Blanca Haddad, entre lo ingenuo y lo sangriento
b>Historia repetida, individual de Blanca Haddad, se exhibe hasta el 24 de mayo en la Oficina # 1, Periférico Caracas Arte Contemporáneo. La pintora venezolana cursa actualmente una maestría en Desarrollo Social y Salud Internacional en Edimburgo, Escocía.
Por: Perrine Delangle
Su pintura no se ofrece fácilmente. Se resiste, nos hiere. Ella irradia una fuerza poderosa que nos intimida. Conocer a la artista es esencial. A través de sus palabras, las pinturas se van liberando gradualmente de su velo de angustia hasta adquirir un significado profundo. La dulzura y sensibilidad de la artista están presentes en ellas por una razón. Un retrato de Blanca Haddad, una de las pinturas más representativas de su generación en la nueva pintura Latino Americana.
Una pintora estrella del expresionismo emergente Latino Americano, Blanca Haddad ha vivido en Barcelona por tres años, después de quince años de reuniones y oportunidades en España, Inglaterra y su país natal, Venezuela. Desde que comenzó a pintar se ha concentrado en los autorretratos. “Fue algo muy impulsivo e instintivo. No reflexioné para nada antes de dedicarme completamente a ello”, confiesa la artista. Considerado como una extensión de sí misma, el autorretrato es, en un período en el que ella siente que su sentido de la realidad ha “cambiado”, su única referencia en la búsqueda frenética de su propia identidad. “El autorretrato como el desbordamiento del Yo” era además el tema de su proyecto final en el Instituto Universitario de Estudios Superiores de Artes Plásticas Armando Reverón en Caracas, donde Blanca formó parte de la primera promoción que tuvo la oportunidad de disfrutar de la docencia práctica. Cuando ella se refiere a ese período de su vida, la artista describe con entusiasmo el ambiente febril y la locura colectiva que reinó en la escuela: “Era loco, los profesores venían de todas partes del mundo; nada estaba organizado pero había una gran efervescencia. La gente era loca, instintiva y muy creativa. No había límites; era algo visceral, una forma de ser en el mundo. Además, como la escuela estaba en una de las zonas más pobre y deprimida de Caracas, había un contraste terrible entre las dos realidades”.
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Gradualmente, los autorretratos están cambiando, son menos reflexivos, menos atroces. Para Haddad, el hecho de trasladar el retrato significa transferir el objeto. El retrato se convierte en el espejo de su percepción del otro. Yendo más allá de la mera representación de lo que ella ve, este evoca las emociones que el carácter de la persona evoca en ella. Ella yuxtapone espontáneamente las formas, figuras y símbolos, máscaras rituales y animales totémicos. Los talismanes son también un elemento recurrente en su obra y reflejan una espiritualidad híbrida. A través de ellos, ella convierte las formas de la naturaleza en motivos sencillos llenos de simbolismo. En su lenguaje, la “X” y la serpiente son elementos de composición que aparecen continuamente; la primera como forma de negación y la segunda como símbolo de cambio o de “revisión interna”. “Soy supersticiosa”, recalca Blanca, “y cuando creo un talismán debo estar en un ánimo especial, que refleje mi fe y mi superstición, porque yo lo lleno de fuerza, contenido y energía”. A Blanca Haddad le gusta pintar sobre material desecho: “Soy muy orgánica”, bromea cuando presenta su última serie de pinturas que son composiciones superpuestas sobre lienzos que ya están pintados. “Me gusta alimentarme de la fuerza de un trabajo anterior y construir algo nuevo a través de la superposición”.
La violencia de su obra nos toma por la garganta, como si la artista hubiese sido tomada por una fuerza irreprimible que la forzó a transferir su furia sobre el lienzo. “Yo vengo de un país donde la violencia es especialmente virulenta; una violencia completa, cotidiana y gratuita, como un cáncer”. Mas allá de la violencia que impregna a su país natal, ella describe la violencia en general. Sin duda alguna, para ella se convirtió en una necesidad irreprimible transformar la ira que esto provoca a través de su creatividad para poder sobrevivir. Para pintar, Blanca se inspira de lo que lee, de las historias que la gente le cuenta, de la política… “Hay tantos estímulos… en veinte minutos un noticiero de la televisión hace un recuento horroroso de las cosas mas terribles que suceden en el mundo. Tal vez sería mejor no tomar tanta inspiración de esto y evitar perpetuar la violencia”. Es así como ella representa su compromiso político, social y humanístico como salvajismo, su sufrimiento físico y psicológico, su realidad y sus preocupaciones. Al lado de esto, la dulzura y generosidad de Blanca contrastan radicalmente. Nos sorprendemos al escucharla narrar las anécdotas mas oscuras con ironía y un sentido del humor corrosivo. Sin embargo, por debajo de esta ironía mordaz, ella nos transmite la crueldad de la existencia, la cercanía cotidiana de la muerte y del miedo omnipresente. Profundamente autobiográfica, la obra de Blanca también se nutre de su propia experiencia de viajes e inmigración, especialmente cambiando su relación con el tiempo y el espacio. Sus lienzos nunca terminan porque, para esta entusiasta de la filosofía cuántica, el tiempo no es lineal y debe ser concebido como una sucesión de eventos. El hecho de cambiar de país en diferentes momentos significa experimentar transferencias históricas y espaciales increíbles. “Todos somos inmigrantes”, concluye finalmente. “Mi abuela era parte de la inmigración Libanesa a Venezuela. Por eso tengo este apellido y una de mis bisabuelas era Francesa también. Así que, ¿existe alguien mas “inmigrante que yo?”
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Afirmando que ella no pertenece a ningún movimiento, ella busca reconstruir las categorías estéticas, a pesar de su constante referencia a grandes pintores como Picasso o Tápies. Nacidas del expresionismo, las pinturas de Blanca tienen raíces simbólicas muy fuertes. Ellas parecen ser el resultado de una confrontación con la vida, con ella misma y con sus inquietudes existenciales. “Mi pintura está muy cerca del arte ingenuo, con la diferencia de que la pintura ingenua describe usualmente sentimientos buenos, pero la mía no. Podría decirse que es una especie de arte ingenuo negro”. En cuanto a su posición sobre el lugar de las creaciones artísticas nacidas de la inmigración, Blanca considera que si el artista inmigrante tiene menos oportunidades de exponer es, en primer lugar, porque este siente que las instituciones culturales están cerradas a ellos y, en segundo lugar, porque siendo prisioneros de su necesidad para sobrevivir, ellos no tienen tiempo para buscar oportunidades.
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Ampliamente reconocida y premiada por su obra en Venezuela, Blanca no fue en busca del éxito cuando se fue a Europa. “Pasé por un período muy doloroso antes de irme; estaba completamente dedicada a mi pintura. Ahora creo que no tengo la suficiente fuerza emocional para soportar el aislamiento del artista. Siempre he deseado que mi pintura me liberara, no que me atormentara”. Siendo muy crítica del mundo del arte y obsesionada por el rol del artista en la sociedad, Blanca parece moverse entre múltiples ambivalencias en busca de su propio camino: “Me siento confundida”, dice seriamente. “Creo que en Europa es muy difícil que acepten la confusión”. Dentro de unos pocos meses, Blanca se encontrará en Escocia para asistir a una maestría en Desarrollo Social y Salud Internacional en el que ella investigará sobre la intervención psicológica en zonas de conflicto. A pesar de la incertidumbre, entre la pintura, la arte terapia, la intervención social y el tratamiento de la violencia parece existir una línea coherente definida que refleja la voluntad de Blanca para poner sus conocimientos y sus habilidades al servicio de la sociedad en su tierra natal, Venezuela: “su paraíso doloroso”.