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El rostro de la poesía

NO HAY MEJOR MASCARA QUE LA DEL ROSTRO MISMO

A finales del siglo XIX, un notable personaje, el asturiano don Ramón de Campoamor, “ejercía” en Madrid con talento literario y poético, una poesía filosófica. Filosofía y moral. Moral filosófica se llamaba en el Siglo de Oro a una manera de pensar que también, según los poetas de entonces (y entre ellos nada menos que Lope) podía sostener y sustentar de pensamiento crítico a la poesía. Y pensaba así Lope, diríamos que para apoyarse en razones formales contra el gongorismo; al que reprochaba la afectación o artificio del lenguaje comparable al de un rostro vivo que se afeita o afecta (hoy decimos que se maquilla), que se colora artificiosamente para embellecerse; que de ese modo, se enmascara.

Vale citar a Lope textualmente: “Pues hacer toda la composición en figuras (crítica a Góngora y secuaces) “es como si una mujer que se afeita habiéndose de poner la color en las mejillas, lugar tan propio, se la pusiese en la nariz, en la frente y en las orejas”. “Pues esto- añade Lope- es una composición llena de estos tropos y figuras, un rostro coloreado a manera de los ángeles de la trompeta del Juicio o de los vientos de los mapas…” (certerísima imagen la de esos inflados carrillos angelicales coloreados con violencia). Y termina Lope: “sin dejar campos al blanco, al cándido, al cristalino, a las venas, a los realces, a lo que los pintores llaman encarnación, que es donde se mezcla blandamente lo que Garcilaso dijo: “En tanto que la rosa y la azucena… “

Esto que los pintores llaman encarnación según Lope, nos hace pensar en Murillo, de quien el poeta está siempre tan cerca: ese mezclarse blandamente del blanco, el cándido, el cristalino, …, las venas, los realces… Lope nos describe el rostro de la poesía de este modo como un rostro humano susceptible de enmascararse. Y no hay mejor máscara que el rostro mismo nos dirá Nietzsche. Esa otra afectación o afeite o maquillaje del rostro pretende, entonces, no ser más que una máscara viva; no es una máscara que oculta o esconde sino que manifiesta y proclama. Algo que realza, subraya lo natural por el artificio.

Aquí el arte sirve o trata de servir a la naturaleza negándose en cierto modo, de ese modo, así mismo. “Arte ha de ser despreciar el arte”, nos dirá, en conclusión a ese pensamiento, concluyendo una soneto famoso Argensola. Soneto que es como un contra-soneto a otro suyo, el todavía más famoso que termina con el “¡lástima que no sea verdad tanta belleza!” La belleza de “ese cielo azul que todos vemos, que ni es cielo ni es azul”. Y así del bellísimo rostro femenino de doña Elvira o de Lais. “Aquel blanco y color de doña Elvira” que “no tiene de ella más, si bien se mira, que el haberle costado su dinero”, es una máscara que en este caso, se nos dice que es mejor , que vale más que el rostro: “si bien se mira”, al desenmascararse en el otro soneto el rostro natural bellísimo de Lais, el poeta tiene que contradecirse enteramente. “Si lo blanco y purpúreo que reparte Dios con sus rosas puso en tus mejillas, con no imitable, natural mixtura –dice a Lais-, ¿por qué con dedo ingrato las mancillas?” Puesto que, “en perfección tan pura, arte ha de ser el despreciar al arte”.

La “no imitable, natural mixtura”, es esa que llaman los pintores encarnación según Lope. No olvidemos que eso, según nuestro poeta, es lo que “pone Dios”. Lo mismo nos afirma una copla de esta vieja tierra del Sur. “¿Con qué te lavas la cara / que tan rebonica estás? / Me lavo con agua clara / y Dios pone todo lo demás”.

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