En el cincuentenario de la muerte de José Domenchina (1898.1959)
Juan Ramón Jiménez, que llamaba a su amigo Domenchina, Pepeimedio, nos contó como le había conocido: “Me dijeron: Ese es Domenchina. Alto, lleno, apeponado, lento, iba entre las acacias lacias en segunda flor de la calle Serrano, un libro gordo, lastre sin duda, bajo el brazo y unos niños chicos de las manos, amarras débiles de la vida (…). Y creyendo más, más, más que se iba, temí por los niños y corrí tras él un instante ciego, con un grito de mi otra voz: ¡Domenchinaaa!”
Juan José Domenchina nace en Madrid, el 18 de mayo de 1898, siendo por tanto de la verdadera generación que nace el 98: García Lorca, Vicente Aleixandre, Concha Méndez, Rosa Chacel, Dámaso Alonso, César M. Arconada, Victoria Kent y Zubiri.
Terminó sus estudios de bachillerato a los quince años, ingresando en la Escuela Normal de Toledo, donde consiguió el título de maestro nacional, si bien nunca se dedicó a la enseñanza. A los diecinueve años inicia su carrera literaria con la publicación de su primer libro Del poema eterno, prologado por Ramón Pérez de Ayala, en el que muestra ya las raíces intelectuales que caracterizarán a su poesía. Más tarde inició su carrera como crítico en el diario madrileño El Sol, con el seudónimo de Gerardo Rivera.
En 1918 publica Las interrogaciones del silencio, a este libro le siguen: La corporeidad de lol abstracto y El
tacto fervoroso. En 1932, publica Dédalo, una de sus mejores obras, y Margen. En estas obras se muestra partidario de la poesía pura al estilo de Paul Valery: “Una poesía, según Valery –escribe- debe ser una fiesta del intelecto. El intelecto en fiesta es siempre poesía”. Escribió también la novela vanguardista La túnica de Neso y la novela corta El hábito.
Juan José Domenchina frecuentaba la tertulia del Café Regina en la calle de Alcalá, a la que asistían Ramón del Valle-Inclán y Manuel Azaña entre otros. Cuando Manuel Azaña fue presidente del Consejo de Ministros, nombró a Domenchina su secretario. En junio de 1936 fue nombrado delegado del gobierno del Instituto del Libro Español. Poco después de la rebelión militar de julio, en noviembre de 1936, el poeta contrae matrimonio con la poetisa Ernestina de Champourcin.
A causa de la guerra civil, primeramente se traslada a Valencia, y, finalmente, fija su residencia en Barcelona. Colabora en la revista cultural Hora de España, en ella publica su bella canción infantil: “Hay la pena que cantan los niños / legendaria, como el amor. / La de la pájara, pájara pinta / sentadita en el verde limón. / Hay la pena de los sentidos. / Hay la pena que tengo yo”. Al final de la guerra, como tantos otros, pasó la frontera buscando refugio en Francia. En junio de 1939 llegó a México.
En el exilio se dedica a la traducción de obras literarias, colabora en revistas y periódicos y continuó escribiendo poesía intensamente hasta el punto que antes de su muerte ocurrida en México el 27 de octubre de 1959, había publicado diez colecciones de sus poemas. Entre ellos: Destierro, Tercera elegía jubilar, Pasión de sombra, Tres elegías jubilares, Exul umbra, Perpetuo arraigo, La sombra desterrada y El extrañado. Una selección de sus poemas con el título de Poesías escogidas (1915-1939) fue publicado por la Casa de España en México, en 1940, con un curioso retrato del autor por José Moreno Villa.
En un espléndido prólogo a la obra poética de Domenchina, Ernestina de Champourcin señala la existencia clarísima de dos etapas en la obra del poeta: la de antes de la guerra y la del exilio. Y dentro de la larga etapa del exilio Ernestina apunta una subdivisión; si los primeros libros muestran “a lo vivo la angustia del que se siente arrancado de su suelo y sufre”, hay un momento que “respira dentro del mismo cuadro nostálgico y evocador una tregua de paz, de esperanza, que viene a apuntalar la fe recobrada”.
Periodista, crítico novelista y fino poeta .Domenchina era conocido como crítico, pero fue con la poesía como mejor supo expresar su sensibilidad humana, sus talentos artísticos y su credo estético.
La poesía que Domenchina escribió en el exilio manifiesta una trémula emoción humana y un conmovedor sufrimiento que le coloca entre la mejor poesía de su generación. Pocos exiliados españoles muestran en su poesía una angustia vivida con tanta intensidad y constancia. Su dolor de exiliado viene a agravarse por la angustia de la soledad.
Domenchina se negó a acomodarse a nuevas circunstancias y a profanar la integridad de su obra. Y nos dejó dicho: “No me pueden quitar la primavera / en que mi juventud ha florecido / ni el otoño o sazón en que me muera”.