no es universal, pero la condición de ejemplos de sus santos es reconocida hasta por muchos de los que no aceptan el cristianismo como religión. No es descabellado, pues, pensar que el sacrificio de Sucre, que hoy nos puede parecer inútil dentro de algunos años, o hasta siglos, rinda sus frutos. Y en realidad, algunos años, o hasta algunos siglos, no es un lapso demasiado grande en términos de historia. Sobre todo hoy, cuando ya sabemos a ciencia cierta que el hombre ha existido por varios millones de años, aunque la historia sólo cubra unos pocos milenios. Ese sacrificio podría rendir frutos en un santiamén de historia, en un abrir y cerrar de ojos, en términos casi reales. Entonces, Sucre no será dios, pero sí un santo laico, humano, que supo pecar y supo vivir intensamente, que no fue un manso cordero, sino un león cuando había que serlo y un hombre justo siempre que pudo, y que no estará en altar alguno ni recibirá rezos ni pedidos de milagros, pero sí el homenaje merecido que aún no se le ha hecho. No el homenaje al seguidor de Bolívar, sino a Antonio José de Sucre, por él mismo, por su vida y hasta por su muerte.
Capítulos publicados de EN LOS DÍAS DE SUCRE:
Zaguán de letras. Primera parte
Zaguán de letras, segunda parte
Zaguán de letras, tercera parte