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Bolero somos

EL BOLERO es una forma especial de vivir y amar que en su contenido más profundo evoca una añoranza que se resiste a ser desatada de la memoria ingrata. Es vínculo de oro inaudible que se persigue y a veces nos encuentra sorprendidos en el deslave del presente en el que correr sin sentido ni elegancia es el ritmo de moda. Sin mal decir. Al escuchar un bolero nos damos cuenta de la distancia que existe entre lo que somos y lo que dejamos de ser. O puede también que sea motivo para presentir. En todo caso, es un radar. A LAS MUJERES de la casa me parece estarlas oyendo desde el zaguán que da a la calle fraterna. Cantan, silban, entonan, cocinan en conversa con gusto a café y olor de aliños matutinos. Pero en verdad es la música venezolana la que acude a esas horas de pájaros. Tono mañanero el de nuestra música llanera. No debe existir en el mundo otro sonido tan parecido al despertar de la naturaleza, a veces superada por él. Canto especial para acompañar y compartir esas primeras horas de la jornada. En juego de matices y gustos entran a competir los valses criollos, las danzas zulianas o los polos margariteños, las novedades juveniles y los éxitos extranjeros. Pero ya entrada la tarde, cuando esos mismos pájaros que llegaron se van, aparece invitado de honor el bolero con vigor de nostalgia, de amor y de secreto, de ansiedad y tarareos sublimes, para sólo despedirse nuevamente al amanecer. Ahora es la radio que asume la batuta de esa orquesta inaudita de estrellas al alcance de la mano. ¡QUE DECIR DE la adolescencia! Tiempo fugaz de hormonas impacientes. Música por doquier más allá de familia o escuela. A través de ella, con los amigos cruzamos otros puentes definitivos de la personalidad. Nos hace suponer independientes y libres. Y lo fuimos pues permitió multiplicar el horizonte escaso a través del perfume nocturno, del embrujo del pañuelo enamorado, de las primeras letras del amor casi siempre esquivo e incomprendido. Para bien. El romance, el corazón palpitante a la salida del liceo para irnos a ver con quién no nos iba a reconocer. Amor de lejos que se convertía en verdad por magia de la música y su poder de encantamiento. Otra historia era la de aprender a cantar o charrasquear un instrumento para oírnos, para decirnos. Comulgar en la divina fiesta del ensayo callejero con un cuatrico de tres cuerdas mal afinadas, sentados por ahí bajo la luz de un farol. El bolero, a esa hora de serenateros precoces, es todavía raya amarilla, cosa de grandes, nocturnidad pecaminosa que ya apetece. DE ADULTOS, el bolero ocupa para los latinoamericanos y más allá, territorio común de expresión, forma de ser para mirar al mundo y caminar por él con la luz de la sensualidad. Sudor igualitario bañado a ritmo de sueño y despertar, en esta etapa de la vida pretende ser bailado para expresar, en movimientos propiciatorios, la búsqueda de paraísos profundos. Para que ya, si puede ser más tarde. Aliento convertido en pecado. EL BOLERO ES un arte social de riqueza humana incontestable que a diferencia del tango, baile ajedrezado, que ha sido definido como «un pensamiento triste que se baila», quizás sea la imaginaria línea divisoria que espera a que dos seres humanos se abracen y borren por fin en unidad de uno.

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