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Arturo Croce, olvidado, abandonado

El caso extremo de injusticia con un buen escritor venezolano es el de Arturo Croce, que más que olvidado parece haber sido abandonado del todo por sus compatriotas. Fue (es) un muy buen novelista, cuentista y ensayista, y sin embargo parecería que nadie lo recuerda. Conseguir información sobre su vida es muy difícil. Hay que apelar a fuentes nada literarias, como un extraño libro llamado Valores Humanos de la Gran Colombia, editado en 1952, en el que los autores son los mismos biografiados que, por lo general pagaron para figurar en sus páginas. O a otra obra tan extraña como, editada cuarenta años después en Caracas por Jorge Maldonado Parilli, ex-policía que fue nada menos que jefe de la Seguridad Nacional en tiempos de la dictadura de Carlos Delgado Chalbaud, con el título de Gente de Venezuela, en dos tomos. Allí, en el segundo tomo, en el espacio dedicado a la gente del Táchira, se puede leer un texto muy parecido al de Valores Humanos de la Gran Colombia, que hay que presumir redactado por el propio Croce. Si apelamos a fuentes y medios más de este momento, es decir, al famoso Google, podemos caer en el más absoluto de los desconciertos: aparecen entradas contradictorias, una de 2010, en el Periódico La Voz, sección efemérides, diciendo que Croce cumplió 103 años, y otra, firmada por Freddy Castillo Castellanos, que dice entre otras cosas lo siguiente: El azar concurrente no se quedó ahí y volvió rápidamente por sus fueros. Ayer, en la librería de Rafael Ramón Castellanos compré la novela en la edición de Biblioteca de Autores Tachirenses. Le pregunté a Castellanos por Croce. Lo cree vivo y a punto de cumplir cien años. “Por lo menos para marzo de este año no había muerto”, me dijo. Revisamos la nota biográfica del ejemplar de Talud Derrumbado que me acababa de vender. Allí se informa que Croce nació en abril de 1907. De estar vivo, ya habría cumplido 100 años. Ni de su probable muerte ni de la rareza de su centenario hemos leído nada Castellanos y yo. Reviso en el DELAL y lo primero que me asombra es que hay una entrada para Croce. Realmente no pensaba conseguirla. El diccionario fue publicado en 1995 cuando Arturo Croce tenía 88 años. Indago en internet y encuentro el dato de que nuestro autor falleció en el 2002. Tenía para ese momento 95 años. (DELAL es el Diccionario Enciclopédico de las letras de América Latina, de la Biblioteca Ayacucho). Cuando quise averiguar sobre Croce, a quien conocí personalmente cuando fui presidente del Círculo de Escritores de Venezuela, en 1999, envié mensajes a varios escritores conocidos. Sólo me respondió José Tomás Angola, cumplido y competente como siempre, y entre otras cosas me dijo: Luis Beltrán asegura de que murió hace como diez años. Croce le hizo el prólogo a un poemario suyo, “Del agua y de la lluvia», y piensa que fue lo último que hizo antes de morir. (Luis Beltrán es el poeta Luis Beltrán Mago, que fue mi antecesor y mi sucesor en la presidencia del Círculo). La pregunta obligada es: ¿Cómo es posible que se haya olvidado, abandonado, a un escritor de la talla de Croce, al extremo de que no se sepa si está vivo o no? ¿Qué clase de pueblo olvida y abandona así a sus buenos escritores? Los escritores son la conciencia de los pueblos, de donde hay que inferir que Venezuela no quiere tener conciencia.
El 29 de abril de 1907 nació en La Grita, en el estado Táchira, Arturo Croce Orozco, hijo del general Francisco Croce y nieto del italiano Ángel Francisco Croce, que llegó al bucólico pueblo andino, testigo privilegiado del paso de Bolívar durante la Campaña Admirable, a mediados del siglo XIX. El italiano recién llegado se casó con Domitila Moreno, madre del “General Civilista” Francisco Croce, que nació el 12 de octubre de 1860 y se casó dos veces. Arturo fue hijo del segundo matrimonio, y luego de completar su educación primaria en el Colegio Maya, viajó a Caracas a estudiar bachillerato en el Colegio Sucre. Los sucesos del carnaval de 1928, en los que participó con entusiasmo, le significaron la suspensión de la beca que le permitía estudiar, por lo que se vio forzado a regresar a las montañas Andinas, luego de intentar ganarse la vida en actividades comerciales y literarias. En Mérida fue fundador de un grupo literario llamado Guanhaní y se empleó como profesor de castellano en colegios privados. Pasó a Maracaibo, en donde también se relacionó con los grupos literarios de la época, y volvió a Caracas por un breve lapso. En San Cristóbal fundó la Gaceta de Occidente, y a comienzos de 1936, luego de la muerte del general Gómez, volvió a Caracas, en donde se incorporó a la organización política ORVE y fundó un periódico llamado Acción Socialista, en una de cuyas páginas publicó un texto que lo llevó por un par de meses a la cárcel. No obstante, el gobierno del general Eleazar López Contreras terminó ayudándolo en sus estudios, que lo llevaron a los Estados Unidos a completar la carrera de Economía Agrícola entre 1937 y 1940. A su regreso a Venezuela fue Jefe de Divulgación y Publicaciones del Ministerio de Agricultura y Cría y poco después Jefe de la Sección de Crédito y Adjunto a la Sección de Investigaciones Económicas. De allí pasó a trabajar directamente en la Presidencia de la República en el departamento de Información y Publicaciones. También, luego de la caída del gobierno de Rómulo Gallegos, fue Jefe del Departamento de Relaciones Públicas del Instituto Agrario Nacional. Posteriormente, a la caída de la dictadura de Pérez Jiménez, ocupó el cargo de Director de Cultura del Ministerio de Educación, en donde su labor fue notable en todos los sentidos. Entre 1958 y 1960 fue Director de la Revista Nacional de Cultura.
Su obra literaria es vasta, incluye las novelas Cuento de amor, Talud derrumbado, Los Diablos Danzantes, Por Turén pasa el Acarigua, La Roca Desnuda, El Nudo, Petróleo, mi General (1977), El Techo Rancha, Manuel Valles, La Chica Chévere, El Caballero del Tamá, el reportaje novelado Hipódromo y varios libros de poemas, además de un par de biografías (una de ellas de su padre, Francisco Croce Moreno, y varios libros de cuentos (uno de sus cuentos recibió el premio de El Nacional en 1961). En 1960 recibió el Premio Nacional de Literatura. También fue autor de obras de teatro y de numerosos ensayos. En su prosa se entremezclaron la poesía y una notable calidad de narrador, especialmente en el cuento, pero que también se nota en sus novelas.
Domingo Miliani, en su trabajo sobre la narrativa venezolana, se expresó en forma muy positiva acerca de este gran escritor tachirense:
Arturo Croce (1907). Perteneció a la generación de 1928. Comenzó haciendo poesía. Publicó un primer relato, «La carretera», en Cultura Venezolana. Su primer libro, Chimó y otros cuentos, es de 1942. Allí está plasmada su ideología social de combatiente en favor de los obreros y campesinos de su región: el Táchira. Sus relatos iniciales son pequeños himnos telúricos de aquellas serranías, donde está presente la huella del magisterio galleguiano. La madurez del narrador tarda en afianzarse a través de libros como Taladro (1943), La muerte baja de la montaña (1947), hasta que «Un negro a la luz de la luna», obtiene segundo premio de El Nacional en 1947. Con La montaña labriega (1958) explora un telurismo más legítimo. Tierra revuelta (1952) y Surimán (1955), habían reiterado hallazgos parciales de sus primeros libros. Vino después una novela agrisada de folklorismo: Los diablos danzantes (1961), luego Talud derrumbado (1961), para alcanzar después dos éxitos de concurso: El nudo (1968) y La roca desnuda (1968), esta última, ampliación de un cuento del mismo nombre, resulta uno de sus mejores libros. No se atreve a llegar al elogio abierto, pero asoma un cierto halo de aprobación.
¿Cómo es posible que Venezuela haya olvidado a un escritor de los méritos de Arturo Croce?

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