De los sueños como monedas falsas
Me voy a meter en camisa de once varas. La verdad, nunca antes supe bien a bien lo que significaba esa contundente expresión (una enciclopedia barata lo relaciona con muestras de “paternidad”) Y eso suele decirse cuando se incursiona en un berenjenal; imagino que cuanto más morado-negro el delicioso fruto, más espinosa resulta la correría, como el tratamiento de este tema que no le va a gustar a muchos. Sin embargo, la inquietud me ronda desde hace varias semanas. Entro en materia tan irreal, como onírica: se trata de hablar del “cumplimiento” de los sueños, en realidad de su manipulación, y de esa materia extraordinaria que forma parte inexistente de nosotros mismos, tanto como la percepción de la propia realidad.
En el siglo pasado y sobre todo después de Freud, los sueños adquirieron patente de corzo artística, a través de la bella y demencial labor de surrealistas, como Salvador Dalí en la pintura y Luis Buñuel en el cine. Ambos incursionaron en un territorio sin fronteras. Para ellos “recrear” escenarios alucinados se convirtió en una clave estética. A mí me siguen causando desazón esas telas del pintor de Cadaqués (nacido en la catalana Figueras) en las que espacios-espaciales, valga la redundancia, tratan de traducir la sensación de aguja en un pajar que nos atormenta durante ciertos “sueños” en que nos percibimos como hormigas frente a la inmensidad. Supongo que les ha pasado a todos sentirse en caída libre frente a un ámbito descomunal y oscuro que define nuestra soledad mientras dormimos.
Ya don Luis Buñuel, auxiliado por la desmesura del primer Dalí (se le llama así porque luego se convertiría en un gagá franquista decadente y provocador) llevó a la pantalla dos “sueños” en blanco y negro que se ajustan con extremo rigor al clima de pesadilla atroz que podemos llegar a experimentar. Esos trabajos radicales se han convertido en dos piezas fundacionales de la cinematografía más destacada. Me refiero a un “Perro Andaluz” (en referencia explícita a García Lorca, por quien Dalí guardaba sentimientos homosexuales emboscados) y a la “Edad de Oro”. Pocos filmes en la historia (no solo del cine) han despertado tanta animadversión y escándalo en el momento de su lanzamiento. En París destrozaron el cine los miembros de una liga de la decencia, al uso inquisitorial. Hoy en día vemos esas y otras provocadoras películas como quien asiste a dos inocentes caricaturas -dado el tremendismo de bajo calado de gran parte de la industria comercial cinematográfica-.
Los surrealistas se habían nutrido también de la atmósfera narrativa de un gran clásico del terror, “Drácula” de Bram Stocker. Todavía recuerdo, con regodeo masoquista, haberme quedado prácticamente sin dormir, atrapado por una trama tan bien descrita. Son magistrales las reflexiones del personaje enloquecido que rinde pleitesía al “muerto viviente” del conde de Transilvania, comiéndose las moscas de la celda de su manicomio.
Hasta aquí parece que hablar de sueños es hablar solamente de los malos, de las pesadillas, esos episodios que pueden acabar con nuestra paz, en medio de una angustia atroz y que suelen olvidarse en los primeros instantes de los despertares súbitos (a menos que su calado haya sido tan profundo como significativo). Solemos hablar entonces de “señales” e intentamos caer en un juego de interpretaciones. Pocas cosas son tan deliciosas, como dejarnos llevar por el espíritu supersticioso de esas conjeturas. Pocos seres resisten al desvarío, y en el fondo, los sabihondos que desechan las certezas alucinatorias se pierden el ejercicio de una actividad lúdica fundamental.
El sueño exacto y verdadero no existe. Lo aderezamos con la distancia verbal que establece su propia narración. Somos, en esa actividad síquica, los más extraordinarios protagonistas, para bien y para mal. No niego que habrá magistrales contadores de sueños y son frecuentemente quienes “sueñan” despiertos y ponen manos a la obra creando relatos que luego se convierten en piezas literarias, guiones de cine y demás productos culturales que devienen comerciales. Precisamente, en estos días se está proyectando una película que incursiona en los sueños, en su posible control ajeno para influenciar actos de la vida cotidiana. La película “El Origen” que podría muy bien haber sido editada con media hora menos de duración, es un buen ejercicio de reflexión sobre la supuesta importancia de la actividad onírica en la “realidad” de cada uno, dictada por el supuesto “subconsciente”, tan caro a los herederos de Freud, Jung, Lacan y compañía. En ella se sueña el “sueño” que ya es asistir a toda cinta cinematográfica y su manejo de los tiempos. El argumento no deja de ser un fantástico planteamiento de la manipulación con la que inciden sobre nuestros destinos los refinados métodos de coacción desplegados por las propagandas de todo tipo, religiosas, morales, ideológicas y políticas, sobre todo.
He terminado alejándome del propósito inicial de compartir con ustedes la duda; dejé de entender porqué se enfatiza tanto en la necesidad de “vivir” los sueños y casi se criminaliza a quien solo se atiene al devenir de sus días. Cuestiono la supuesta eficacia de los sueños para guiar nuestros pasos. “Alcanzar” nuestras ambiciones puede ser una cosa muy distinta a perseguir metas concebidas como “sueños”. Prefiero llamarle desnudamente legítima esperanza de un futuro mejor. En este orden no vienen al caso los sueños “proféticos”, ni los que han sido expresados de manera retórica, pero válida, por luchadores de la talla de Martin Luther King; ya es inmortal su frase de “I have a Dream”.
Pienso en el manejo de la labia y grandilocuencia de los merolicos que venden “sueños” en los miserables programas televisivos. Y de esto, a caer en Paolo Coelho, a quien aprecio por su portentoso esfuerzo literario, hay nada más un salto. He terminado de leer un ladrillo grande y pesado (en kilos) de un gran escritor de biografías, el brasileño Federico de Moraes, quien durante varios años se metió de lleno en los diarios personales inéditos de uno de los más celebrados (y denostados) fenómenos de ventas de libros en el mundo, el autor del “Alquimista”. En ese extraordinario estudio-reportaje queda bien fundamentado que Paulo Coelho ha hecho de la persecución de los “sueños” una filosofía de vida y tal parece que los que dudamos de la eficacia de la imagen onírica para alcanzar la “felicidad” estaríamos condenados a una penuria existencial sin remedio.