El Amor Humano es como Visitar un Museo de Bellas Arte
Con la importante diferencia de que las obras de arte interactúan con los visitantes y se auto transforman constantemente.
Al igual que un visitante—masculino o femenino—se pasea por los salones que contienen pinturas, esculturas y otras obras de arte humano; en la vida real y cotidiana las mismas mujeres y hombres se pasean por caseríos, aldeas, pueblos, ciudades y lugares abiertos y contemplan la belleza que perciben en las obras de arte de la naturaleza (el género opuesto a su alcance visual).
A los ojos del observador (femenino o masculino), cada detalle físico tiene su importancia, por lo que con discreción examina a la obra que lo (la) atrae, “de pies a cabeza”, pero a pesar de que todos los sujetos bajo observación son obras de arte de la naturaleza vía la combinación de los paquetes genéticos contenidos en el óvulo y la esperma de sus progenitores, ninguna belleza es universal, es más bien eminentemente subjetiva; es decir lo que agrada, entusiasma o excita a uno (o una), no agrada ni entusiasma ni excita a todos: “es una cuestión de gustos”.
Al igual que con las obras de arte pictórico, escultórico o de otro tipo, la belleza humana no tiene estándares ni patrones—cada quien es capaz de encontrar belleza donde otros no pueden percibirla; así que puede decirse, sin errar, que todo ser humano, hembra o varón, es una obra de arte.
Pero las obras de arte no son suficientes. El amor humano es más complejo que eso; no termina en la superficie, sólo comienza allí, y va transformándose a medida que la pareja utiliza su más preciado don natural: la capacidad de comunicarse verbalmente—también existen lenguajes corporales, gestuales y de otros tipos, que también son usados por otras formas de vida, desde peces, anfibios, reptiles y aves, hasta mamíferos distintos al ser humano—pero es el lenguaje verbal, el que más precisamente tiene el potencial (sólo el potencial) de mostrar el interior de las personas: su personalidad, su carácter, sus hábitos, sus costumbres, sus creencias, sus gustos y disgustos—y es este tipo de intercambio de información entre la pareja, lo que llega a definir la posibilidad y la certeza de formar una pareja (temporal o permanentemente).
La mujer; en promedio, alcanza la pubertad (se siente atraída hacia el género opuesto), unos tres años antes que el hombre (entre los 9 y los 14 años), por lo que pueden existir jovencitos “sumamente atractivos” para el género opuesto—pero que no muestran ningún interés en las mujeres—ya que los hombres; en promedio, alcanzan la pubertad entre los 12 y los 17 años.
Pero como lamentablemente lo prueba el embarazo adolescente, pubertad no significa madurez sexual, la que es alcanzada en promedio—y al mismo tiempo—por hombres y mujeres: cuando termina de desarrollarse el órgano sexual más importante de todos: el cerebro, el cual comienza a desarrollarse en el útero materno y culmina de hacerlo aproximadamente a los 22 años de edad.
Entre el inicio de la pubertad y la finalización del desarrollo cerebral, el amor humano es movido esencialmente por los instintos. Por eso es de sabios postergar las decisiones amorosas que tienen consecuencias para el resto de la vida, cuando el amor es controlado por el raciocinio.