El Nombre de la Nada
El hombrecillo se acercó, como dominado por una ancestral timidez, al counter de elegante madera. Presentó un sobre y esperó.
El recepcionista miró el sobre sin mayor apuro. Tenía, como siempre, todo el tiempo del mundo. Y cinco estrellas.
Luego clavó la mirada inquisitiva en el venerable rostro oriental.
-¿Su nombre? -preguntó.
-¿Hm? -respondió el oriental inclinando levemente la cabeza.
El empleado del hotel se quedó aguardando un rato. Luego movió la cabeza, como si afirmara algo. La experiencia, claro. Y cinco estrellas.
–Your name, please.
-¿Hm? -repitió con faz de piedra el visitante, como arrastrando milenios de sabiduría en aquel fonema.
Suspiró el recepcionista. No en vano llevaba cinco o seis años en el mejor hotel de la capital. Y cinco estrellas.
–Votre nome, s’il vous plait.
-¿Hm? -otra vez.
–Il suo nome, prego.
-¿Hm?
El hotelero resopló.
-Caramba, ni español ni inglés ni francés ni italiano.
El hombrecillo sonrió abiertamente, con toda la carga de la historia asiática en la mano que sostenía el sombrero.
-Yo hablo español, señor -soltó-, e inglés y francés e italiano y alemán y chino y ruso, además del birmano, pero mi nombre es ¿Hm?, señor, ¿Hm?, tal como suena y tengo reservación.