El Paraíso Burlado (Venezuela desde 1498 hasta 2008)
A partir del, domingo 11 de mayo de 2008, se publicará, capítulo por capítulo, uno por semana, “El Paraíso burlado”, de Eduardo Casanova, que consta de tres libros: “El Paraíso partido”, “El Paraíso en llamas” y “El Paraíso desperdiciado”, y narra las peripecias de Venezuela, desde la prehistoria hasta nuestros días. La obra consta de 108 capítulos: 31 “El Paraíso partido», 38 “El Paraíso en llamas” y 39 “El Paraíso desperdiciado». “El Paraíso partido” cubre desde la prehistoria hasta le Independencia, “El Paraíso en llamas” narra la Guerra de Independencia y “El Paraíso desperdiciado” comprende desde la separación de Venezuela de la Gran Colombia hasta la actualidad.
¿Cómo era Venezuela antes de la Independencia? ¿Por qué, en menos de medio siglo a partir de 1750, nacieron en lo que hoy es Venezuela Francisco de Miranda, Andrés Bello, Simón Bolívar y Antonio José de Sucre?, cuatro de los más importantes personajes de la América, y cuatro de los cinco personajes más importantes del proceso de Independencia de la América española.
Francisco de Miranda, el más universal de todos los americanos, nació en Caracas en 1750 y fue el verdadero ideólogo, el verdadero “inventor” de la Independencia hispanoamericana. Fue también el creador del nombre “Colombia”, que debía aplicarse a toda la antigua América española, y el impulsor de todo el proceso independentista. Hombre de ideas más que de acción, fracasó cuando trató de convertir su gran idea en realidad, y fue apartado bruscamente del camino por Simón Bolívar, nacido, como él, en Caracas, pero treintaitrés años más tarde, en 1783. Bolívar, para enfrentar a los terribles y salvajes caudillos tropicales con los que España combatió a los independentistas, se convirtió en caudillo tropical y alentó a todos los caudillos tropicales que surgieron como malas hierbas, con lo cual la guerra civil en la que se enfrentaban de un lado los españoles partidarios de la Independencia y del otro los españoles enemigos de la Independencia, se convirtió en una contienda de horrores y crueldades, en la que vencía quien fuese capaz de cometer más tropelías y maldades. Convertido ya en el Libertador, Bolívar, influenciado por Antonio José de Sucre, que nació en Cumaná en 1795, trató de reorientar aquella guerra, y para ello apeló al noble proceso de Regularización de la Guerra, del cual surgió uno de los instrumentos más admirables que se haya hecho en el mundo entero. Pero no pudo el Libertador Bolívar evitar que sus émulos, los caudillos tropicales independentistas, lo apartaran a él del camino y asesinaran a Sucre, con lo cual Venezuela quedó en manos de esos caudillos, tal como quedaría en mayor o menor grado toda la antigua América española. La fuerza, la crueldad, la astucia, la deshonestidad y el egoísmo de esos caudillos es lo que ha impedido la felicidad de los pueblos. Una clara excepción a esa regla es Andrés Bello (1781-1865), civilizador y humanista nacido como Miranda y Bolívar en Caracas, que contribuyó como nadie a que parte de la antigua América española alcanzara un grano altísimo de felicidad y jamás se ensució las manos con un sable.
Me parece evidente que el caso de Venezuela desmiente en buena medida la “leyenda negra”, que nació más por defender a los ingleses que por atacar a los españoles. La presencia de España en lo que hoy se conoce como América significó la incorporación de los habitantes de ese continente, que para los europeos era nuevo, a un proceso bastante más avanzado que el que hasta entonces habían vivido. Lamentablemente también significó una cantidad de muertes terrible, no sólo a causa de la violencia militar, sino motivadas por la biología. Es imposible saber qué habría pasado con esos pueblos, que no conocían la rueda ni muchos de los adelantos de Europa en los siglos XVI y XVII, y que estaban divididos por cerca de 500 idiomas y muchas costumbres que bien podrían merecer el calificativo de bárbaras. Imaginar lo que podría haber ocurrido no pasa de ser un ejercicio de ocio que no conduce a nada. Lo que pasó, pasó, y es muy importante conocerlo. Es posible que pudiesen superar esos atrasos, si es que en realidad son atrasos, pero también es posible que no. España, dentro de los límites de su tiempo, sí se preocupó por la educación de los habitantes de la América Española, al extremo de que en los españoles americanos nació el deseo de ser independientes, como le ocurre a cualquier hijo muy a pesar del amor de sus padres. La falla estuvo en el proceso de esa Independencia, que convirtió aquel Paraíso que intuyó Colón en un Paraíso Partido. Y bien parecería que un Paraíso Partido no puede ofrecer nada bueno a sus habitantes. Sin embargo, allí podría estar la solución: la felicidad de los pueblos de la antigua América española estaría en abandonar definitivamente el camino que aceptó Simón Bolívar, y retomar el que ideó Miranda o el que habrían querido Sucre y Bello. Y para eso es conveniente mirar con detenimiento lo que existía en la actual Venezuela antes de la Independencia, que es una forma de entender que el sueño de Miranda anunciaba un buen camino, del que se alejó la realidad el 31 de julio de 1812, cuando se cometió con Francisco de Miranda la más terrible injusticia que podría haberse cometido, que fue el día en que el posible Paraíso se partió en muchos pedazos, en muchos pedazos en los que no se ha logrado otra cosa que pobreza y frustración.
En Venezuela se ha impuesto una religión bolivariana, y como consecuencia, parecería que a los venezolanos no nos gusta hurgar más atrás de Bolívar. Es como si todo empezara en los tiempos heroicos, cuando se forjó la Independencia. Y no es así. Antes de la Independencia, mucho antes, desde antes del momento en que Colón creyó haber llegado al Paraíso Terrenal en agosto de 1498, pasando por los tiempos en que España creó un formidable mundo nuevo, y hasta que los jóvenes mantuanos, entre ellos Bolívar, impusieron su voluntad de crear un país independiente en el territorio de ese Paraíso que ya se había convertido en Paraíso partido ocurrieron muchísimas cosas que hicieron posible a Bolívar y todo lo que ha ocurrido después. En el territorio que hoy ocupa Venezuela, una vez que llegaron los españoles, se crearon varias entidades políticas que en 1777 se unificaron, y, sobre todo, existió una economía que, a fines del siglo XVIII era bastante próspera, a tal grado, que convirtió ese territorio en el epicentro de ese gran terremoto, destructor como todo terremoto, que se llamó la Independencia de la América española. Ese terremoto no podría haber nacido en un territorio descuidado, inculto, deliberadamente atrasado, habitado sólo por personas cuya educación se había descuidado deliberadamente, como suelen sugerir los defensores de leyendas oscuras.
Curiosamente, ninguno de los que han impuesto el culto a Bolívar, o de los defensores de la “leyenda negra” se ha detenido a pensar que en estricta realidad Simón Bolívar, tal como Miranda, Andrés Bello y Sucre, es un héroe español, tanto como lo es El Cid y tan español como Cervantes o Don Quijote o La Celestina o el Don Juan. Bolívar nació español y luego se hizo voluntariamente colombiano.
La historia de un país se hace todos los días. Los hombres no se sientan a esperar que ocurran grandes acontecimientos para aparecer en las fotos o en las películas o en los libros. Para entender un proceso hay que enterarse de todos sus antecedentes. Bolívar no habría podido hacer lo que hizo sin Francisco de Miranda, que también nació español, o sin Manuel Gual y José María España, como tampoco habría podido hacerlo sin José Leonardo Chirino, sin Juan Francisco de León, sin el Negro Miguel. Pero más importante aún: tampoco habría podido hacer nada sin los peninsulares de pura cepa Diego de Losada y Alonso Andrea de Ledesma, o Garcí González de Silva y Juan de Pimentel y todos los que, piedra a piedra, fueron fabricando el edificio que conoció Bolívar al nacer. Y no hay que olvidar que antes había otro mundo, el de los aborígenes, pero, dada nuestra realidad, ese mundo pertenece a la prehistoria, que en distintos grados ha dejado una huella, mucho más hermosa que lo que la gran mayoría cree, que está a la vista y los honra por permanecer muy cerca de la naturaleza. De manera que para entender lo que somos hoy, hay que entender a Francisco de Miranda, o mejor dicho, lo que soñó y por qué soñó Francisco de Miranda, pero también hay que entender lo que hizo Bolívar, y para entender lo que hizo Bolívar, hay que conocer la historia de esos tres siglos contra los que Bolívar se alzó, y para visualizar la historia de esos tres siglos hay que saber qué había antes.
En verdad, muy poca gente ha querido echar luz sobre aquellos tiempos. Quienes se han dedicado a contar la Historia de Venezuela han tocado esos primeros tres siglos con absoluto desgano. Los caudillos exuberantes que han impuesto sus voluntades en el país quisieron convertir al Libertador en un dios, y antes de la existencia de los dioses no debería haber nada. Se niegan a que se vea al Bolívar humano, que no sólo cometió muchos errores, sino que al final de su vida tuvo que afrontar uno de los más tristes fracasos de la historia. No quieren aceptar que Bolívar fue un hombre, un hombre de carne y hueso que tenía que satisfacer sus necesidades fisiológicas como cualquier otro, que tuvo padres y abuelos y bisabuelos, y que se formó en una cultura determinada, que lo precedió en el tiempo. Y ese es el mundo que hay que ver, paso a paso y con cuidado, para entender lo que ha ocurrido después y tratar de afrontar lo que aún no ha ocurrido. Hay que tratar de que todo esté en la luz para que la luz, por fin, se imponga. Todo lo que podemos saber acerca de las Expediciones Parianas, o de la explotación de perlas en Cubagua, o de la fundación de Cumaná (tiempo del Oriente), está oculto en la penumbra, tal como el alquiler del territorio a los Welser y la fundación de Coro, de El Tocuyo, de Barquisimeto, de Barinas, de Trujillo o de Mérida (tiempo de Occidente), y las muchas aventuras y desventuras de los conquistadores, los colonizadores y sus víctimas. Tampoco se percibe mucha claridad en los tiempos posteriores a la fundación de Caracas (tiempo del Centro), en que se alzaron Juan Francisco de León, o Manuel Gual y José María España, o los mantuanos de 1808 y 1810. De manera que podría creerse que antes de la Independencia todo parece como sin luz, como sin música, como sin vida.
También hay que aceptar que la mayoría de los libros de historia, en cuanto a los tiempos anteriores a Bolívar, son fastidiosísimos. Sus autores hablan de instituciones y de formas, y apenas narran algunos hechos porque no les queda otro remedio, pero lo hacen entre bostezos capaces de tragarse una montaña, y así se reafirma la idea colectiva de que la Historia comienza en Bolívar. Hay grandes excepciones, por supuesto, como Gobernadores y Capitanes Generales de Venezuela, de Luis Alberto Sucre, un libro lleno de información valiosísima, pero que parece escrito exclusivamente para otros historiadores y carece de aliento vital. Y, desde luego, están esas otras excepciones, más que grandes, enormes, de Isaac J. Pardo y Francisco Herrera Luque, que escribieron obras divertidas y a la vez didácticas, pero que no cubren esos tres siglos anteriores al Libertador, sino fragmentos, muy interesantes, pero sólo fragmentos. Falta, pues, que se escriba sobre todo el tiempo que transcurrió entre 1498 y 1810 en forma que todo el mundo lo entienda.
¿Podrían haber nacido Miranda, Bello, Bolívar y Sucre en un país muerto? ¿Podría haberse vivido el movimiento independentista en un país sin una vida intensa? La existencia de esa vida intensa fue lo que permitió que existieran esos grandes hombres. Así que, de una vez por todas, rechacemos la tesis de que no hay mucho qué contar acerca de ese mundo, español y americano anterior a la llegada de Simón Bolívar: Hay mucho y vamos a verlo. La generación de Bolívar creció en un país próspero, luego no había necesidad alguna de intentar un cambio de situación y sin embargo sacrificaron hasta sus vidas para lograrlo y lo consiguieron, no por lo material, sino por lo espiritual. Eso también hay que contarlo, pero pienso que hay que contarlo para que todo el mundo se divierta.
Por eso, debo insistir en que El Paraíso Partido (Venezuela antes de la Independencia) no es un sesudo libro de Historia. No es tampoco un libro que acepte con facilidad de insecto una clasificación. Para escribirlo, para que pasara de la musa al papel, recurrí a tres elementos: Los libros ajenos, la memoria y la imaginación. Libros ajenos de personas que dedicaron tiempo y esfuerzo a transmitir hechos, ideas y conocimientos a los que venían después que ellos en el tiempo. Memoria para recordar muchas cosas interesantes que me contaron mis parientes mayores, o mis profesores del Colegio Santiago de León de Caracas. Y la imaginación, que me ha permitido visualizar e interiorizar todo lo que leí o escuché, para luego transformarlo en palabras mías, en materia prima para este libro.
Pero eso sí, cuando digo la memoria y la imaginación me refiero a memoria e imaginación, no a investigación ni indagación a través de la lectura crítica de amarillos papeles con la ayuda de un criptógrafo, un paleógrafo y un señor de gruesos lentes que sabe mucho de eso. Lo que me propuse es hacer es llevar de paseo a unos amigos y enseñarles muchos sitios y hablar sin parar, tratando de recordar lo que acabo de leer o lo que he sabido a lo largo de muchos años sobre esos lugares. Durante el camino nos encontraremos con muchos personajes, que son los que han actuado en esos trescientos y tantos años, y cuyas acciones u omisiones trataré de narrar, bien de memoria o bien leyendo, con prudente disimulo, cualquiera de los casi cuarenta libros de los que me valí para poder contar todo lo cuento. Lo que no encuentre en ellos o no recuerde o no haya sabido nunca, lo invento, y aquello sobre lo cual tenga alguna duda, lo decido con la mayor de las arbitrariedades posibles. ¿No fue eso, mutatis mutandi lo que hizo Cayo Suetonio Tranquilo? O Plutarco de Queronea, que inventó cuanto quiso. Al fin y al cabo, en muchos casos la historia se escribía para complacer a quiénes tenían el poder. El poder político y el poder de alimentar a quienes la escribían. Por eso se inventaba a más y mejor, para complacer a quien había que complacer o castigar a quien había que castigar. Y, aunque por razones diferentes, no era muy distinto lo que solía hacer cualquiera de nuestros viejos historiadores, que en vista de que a su tía Panchita el general Hipias José Fulanítez, héroe ínclito de la batalla de Jobomojado, la vio feo o con pecadora codicia, descalifican al general Fulanítez de un olímpico plumazo, o le inventan cuanta historia sea posible para que ni siquiera desde la tumba ose ver feo o con pecadora codicia a tía alguna, por muy buenas piernas y mejores pechos que haya podido tener la tía.
Hoy la Historia es otra cosa: Los historiadores hurgan en papeles apolillados y confrontan y revuelven y revisan, y publican libros en los que las notas de pie de página ocupan más espacio que el texto.
No se espere eso de mí. Afortunadamente, nací en diciembre y a mediodía
Caraballeda, Venezuela, 2008.