Bicentenario sin rumbo
Quien decida aproximarse a la comprensión histórica de la realidad política de la Venezuela actual y también de América Latina en sus rasgos predominantemente personalistas, pudiera probar suerte en el conocimiento e interpretación de los datos que arroja el estudio de la vida de tres hombres notables de este continente, militares, que compartieron tiempo, espacio, sueño y ambición de poder, por integrar en un solo bloque vigoroso al continente hispano americano.
Me refiero a Simón Bolívar, “El Libertador” (1783-1830); Francisco de Paula Santander, “El Hombre de las Leyes” (1792-1840); y José Antonio Páez, “El Centauro de los Llanos” (1790-1873). Sus acciones militares y políticas comienzan a tener peso específico en los años posteriores a la Independencia, es decir alrededor de 1810, y marcan, sin duda alguna, la historia larga de la ambición ya tan manoseada por construir un continente libre y provechoso. La relación entre ellos, que puede ser considerada en su conjunción como paradigma para comprender el vértigo histórico que nos acompaña desde el siglo XIX, traza pistas cruciales que cobran sentido en el período comprendido entre 1819 y 1830, tiempo de “La Gran Colombia”.
Juntos parecen estar de acuerdo en lo básico, como son los principios sobre libertad, justicia, emancipación del “yugo español” y la constitución de un Estado común que concrete esas aspiraciones compartidas. Sin embargo, siendo caudillos, cada uno tiene una visión distinta de su papel en ese proyecto, lo que al final y dadas las circunstancias, nos condujo al fracaso.
América Latina desde el siglo XIX hasta hoy, desde México hasta la Patagonia incluyendo al Caribe y excluyendo a Brasil en razón de sus orígenes distintos y tan particulares, se encuentra todavía en una fase azarosa de constitución de sus proyectos nacionales. Afirmar que estamos anclados en la Colonia sería una impertinencia desleal, pero aún así, a doscientos años luz, seguimos con el “Acta de la Independencia” en la mano sin saber qué hacer con la libertad allí supuesta. Hemos saltado de la experimentación de regímenes autoritarios a paréntesis democráticos o a ensayos “a la cubana”, tan compartidos espiritualmente en su fracaso; hemos también brincado del golpe militar básico y cuartelario o el cívico-militar, a la aplicación de teorías cepalinas o del Banco Interamericano de Desarrollo, o a la explicación de lo nuestro a través de especulaciones vernáculas como la del subdesarrollo, pero sin haber encontrado una forma de vida política, social y económica con la que estemos de acuerdo en forma sostenida.
Esa lucha por encontrar destino común y promisorio se enfrentó al muro de la realidad que aún persiste. Es ese fracaso político el que dejó marcado el camino para comprender lo que hasta ahora no es sino la historia de una frustración a la que no se ha podido encontrar respuesta después de doscientos años de emancipación.