Bibliocausto en la antigua Persia
En dìas pasados sostuve una conversación telefónica con el brillante poeta y ensayista venezolano Fernando Báez, a la sazón enviado especial y comisionado de la UNESCO para evaluar los daños materiales causados por la reciente invasión militar a Irak. Debo decirle a mis lectores que Bàez es experto internacional en Bibliotecas, especialista en estudios aristotélicos y reconocido helenista y acucioso conocedor de la cultura griega antigua clásica. Al momento de escribir estas líneas, confieso escuchar aun con pasmosa nitidez los horrores de los pormenores del relato que me cuenta mi amigo sobre el “memoricidio cometido en Bagdad, en Tikrit, Basora o Mosul”.
Me cuenta el poeta, con inocultable estupor, que el 9 de Abril de 2003 será una tétrica fecha que quedará grabada en la memoria de la sufriente humanidad como una afrenta de incalculables proporciones culturales y artísticas; desde ese infausto dìa las tropas aliadas bombardearon con implacable saña la sede de la Biblioteca Nacional de Bagdad e igual suerte corrió el Archivo Nacional de Irak del cual se perdieron casi diez millones de documentos de singular importancia sobre distintos períodos històricos de la antigua Persia. Muchas fuentes documentales de primera mano, por ejemplo, sobre el período Otomano y otras épocas importantes de la riquísima historia iraquì, fueron reducidas a cenizas por los inmisericordes bombardeos de las fuerzas aliadas. Me dice mi amigo que màs de un millón de libros se han perdido definitivamente de las principales y màs importantes bibliotecas de Iraq. Asì como el régimen nazi en la Alemania de 1933 llevò a cabo el màs horrendo bibliocausto del cual la humanidad tenga recuerdo; de igual modo, el mes de Abril del presente año serà testigo del màs abominable acto de destrucción masiva de los màs antiguos legados arqueológicos de las culturas babilónicas, sumeria, caldea, asiria que datan de por lo menos 5.000 años y que hoy pueden estar en manos de mercaderes y traficantes (quàqueros) de estos tesoros de incalculable valor històrico. Y lo peor es que dichas reliquias pertenecen por antonomasia a la herencia y legado artístico de la humanidad.
Ciertamente, a juzgar por las crónicas vívidas y descarnadas que he podido leer firmadas por Mario Vargas Llosa y Fernando Bàez, sobre la mítica ciudad de LAS MIL Y UNA NOCHES tal pareciera que el siglo XXI serà un siglo aciago y desolador para las màs altas manifestaciones del espíritu cultural y literario de la especie. El lector sabe que en suelo de la antigua ciudad de Uruk, -cuando florecía la espléndida civilización sumeria, hace 55 siglos, exactamente en el año 3200 a.c- nació un poderosísimo instrumento de la cultura y el saber humano, una herramienta insustituible para nuestra redención espiritual cuyos antecedentes podemos buscarlos en las tablillas creto-micénicas y en las tabletas de arcilla de la sociedad del Sumer que, hasta el 9 de Abril del presente año, se conservaban en salas especiales del Museo Arqueológico de Bagdad. Como amante de los libros no puedo menos que sentir una indescriptible indignación por la quema de cientos de miles de volúmenes pertenecientes a importantes instituciones como la Academia de Ciencias Médicas de Irak, La Casa de la Sabiduría (importante centro de estudios religiosos), igual suerte corrió importantes centros de resguardo de libros como los de la ciudad de Arbil o de Najaf. En fin, una catástrofe jamás imaginada por el hombre que a estas alturas del tiempo se precia de almacenar en DVD y en cyberlibros (en bytes) la memoria escrita de la humanidad. No tiene otro nombre, es un verdadero bibliocausto.
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(*) Historiador y escritor.