El hombre que pasó de ser satanista a cristiano
Jesús Salcedo camina por la calle como cualquier otro. A simple vista no parece tener nada especial. Es, a fin de cuentas, un ciudadano más que come, bebe, respira, siente, duerme… tiene una vida común y corriente. Pero durante años, Jesús llevó una doble vida relacionada con el oscurantismo.
Muchos podrán pensar que no existe un mundo espiritual, pero para este sanfelipeño –que nació el 15 de octubre de 1955– es bastante real. Su relación con el ocultismo comenzó a los quince años, cuando se fue de la casa de su madre.
Al salir del seno de su familia, llegó a un hogar de delincuentes en el que le enseñaron a robar y a traficar drogas. Además, la dueña de la casa lo instruyó en el mundo de la hechicería, algo que lo cautivó a la primera.
Comenzó a leer varios textos relacionados con el área, entre esos “El libro supremo de todas las magias”. “Allí se enseñan distintas recetas para hechizar a las personas y hacerles daño. Me gustó porque me pareció que era mucho más fácil que estar involucrado con la delincuencia”, escribe Salcedo en su obra “De sacerdote del diablo a ministro de Jesucristo”.
Una vez que Jesús adquirió los conocimientos básicos de brujería y adivinación, la mujer del hogar le dijo: “Salcedo, ya has aprendido todo lo necesario para bautizarte en la Montaña de Sorte (lugar religioso-espiritista bastante importante en el país) como sacerdote de María Lionza”.
Eso fue en octubre de 1973. En la ceremonia de iniciación, que comenzó a las 12:00 am, a Jesús lo sumergieron en tres pozos, que llevan el nombre de las tres potencias del espiritismo en Venezuela: María Lionza, el Negro Felipe y el Indio Guaicaipuro.
Un peldaño más alto
Pasó un año y Jesús alcanzó un nivel de autoridad en el terreno espiritual que ya era superior al de su mentora, así que ella misma lo recomendó con otra colega que sabía más. La mujer probó el poder del joven y notó que sabía bastante.
–Has aprendido tanto que lo único que te falta es un pacto con el Diablo– comentó ella.
–¿Y qué debo hacer para lograrlo?– respondió él curioso.
–Tenemos que llevarte a la Montaña de Sorte, en un lugar que se llama “Los adoradores del Gato Negro».
La noche de la ceremonia, Jesús se bautizó junto a otro hombre y tres mujeres. A todos les vendaron los ojos y los llevaron a una cueva. Luego de unos minutos de adoración e innovación al “Señor de las tinieblas”, Jesús escuchó una voz ronca y espantosa.
Esa voz, que el protagonista de esta historia describe como la del mismísimo Satanás, indicó que el pacto tenía distintas condiciones, en función del poder que escogieran: absoluto o limitado. A los iniciados se les entregaron tres pergaminos, donde debían colocar el tipo de poder que querían recibir, así como su forma de morir.
“Las tres muchachas dijeron que querían el poder absoluto. El Diablo, contento, mandó a sonar los tambores con un ruido tan espantoso que yo estaba temblando. En cambio, el otro muchacho y yo optamos por el limitado. Satanás se enfureció y comenzó a decirnos que él tenía el poder para mandarnos al infierno. Me asusté tanto que comencé a rezar el Padre nuestro, y el Diablo, burlándose de mí, me respondió: ‘Insensato, ¿por qué clamas a Dios? El único dios que hay aquí soy yo”.
Lo cierto es que ya la decisión estaba tomada. Jesús y el otro caballero eligieron morir de un ataque al corazón, mientras que las jóvenes optaron por un accidente de tránsito. “A pesar de que a ellas se les prometió veinte años de vida antes de que entregaran sus almas, fallecieron a los quince días del pacto, cuando el carro en el que viajaban se volcó por un precipicio”.
Mucho poder, pero…
Una de las facultades que le entregaron a Jesús fue la de conquistar a muchas mujeres. “El dominio que llegué a tener sobre ellas me hizo pensar que no podía existir sobre la tierra un poder más grande y sobrenatural que el del Diablo… pero cuán equivocado estaba”.
Cierto día, mientras caminaba por la calle, el brujo se encontró con una joven bastante atractiva. “Procuré trancarle el paso, pero ella me esquivó”. Le gustó tanto que decidió conquistarla. Así que averiguó su nombre y dónde vivía.
“Comencé a hacerle una brujería para que cuando la viera y le dijera ‘tengo que hablar contigo’, ella me abrazara y se sintiera atraída por mí”. Sin embargo, cuando Jesús fue a aplicar su modus operandi, se encontró con la sorpresa de que la chica lo ignoró y siguió de largo.
Regresó a su casa para preparar un conjuro más fuerte, pero tampoco consiguió el objetivo planteado. Lo mismo sucedió con otro que era aún más poderoso.
“No aguanté y me fui a Sorte para que las tres potencias me explicaran la razón de mi fracaso. Ellos, queriendo ocultarme la verdad, me dijeron que buscara otra mujer, que había muchachas más lindas. Pero yo repliqué: ‘¿Por qué si ustedes me han dado un poder a cambio de mi alma no pueden traer a esa joven a mis brazos?’ Entonces, María Lionza, declarándome la verdad me dijo: ‘A ella no le podemos hacer nada, porque en esa muchacha reposa el espíritu del bien, el cual solo nos permite llegar hasta quince metros de cercanía”.
En ese momento, Jesús se sintió confundido. Según lo que había aprendido, el poder más grande que existía era el que tenía aquel a quien servía, pero descubrió con asombro que había alguien por encima. Por eso, a los días fue a ver a la muchacha sobre la que reposaba esa protección.
–¿Dónde puedo conseguir ese poder sobrenatural que te cubre y no permite que nada te toque?– le preguntó.
–Ese poder lo da Dios, y se lo entrega a quienes aceptan a su hijo Jesucristo en sus corazones– respondió ella.
Jesús no se sintió muy complacido con el comentario de la chica, porque era algo contrario a lo que había aprendido durante años. Pero igual seguía esa semilla en su corazón: “¿Por qué tiene más poder que yo?”
Siguió con sus prácticas, pero cada vez con más recelo hacia el “Señor de las tinieblas”. Comenzó a darse cuenta que los tratos que recibía de Satanás eran siempre hostiles, cargados de amenazas y maldiciones. Además, cada día se acercaba más el día de su muerte: 4 de marzo de 1979, tal como se había pactado.
Cuando faltaban quince días para su sacrificio, Jesús se sentó a contemplar la noche, mientas pensaba en cómo quitarse la preocupación de que moriría dentro de poco.
Ya para el 3 de marzo, su desesperación era inmensa. “Notaba a toda la gente alegre y despreocupada, mientras yo estaba pensativo y triste. A eso de las 10:00 pm comencé a llorar y a clamar a Dios. Le decía: ‘Por favor, ayúdame, mira cómo estoy sufriendo. Solo tú puedes sacarme de esta situación. Así como guardas del mal a aquella joven, cuídame también a mí. Dame el privilegio de conocer la verdad y hacer el bien. Ven a mí, que sea un servidor tuyo, porque no quiero ser más un sacerdote del Diablo”.
Fue allí que, sin saberlo, Jesús pasó de ser un practicante del ocultismo a servidor de luz. Se libró de las cadenas que lo tenían preso y, evidentemente, no murió (de lo contrario, no habría escrito su libro).
Actualmente es miembro de una congregación cristiana y trata de contar su testimonio a todos los que puede. Suele profesar un versículo bíblico que dice: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es. Las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”. Y aunque a muchos les parece locura su historia, él no vacila para advertir que el mundo espiritual es más real de lo que pensamos, y que así como existe el bien, también existe el mal. “¿En cuál de los dos bandos quieres estar?”