Juan Félix Sánchez: 16 de Mayo Natalicio del Artista del Tisure
“Pa´que viene el hombre al mundo sino es pa´ dejar huella en él” (J.F:1989)
Juan Félix Sánchez (+1997), nació un 16 de mayo de 1900 en San Rafael del Mucuchíes, Mérida. Su obra se materializa en diversos lenguajes artísticos como: la pintura mural, el textil, lo escultórico, lo arquitectónico, el ensamblaje y lo instalativo los cuales están íntimamente vinculados a lo devocional.. Es ilustrativo para evidenciar esto, el inicio de su Diario personal:
“Ante todo debemos tener en cuenta que la Santísima Virgen madre de Dios y madre nuestra, es a quien debemos después de Dios. Tener entera confianza para la salvación de nuestra alma, y por tanto debemos tenerle esa fe especial a ella, para lo cual hay muchísimos medios importantísimos para la devoción como recurrir al Santo Rosario”.
Crea, a lo largo de su vida, murales, telares, cobijas, sombreros, sillas, sillones, mesas, capillas, esculturas, ambientaciones cercanas a lo que se llamaría en el arte contemporáneo instalaciones, o arte de la tierra. Desde joven, se evidencia su genio creativo al pintar en las paredes de su cuarto en su casa paterna, murales (1920) de los que solo quedan algunas fotografías y un video. Estas expresiones plásticas (cruces, ángeles, paisajes) revelan la continuidad de su iconografía.
“En la pared, allí estaba un ángel pintado, que estaba inclinado bajando del cielo, con una corona que llevaba a donde yo estaba acostado, coronándome todas las noches. Lo pinte con un pincel y almagre. Frente a la cabecera mía, pinte una cruz rodeada de una corona de laurel que la rodeaba, junto a una estrella”. (Juan Félix Sánchez:1992)
Nació y vivió en una sociedad y cultura regida por las pautas tradicionales, pero su inquietud espiritual y creativa rompió las categorías clasificatorias de lo popular, haciendo difícil ubicarlo estilísticamente por el eclecticismo que caracteriza su obra. Puede ser dicho de él, que es tanto un artista popular, moderno como contemporáneo. Es cercano a las tendencias tradicionales y modernas de la arquitectura religiosa, tanto del románico como del Templo de la Sagrada Familia de Antoni Gaudí, y a tendencias contemporáneas como el cinetismo de Jesús Soto con los diseños de sus cobijas que crean la sensación de movimiento. A su vez se establecen sincronías con las ambientaciones de Richard Long, que hace de la piedra un elemento básico para transformar el paisaje y transmitirle un sentido ritual.
Da nacimiento a un lenguaje plástico realizado en la soledad del páramo como un anacoreta que rechaza la urbe, opinaba que “Caracas le parecía muy aburridosa” (J.F.) , y el aislado San Rafael de Mucuchíes lo sentía bullicioso y agobiante. Esta paradoja se materializa en los premios nacionales que le fueron otorgados en vida, los cuales nunca buscó, ni le interesaron: El Premio Nacional de Cultura Popular (1986) y el Premio Nacional de Artes Plásticas (1988). Nunca antes estos galardones habían sido otorgados al mismo artista, él cual es percibido como popular, y a su vez al otorgarle el máximo galardón de las artes plásticas venezolanas; se le ubica al mismo nivel de maestros del arte nacional como Jesús Soto, Carlos Cruz Diez, Oswaldo Vigas, entre otros
La primera y única exposición individual que se le ha hecho es “Lo Espiritual en el Arte de Juan Félix Sánchez”, en el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas”, 1982. Esta generó un punto de ruptura en las artes plásticas venezolanas, al introducir el tema de lo sagrado en el arte en una propuesta única que influenció a los artistas del país, y estableció lo popular como una categoría fundamental de la historia del arte venezolano. Asumir el reto de exponer la obra de un artista enraizado en el páramo merideño, fue un riesgo que lo pudo hacer con éxito una gerente y promotora cultural, desprejuiciada, y libre en sus criterios estéticos como Sofía Imber fundadora y directora de este museo. Desde ese momento la atención de la intelectualidad y el mundo artístico, descubre que las propuestas estéticas nacidas en las entrañas de Venezuela, pueden romper con las categorías tradicionales y el representante más ilustre de esta tendencia es la vida y obra del “Hombre de El Tisure.
En él se desarrollan las dimensiones de lo escultórico en sus tallas de madera, llenas de vigor y un fuerte expresionismo, en las que se acentúa el lenguaje gestual como ocurre con cada una de las esculturas del “Calvario”.
“La piedra se ha de escoger. Es decir el puesto que exige la piedra. Al ponerlas, ellas van diciendo su lugar…Todo tiene su lugar y su tiempo.” (Juan Félix Sánchez: 1992)
Se combinan en este conjunto lo escultórico en su tallar, entendido como manejo y modificación del volumen, gracias a la técnica de la devastación de la madera de Quitasol y a su vez crea y modifica, a través de lo instalativo, el espacio con materiales de la zona como la piedra. Toca la dimensión de lo participativo a través del carácter devocional que le transmite al complejo de El Tisure, por el acento que hace el artista en la peregrinación de los devotos, que van al encuentro del milagro, movidos por sus creencias y su fe. De ahí que en el Calvario creara varios asientos de piedra. El Cristo, por razones religiosas, nunca en vida permitió que abandonara el Tisure. Por esta razón no estuvo en la muestra expositiva.
No debemos olvidar lo arduo que es ir al Valle del Potrero, desde San Rafael de Mucuchíes. Es una larga y riesgosa caminata, sobre todo cuando las condiciones climáticas son adversas, lo cual no es inusual, por la lluvia y la niebla. Este rasgo potencia el carácter de peregrinación de los visitantes y nos acerca a la dimensión de lo que fue vivir durante ese aislamiento, para Juan Félix Sánchez. Al respecto escribe en su diario, en la fecha 1 de enero de 1976:
“El día jueves 1 de enero, y primero del año 1976, a las 10 de mañana, cargamos con las cruces y todas las semejanzas que estaban en las piezas, para ir a ponerlas en su puesto; primero clavamos el Cristo y enseguida amarramos a los ladrones en las cruces que hicimos, los hoyos, y los pusimos cada cual en su lugar, hasta las cuatro de la tarde, y pasamos el día de año nuevo en una obra buena”.(Juan Féliz Sánchez: 1992)
Este espacio de milagro y devoción cambia de acuerdo al culto. En Semana Santa era costumbre que fuera un cura al Tisure, y el páramo se transformaba al ubicar las diversas estaciones en sitios donde el artista había creado intervenciones en el paisaje. Asumiendo una nueva dimensión sobre todo el calvario y la capilla mayor. Al bajar la escultura del Cristo de la cruz, para llevarla al interior de la capilla dedicada a José Gregorio Hernández, se crea simbólicamente un rito de paso, metáfora de la resurrección. El Cristo se queda en su interior hasta el jueves de resurrección, cuando es devuelto a la cruz. Renacer que se da en este vientre pétreo. Como se da en Juan Félix Sánchez al irse a vivir al Páramo de la Ventana para reencontrarse con su madre a través de lo religioso.
Recién hecha la capilla venía la gente del pueblo para celebrar la Paradura del Niño, y el padre Albornoz celebraba la misa. Esto nos una idea de la importancia que le dio Juan Félix Sánchez a la socialización y la participación en su obra, lo cual delataba su amabilidad y jovialidad.
No hizo planos de la capilla. Tenía la idea cuando comenzó a hacerla y las piedras iban diciéndole cómo iba a crear el diseño. A medida que desarrollaba el complejo, resolvía los problemas constructivos, técnicos y estéticos. Construye la capilla mayor piedra sobre piedra, por sus necesidades religiosas y su misticismo, para crear un lugar santo donde rezar e ir a la misa.
“Comencé solo a trabajar para ampliar la mesita con el fin de hacer una especie de gruta. Enseguida empecé a rebajar el filo y hacer un plancito, para si Dios me daba licencia de hacer una especie de capillita la cual sería dedicada para colocar la imagen del Dr., José Gregorio Hernández C. de quien llevé una imagen y la puse allá a donde debe quedar, el día 26 de octubre de 1964, fecha en que cumple un siglo de nacido el Dr. José Gregorio Hernández Cisnero. Trabajando solo hasta el día 5 de Noviembre”. (Juan Félix Sánchez: Diario)
Es por tanto una creación para acercarse a Dios. Esto fue asumido por los parameros, que iban en peregrinación religiosa, a festejar y adquirir sus preciadas cobijas, mucho antes de que el artista fuera conocido por el país. Algunos iban a hacer pagos de promesas por los favores recibidos a la Virgen y al Siervo de Dios. Como huella de la fe, en el altar de la capilla mayor se encuentran los milagros colgados, al igual que en el interior de la dedica a la Virgen de Coromoto.
Arte-Sano:
La creación del artista en madera parte de lo aprendido y compartido en la sociedad y cultura rural, donde el entorno objetual cotidiano era construido de manera artesanal, el sano arte del artesano. Incluso el hogar de tapiales era construido de manera artesanal y algunas de las herramientas del trabajo como los telares, y la mayoría de los utensilios del hogar. El arte-sano era común alrededor de Juan Félix Sánchez desde niño. A través de este saber innovó al proyectar su lenguaje artístico en sillas, mesas, bastones, sombreros, telares… Sus muebles están fabricados en formas naturales (troncos, ramas y raíces). Asume el trabajo de la madera, evitando transformarla a través de la técnica del ensamblaje. El estilo que desarrolló al hacer las sillas y sillones se convirtió en un diseño de muebles, que ha sido asumido como parte integrante de la cultura nacional.
Juan Félix es un innovador en todas las dimensiones de la vida. Esto se evidencia en cómo llegó a crear los diseños de rombos, triángulos, y zigzags de sus cobijas, que transmiten efectos cinéticos a sus textiles. Esta búsqueda lo llevó a inventar un telar diferente a los usados por los tejedores populares merideños, cuyos diseños están limitados por el número par de lizos y pedales. Las cobijas tradicionales se caracterizan por crear combinaciones cromáticas, a través de franjas paralelas debido a la configuración del telar en dos lizos y dos pedales. El artista deseó modificarlo, pues el efecto logrado no lo satisfacía. Para ello creó un telar con tres lizos y tres pedales, capaz de crear nuevos diseños que le permiten un nuevo ritmo y apariencia cromática al textil desconocido hasta ese entonces en el páramo merideño
La piedra:
En los materiales que utilizo se dio un proceso de selección rigurosa. No cualquier piedra podía ser utilizada en sus construcciones. Debían responder a su concepción estética en forma, textura y cromática. Esos detalles son los que hacen de la capilla una obra única, y que cada roca con sus características tenga un sentido y función que se evidenciaba en el efecto estético y devocional que generan. Un ejemplo, son los símbolos en piedra que hay en el campanario, en dos rectángulos gigantescos. En el superior hay un ancla y en el inferior una x. Sobre ellos dice:
“El ancla es la salvación, no ve usted cuando los barcos están en peligro. Lanzan el ancla y encuentran la salvación. El hombre es como un barco que navega por la vida. La X quiere decir la paz y la piedra roja un corazón amable. Ese corazón solo representa a Jesús, ¡No solamente al Corazón de Jesús! El corazón también es el centro de la vida. Por eso es lo más importante del cuerpo”. (Documental: Juan Félix Sánchez, El Hombre del Tisure)
En el techo del campanario hizo unas hileras de piedras con rocas triangulares, elemento icónico de su lenguaje, para señalar al cielo y la presencia de lo divino. Esta concepción estética se hace eco de su empatía por los materiales naturales, metáforas de su búsqueda de la verdad, aunque sea una tarea casi imposible. Él no desea ocultar la huella de lo divino en la creación, esto equivaldría a hacerla mentir, o enmascarar el rostro de Dios.
Entre los elementos constructivos hay varios niveles de significación, y esconden mensajes que la naturaleza y el tiempo han ocultado. Como ocurre con los zócalos del exterior de la capilla, cuyos símbolos están siendo recubiertos por el musgo y los hongos que homogeneizan texturas y colores. A través de estas tensiones creó entre la piedra, mensajes esotéricos. El piso tampoco escapó a sus diseños, pues en el interior de la capilla, destaca entre las lajas de piedra, una cruz que señala al altar consagrado al siervo de Dios, construido con piedras blancas de granito. Para reforzar la iluminación que penetra en esa parte de la capilla a través de una claraboya hecha con láminas semitransparentes. Por tanto el impacto visual que recibe el devoto o el visitante al entrar a la oscura capilla, es disipado por el esplendor y la luz natural del altar, que se convierte en una metáfora de la iluminación interior y del encuentro de lo sagrado que es eje de su vida y su obra.